Antonio Salgado Pérez
(ansalpe38@hotmail.com)

En los umbrales del cuadragésimo aniversario de su óbito aún seguimos recordando al más famoso historiador del boxeo universal; al escritor pugilístico más reputado de todos los tiempos. Se llamaba Nat Fleischer. Había nacido y vivido en Nueva York. Su residencia era un museo- “Hall of Fame”-, compuesto de estatuillas de yeso y bronce; de guantes de crin; de litografías, dibujos, fotos y retratos; cinturones y diplomas; pergaminos, cartas y ficheros atesorando la biografía de combate a combate, asalto por asalto, del desarrollo del pugilismo a lo largo de los siglos.

“Mr. Boxing”-así también se le conoció -, con su inseparable pajarita, sus ojos adormilados y su nariz judaica, jamás recibió impactos enguantados. Fue de las pocas facetas que no ejerció el erudito Nat dentro de este deporte de violencia reglamentada.

Inició su faceta boxística siendo estudiante de la Universidad de Nueva York, escribiendo en el “Morning World” .En años sucesivos fue director de las secciones de deportes de más de la mitad de los periódicos de la ciudad de los rascacielos. En 1922, siendo aún director deportivo del “New York Evening Telegram”, fundó su propio “The Ring”, revista que fue considerada en todo el mundo como la biblia del deporte. “The Ring”, durante cincuenta años, contabilizó, puntuó, ascendió y degradó boxeadores a través de su prestigioso “ranking”, fuente donde todos los cronistas de esta manifestación hemos bebido para saciar la sed de la duda.

En varias ocasiones, el cronista- que siempre ha añorado su ausencia porque con la desaparición se desgaja un competente vínculo- tuvo contactos epistolares con este crítico de autoridad internacional. Y no podemos olvidar que en cierta ocasión le enviamos los historiales de tres púgiles isleños y, al mes siguiente, dos de éstos, Juan Albornoz Hernández “Sombrita” y Domingo Barrera Corpas, eran incluidos en su prestigiosa lista, haciéndonos comprender desde aquel momento que no solamente hacía falta conseguir éxitos sobre el ring sino que éstos había que airearlos, exponerlos, darlos a conocer a diferentes niveles de nuestras limitadas escalas para más tarde, tras un exhaustico e imparcial análisis, fuesen debidamente catalogados y clasificados.

El cronista atesora en su biblioteca tomos pugilísticos de autores tan significativos como Conan Doyle, Jack London, Tristan Bernard, Ernest Hemingway, Fernando Vadillo, Manuel Alcántara, Ignacio Aldecoa, entre otros; pero también posee un libro que sólo podía escribir Nat Fleischer. Dicho volumen , narrado en estilo suelto, fácil y popular, es uno de los estudios más completos y autorizados redactados sobre la materia con el valor de un gran documento. En “Colosos del boxeo”, Fleischer empieza con James Figg, primer campeón, británico, proclamado en 1719; y sigue paso a paso la historia de los grandes campeonatos hasta llegar al incomparable Joe Louis, por el que Nat sentía auténtica admiración. Las anécdotas , cómicas y trágicas; el panorama completo de este apasionante deporte, llenan de sabor este inapreciable libro que fue durante muchos años la referencia más básica de la historia del boxeo en los pesos pesados, la denominada “categoría reina”.

Nat Fleischer, que falleció cuando tenía 85 años, lo había visto todo. Vio al primer campeón del mundo de raza negra, aquel púgil de gigantesca figura y sonrisa metálica, al legendario Jack Jonhson, que conquistó sus laureles ante el diminuto Tommy Burns, para después ser destronado por otro gigante, el yanqui Jess Willard, en resultado que levantó una marejada de dudas..Y vio al último campeón negro, aquel tren de ritmo trepidante que respondía por Joe Frazier,

En toda discusión, en toda polémica, su opinión era considerada, siempre, como la última palabra..Antes de su óbito se lamentaba de la decadencia del pugilismo, cuyos intérpretes actuales “son muy inteligentes , pero menos fuertes y agresivos que los de antaño”

Aún permanece en nuestra memoria que en el majestuoso Madison Square Garden, y antes del combate entre el panameño Roberto Durán “Mano de Piedra” y el británico Ken Buchanan, se guardó un minuto de silencio en homenaje póstumo al más erudito y prestigioso crítico que ha dado este controvertido deporte

(Por determinadas circunstancias y paisanaje, nos van a permitir este postrero paréntesis. En el citado combate, celebrado el 26 de junio de 1972, valedero para el campeonato mundial de los pesos ligeros, Ken Buchanan perdió su cetro universal al ser derrotado por k.o. en el decimotercer asalto. Dos años antes, en Madrid, el tinerfeño Miguel Velázquez se proclamaba campeón de Europa de los pesos ligeros al derrotar por puntos, en quince inolvidables asaltos, al citado Ken Buchanan, que luego se proclamó campeón del mundo ante Ismael Laguna, título que revalidó frente a Rubén Navarro, el propio Laguna, para perderlo ante el aludido Roberto Durán)

Todos estos recuerdos han brotado en la lejana y luctuosa efemérides de Nat Fleischer.