Darío Pérez
@ringsider 2020
Hasta hace poco tiempo relativamente, el australiano George Kambosos (20-0, 10 KO) era un púgil relativamente desconocido. Incluso con un puntito bizarro, ya que se fue buscando la vida y, entre 2017 y 2019 llegó a pelear en su país natal, Estados Unidos, Malasia y Grecia. Un buscavidas nato.
Su nombre fue elevándose y creciendo de este modo en listas mundiales y, dadas sus capacidades de ofrecer buenos pleitos y tener un peligro moderado, llegó el momento en que fue visto por varios promotores como la víctima propicia para que sus púgiles se posicionasen a las puertas de los títulos mundiales. Le llamaban para perder, le daban por muerto de antemano, era el convidado de piedra a otras fiestas, un gladiador para los leones de las empresas de boxeo. Iba, como Luis XVI aquel día de enero de 1793, a ser ejecutado con sentencia previa.
Ni el excampeón mundial Mickey Bey en Estados Unidos ni Lee Selby en Gran Bretaña pudieron doblegar a Kambosos, que se convirtió en un tipo que se acostumbraba a dar la sorpresa, a un resiliente nato. Sendas decisiones divididas, que chocaron con un mayor merecimiento del oceánico de orígenes espartanos (de ahí su sangre guerrera) le auparon a un lugar que siempre soñó, aspirar a un campeonato mundial; deberíamos decir, perdón, a un lugar mejor que el que siempre soñó, ser campeón del mundo unificado de tres de los cuatro organismos (ejem, ejem, WBC, siempre tiene que haber alguien dando la nota en el boxeo actual) y The Ring. En otras palabras, verse en una pelea para dilucidar al mejor peso ligero, el más concurrido por estrellas de la actualidad, del mundo.
Kambosos llegó, vio y venció. A lo Julio César tras Zela, ya que estamos con la historia. Destronó a Teófimo López, un rival que había machacado a todo quien se le había plantado delante, incluido Vasyl Lomachenko. Salió del Madison Square Garden el pasado noviembre con otra decisión dividida a favor y deseando ser pulpo para poder atesorar tanto cinturón como se llevaba para casa.
Cuatro meses después, volvemos a las vicisitudes del pugilismo de hoy. No sabemos nada de sus planes, solamente que quiere pelear en casa, quiere celebrar con los suyos el gran momento que está viviendo; «un estadio, quiero llenar un estadio en Australia», ha señalado. Y novias no le faltan, al menos deportivas. Devin Haney, el campeón mundial, según parece, WBC, le quiere para quitarse de dudas y tener campeón indiscutible, si alguien tiene dudas al respecto; Lomachenko, para recuperar su botín. Gervonta Davis no le quiere porque ha elegido pelear contra la gente de su promotora antes que ser el mejor. ¿O se lo han elegido, habría que rectificar? En todo caso, no está dentro de la ecuación y simplemente ha acumulado títulos WBA secundarios en los últimos años, con una honrosa excepción en un peso en el que ya no pelea.
Toca pelear. Haney ha dicho estos días que ha aceptado todas las exigencias de Kambosos, quiere el OK definitivo. Por su parte, Lomachenko presiona diciendo al australiano por redes que nadie supera la oferta que le han hecho de su parte. Por su parte, Ryan García comentaba que su próximo combate sería contra el poseedor de los títulos, antes de hacer lo que todos esperábamos, anunciar un oponente de segunda fila.
Sea como fuere, estamos a días, semanas, de saber qué ruta elige George Kambosos. De lo que nadie duda es que ahora mismo, el de origen griego, como en su día Fernando VII, «el deseado» por los grandes nombres del peso ligero.