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Marcos Nogueroles Hernández

Desde que tengo conciencia he admirado profundamente el boxeo mexicano. A estas alturas no es ningún secreto si digo que Julio Cesar Chávez es mi boxeador favorito de todos los tiempos. De hecho es algo que he repetido constantemente y es totalmente notorio.
Pero más allá del César, México siempre ha tenido grandes boxeadores, guerreros legendarios como Salvador Sánchez, estilistas valientes como el Finito López o más recientemente gladiadores como Barrera, Morales o Márquez.

Lo de Macías, Canto o el Púas ya es harina de otro costal.
A fin de cuentas: leyendas del boxeo, parte de la historia del mismo, héroes para su patria.
Cuando miro atrás y veo estos nombres me veo obligado a preguntarme qué es lo que ha pasado.

Cómo se empieza por esos guerreros y se acaba con boxeadores como Jaime Munguía cuya carrera está más programada que una tarde cualquiera de un canal de televisión.
Personalmente no termino de entenderlo. Un chico joven, fuerte, con muchas cualidades, rodeado por gente que sabe mucho de esto como Erik Morales y dirigido por otra leyenda del deporte como Óscar de la Hoya.
De entrada parece una carrera muy prometedora pero luego pasa lo que pasa siempre cuando hablamos de Munguía; que no pelea con nadie.
Al menos no con rivales destacables, pues los evita constantemente.
Y esto ya trae cola. No quiere pelear con Adames, tampoco quiso a Derevyanchenko y del campeón Demetrius «El horrible» Andrade no quiere ni oír hablar.

A fin de cuentas: Munguía tiene una carrera con números redondos pero con más ficción que una película de la Guerra de las Galaxias.
Evita sin ningún tipo de reparo los combates complicados, no sale de su zona de confort, no se expone y lo peor es que está quedando mal.
Los boxeadores de México siempre fueron los más valientes y ahora este solo quiere pelear con los Ballard de turno, no sea que le salga el tiro por la culata.
De esta forma este chico solo tira el orgullo mexicano por los suelos y el aficionado de su país no se merece eso.