Antonio Salgado
(Del libro en preparación, «Hitos del boxeo en las Islas Canarias»)

No se conocía la bomba atómica ni la penicilina. Al inglés Bernard Shaw se le concedía el Premio Nobel de Literatura. Raquel Meller entusiasmaba a los parisinos repartiendo violetas sobre el tablao. Nuestra Rambla Pulido acababa de ser urbanizada en Santa Cruz de Tenerife, que seguía siendo la capital de Canarias, contaba con dos campos de fútbol, el denominado Stadium y el “Campo de la Avenida”.
Jack Dempsey y Gene Tunney conseguían en Estados Unidos una sensacional taquilla de un millón de dólares. El español Paulino Uzcudun llevaba ganados quince combates por KO. Corría en año 1925.

“Yo, José Hernández Fernández, natural de San Sebastián de La Gomera, tengo a bien comunicar a usted para que lo haga presente en su periódico, que no habiendo boxeadores de ningún peso en la provincia, me proclamo campeón de Canarias del peso pluma, y doy quince días de plazo para que puedan retarme los que deseen contender conmigo en las debidas condiciones”.
El 25 de enero del citado año aparecía en las columnas del periódico “La Prensa”, de Tenerife, que dirigía Leoncio Rodríguez, este original desafío boxístico. El primero que hay que registrar en la historia del pugilismo canario. El reto tuvo su contestación siete meses más tarde. José Padrón, de Tenerife, fue quien le salió al paso. La propaganda para tan singular combate no pudo ser más escueta y simple: “El próximo domingo, día 25 de julio de 1925, a las dos y media de la tarde, se celebrará en el campo de deportes ‘Campo de la Avenida’ el campeonato de peso pluma de la región entre José Hernández y José Padrón, en 10 rounds de 3 minutos, con guantes de 4 onzas”.

El “Campo de la Avenida” -donde posteriormente se ubicó el ya desaparecido Cine Avenida- se había inaugurado oficialmente días antes del combate con previo desfile de “tropas de exploradores”, con el saque de centro de la madrina y con dos bandas de música. El plato fuerte de tan sonada jornada lo constituyó un encuentro entre el Hespérides, de La Laguna; y el Laurel, de la capital, que terminó con victoria del primero por 1-0.

Aquello no pudo ser un combate oficial porque no había jueces, cronometradores ni federativos. Las cuerdas del ring estaban desnudas; el piso, eran puras tablas, sin espuma, lona ni fieltro. José Padrón era enjuto y espigado; y lucía abundante pelambrera azabache. José Hernández, el gomero, que se hizo famoso porque se puño tenía “la potencia de una coz de mula”, era la antítesis física de su rival; en fin, un peso gallo que denotaba su afición por el gimnasio y por las halteras.

Ambos portaban calzones blancos que les llegaban hasta las mismas rodillas. El árbitro, Lecuona, comenzó a dirigir la contienda con chaleco pero luego, debido al calor, terminó quitándoselo. Desde cualquier ángulo se podía apreciar con toda claridad la esbelta torre de la Iglesia de la Concepción que casi “podía cogerse con sólo alargar las manos”.

En las sillas que bordeaban aquella parodia de ring, abundaban los “jipi-japas”, los gruesos mostachos y los cuellos duros. Muchos entrarían sin pagar porque el recinto estaba al aire libre.
El primer cronista boxístico de Canarias respondía al pseudónimo “Jab” y parece que era partidario del golpe en la nuca y de “revés” pues en su comentario decía “son del todo reglamentarios”. Se hacía un lío con el inglés. Al golpe le llamaba “puck” (que en realidad significa fantasma) y al peso ligero le denominaba leigh-welter. El cronista pedía “incautación de ”bolsas” antes del combate como garantía de que “ambos púgiles han de luchar de buena ley”.

El prestigioso Adalberto Benítez fue el fotógrafo que captó para las columnas de “La Prensa” las imágenes del “primer match de boxeo en Canarias”.
El combate tuvo poca historia porque sólo duró tres asaltos. El árbitro parece ser que fue el culpable, porque desde el primer momento “la cogió con el gomero” al que más tarde descalificó. Ambos contendientes eran rudimentarios sobre el ring. La técnica aún no había sido importada. A pesar de que los guantes eran solo de cuatro onzas, José Padrón, en el tercer asalto, “no podía levantarlos ni un centímetro”. Padrón se agachó porque no podía con su alma y el gomero se le vino encima. Esta escena decretó la incomprensible descalificación de José Hernández. No hubo silbidos, pateos ni insultos para el árbitro porque toda aquella gente era muy educada…

Este campeonato pluma de la región no tuvo tal carácter porque Padrón pesó 60 kilos y, José Hernández, 54. ¡Ninguno de ellos era peso pluma¡ Eran seis kilos de diferencia y a pesar de otras irregularidades esta desproporción siempre ha sido regla muy respetada sobre el cuadrilátero. Menos en aquellos tiempos en que para refrescar la cabeza del púgil metían ésta en un gran balde, y cuando surgía cualquier tipo de herida mandaban por esparadrapo a la farmacia más próxima.

Así transcurrió el primer combate de boxeo que se celebró en Canarias. Fueron muchos los que lo presenciaron, pero posiblemente ahora serán muy pocos lo que nos lo relaten como testigos presenciales. Era la época del “jipi.japa”, del grueso mostacho y del cuello duro y almidonado. Corría el año 1925.