Darío Pérez
@Ringsider2020

Dos años después, vuelve Manny Pacquiao. Y eso es lo mejor que se puede decir acerca de una gala de boxeo. Será la noche del sábado, madrugada ya para nuestros lectores españoles, en el T-Mobile Arena de Las Vegas, Estados Unidos. La organiza Al Haymon por medio de su empresa Premier Boxing Champions.

El filipino Manny Pacquiao (62-7-2, 39 KO) retorna a la acción mañana sábado, midiéndose a uno de los grandes de la división de los wélter, el cubano Yordenis Ugás (26-4, 12 KO). La pelea tiene una historia hasta llegar a su disputa que se ha ido forjando a través de los últimos meses, incluso del último año o, por qué no, desde el último combate de Pac-Man, su victoria por decisión dividida en julio de 2019 a quien entonces era campeón del mundo wélter WBA, Keith Thurman. El asiático, ya con 40 años, vencía a uno de los cocos de las divisiones medianas, invicto por aquel entonces y en total plenitud física y boxística.

Desde entonces, comenzaba la historia de desamor de Pacquiao con la incomprensible WBA. Desposeía al tagalo del cinto de campeón mundial en los despachos para entregárselo, curiosamente, a su rival de esta noche. El destino, caprichoso, ha hecho que un campeón destronado en los despachos y al que le negaron el cinturón de vuelta cuando se supo que volvía a pelear se mida a su verdugo administrativo. ¡Cosas veredes, amigo Sancho! De ahí que el mito protestase duramente contra la situación, completamente anómala ya que la pandemia había impedido competir a la gran mayoría de deportistas en los meses precedentes.

Errol Spence, campeón del mundo en otros dos organismos, iba a ser el rival de Pacquiao en una cita increíblemente difícil para este último, que declaraba que, si a sus 42 años seguía activamente en el pugilismo, era para enfrentarse al mejor contrincante al alcance; gustase más o menos la idea, eran hechos, siempre más contundentes que las palabras. Y un último giro maquiavélico del destino produjo que el rival de Ugás, presente como semifondo, Fabián Maidana, y el de Pacquiao, el nombrado Spence, se lesionaban en la zona ocular en un lapso de 24 horas. Spence, gravemente, con un problema retiniano; el argentino, levemente, cortado en una sesión de sparring. Historia envidiada por algunos autores de pulp fiction a principios del siglo veinte, pero absolutamente real en una época en la que casi nada puede ya sorprendernos.

Sea como fuere, Pacquiao es un boxeador que no necesita presentación. Es de los mejores en su categoría incluso a un 60% de lo que fue en su mejor momento, hace dos o tres lustros, a poco que conserve buena parte de su movilidad para desplazarse, astucia y precisión. La velocidad y los reflejos pueden irse con el tiempo, pero el talento permanece. Nuestra última percepción del campeón mundial en seis categorías (y lineal, aunque no reconocido por ningún cinturón de los cuatro organismos, en otras dos) es la del gran púgil que vimos ante Thurman.

Y ello le podría valer para batir a Yordenis Ugás. Unos fríos datos para mostrar la longevidad de Manny Pacquiao: cuando debutó, Felipe González gobernaba en España y Bill Clinton en Estados Unidos, Forrest Gump arrasaba en los Oscar, Gary Barlow y Robbie Williams al frente de Take That volvían locas a las quinceañeras por todo el mundo y nos reíamos con Will Smith y sus andanzas por la casa de sus tíos en Bel Air.

Su primer título mundial lo obtuvo a finales de 1998, el WBC mosca, peleando en Tailandia, y su debut en Estados Unidos se produjo en 2001, cuando ganó el campeonato del mundo IBF supergallo a Lehlo Ledwaba. A partir de ahí, la leyenda que se enfrentó a los mejores en su evolución según fue subiendo de peso: Marco Antonio Barrera en dos ocasiones, Juan Manuel Márquez (cuatro veces), su trilogía contra Erik Morales, Óscar de la Hoya, Ricky Hatton, Miguel Cotto, Antonio Margarito, Shane Mosley, otra trilogía ante Tim Bradley o Floyd Mayweather, aunque tarde. Casi siempre, salió con el brazo en alto, pero no hubo una sola vez que deshonrase al boxeo y no diera lo mejor de sí mismo entre las dieciséis cuerdas.

