Jon Otermin
@jonmaya10
Foto: Queensberry Promotions

Este circo consigue que no siga el boxeo tan al día como hace algunos años. Ver cómo los mejores hacen malabares constantemente para evitar a los ogros de su división me desquicia, es indigno. Sin embargo, combates como el del sábado en Wembley hacen que me reconcilie con el pugilismo. Pocos deportes tienen la capacidad de suscitar esa adrenalina en lapsos de tiempo tan acotados. Acostumbrado a los rounds de tanteo en los primeros compases, la forma en la que ambos boxeadores intercambiaron golpes desde que sonó la campana me sacó de mi ensoñación.

Más allá de análisis técnico-tácticos que dejaré a verdaderos expertos, saboreé doce minutos de pura acción. No es que no aprecie el talento que implica dominar un pleito desde la distancia o la defensa, pero lo del otro día en Londres fue un espectáculo anacrónico. Es inusual vislumbrar tamaña valentía en un duelo por el título mundial; hace no mucho los históricos brindaron sagas que todavía perduran en el recuerdo. Hagler, Hearns, Robinson, Durán, Bowe, Holyfield, Márquez, Pacquiao… la ristra de nombres legendarios nos evoca a épocas que ni siquiera viví como adepto de la dulce ciencia, y aun así las echo de menos.

El boxeo necesita de historias de redención como la de Daniel Dubois o trilogías como la que protagonizaron Tyson Fury y Deontay Wilder, entre otros ejemplos actuales. Sin los tintes épicos de antaño, parece harto complicado encandilar a generaciones venideras. Mal vamos si nos habituamos a ver a las estrellas más en redes sociales que sobre el cuadrilátero; cuanto más alejados de las filias y fobias de los promotores que se han adueñado de la industria, mejor. El arrojo de Dubois dio buena cuenta de ello.

Se le acusó de “blando” y “cobarde” por hincar la rodilla ante Joyce (más bien prefirió no quedarse tuerto y trabajar en una carrera todavía en plena ascensión). Usyk lo llevó a la escuela, no sin polémica, y a partir de ahí su equipo ha sabido potenciar virtudes y esconder flaquezas a las mil maravillas. Por el camino ha lapidado a Jarrell Miller y Filip Hrgovic antes de cruzarse con AJ.

Contra Joshua demostró que a sus 27 años está más que curtido y se ha ganado el cinturón por derecho propio. Le dio igual partir como underdog, sabedor de la dinamita que atesoran sus puños. No tardó en dañar a su compatriota, que llegó al coliseo inglés endiosado y se marchó con los mismos fantasmas que cercaron su figura tras caer ante Ruiz y Usyk. Le bailaban las piernas y se antojaba quimérico que sacase una mano salvadora. No fue así: en el quinto volvió a besar la lona.

Bravo, Daniel. Y gracias por la función.