El cubano, sin embargo, ha sido devaluado por gran parte de los analistas, obviando su trayectoria y sus capacidades. Pese a ser también veterano, 35 años, se encuentra asimismo en total posesión de sus facultades. Tras una envidiable carrera como aficionado, con oros en campeonatos del mundo, caribeños y panamericanos, y bronce olímpico en Pekín 2008, salió de la isla para iniciarse como profesional en 2010. Su carrera en el boxeo rentado puede dividirse en dos partes: la primera, hasta mayo de 2014, donde se va buscando la vida por galas estadounidenses sin gozar del favor de una gran promotora, con lo que los jueces le privan de triunfar contra Johnny García o Emanuel Robles; la segunda, tras dos años parado, cuando se acuerdan de él por una baja y le llaman como víctima del invicto Jamal James, a quien derrota ampliamente, lo mismo que al igualmente imbatido Bryant Perrella, a quien noquea inmisericordemente.

Ahí ya le empiezan a tomar en serio, y más cuando gana con solvencia a Thomas Dulorme y Ray Robinson. Tampoco fue favorecido por las cartulinas enfrentándose a Shawn Porter, pero se recuperó con tres nuevos triunfos de prestigio antes de que, mañana por la noche, le llegue el mayor desafío de su vida.

Un aspecto importante de la batalla será el duelo de esquinas. Freddie Roach, entrenador de Pacquiao, le conoce desde hace muchísimo tiempo y sabe sacar lo mejor del filipino, logrando adaptarse a cualquier rival. Ismael Salas, en el otro rincón, es otro experimentado y astuto preparador, tan versátil como para llevar a Joe Joyce y a Kazuto Ioka a doblegar, por un mejor plan de pelea, a los favoritos Daniel Dubois y Kosei Tanaka respectivamente. Salas nos habló en exclusiva (también de Ugás y cómo le encontró) hace unos meses, y de la adaptabilidad de ambos al cambio de rival y los ajustes entre asaltos dependerá en buena parte la suerte de sus pupilos.

El respaldo del envite principal, siendo aceptable, nos hace añorar aquellas carteleras con tres o cuatro campeonatos mundiales e incluso más combates espléndidos en la parte no televisada, algo que ya hemos dejado de ver hace tiempo. En el peso pluma y a doce asaltos, veremos a un ascendente filipino promovido por la figura del evento: Mark Magsayo (22-0, 15 KO) tendrá una piedra más en su recorrido hacia las peleas de título mundial frente a Julio Ceja (32-4-1, 28 KO). El Pollito no sabe lo que es vencer un duelo desde 2017, habiendo perdido dos peleas y empatado una desde aquella. Magsayo, en su camino hacia el estrellato, debería poder batir al mexicano y buscar ya palabras mayores a mediados del año que viene. Hace unas semanas, nos habló de su preparación en exclusiva.

También en la categoría pluma, a diez rounds y con un título intermedio WBC en liza, el estadounidense nacido en México Carlos Castro (26-0, 11 KO) tendrá un buen test en la figura de Óscar Escandón (26-5, 18 KO), colombiano ex aspirante al título del mundo. Planteamiento parecido que la pelea anterior, el invicto que tiene en el punto de mira a los mejores de la división contra el veterano que le supondrá trabajo y un desafío nunca antes visto.

Finalmente, a diez episodios y en el límite de los wélter, Víctor Ortiz (32-6-3, 25 KO), tras más de tres años sin apariciones en el ring, volverá a ceñirse los guantes para pugnar con Robert Guerrero (36-6-1, 20 KO), que lleva dos años también inactivo. Un pleito con aroma a otra época, a la del mejor Pacquiao, es el que nos espera entre dos veteranos guerreros, de pronóstico incierto.

Esta será la parte televisada de la gala, la cual dará comienzo a las 3:00 de la madrugada en España del sábado al domingo. Se puede ver mediante Fight Sports, canal disponible por suscripción en plataformas como Vodafone TV, Orange TV, Mitele o, de manera independiente, a través de Marca.