
Antonio Salgado
(Del libro en preparación “Hitos del Boxeo en las Islas Canarias)
—Mira; es “Young Ciclone”; es el que boxea mañana en la Plaza de Toros…!
Estamos en los albores de la década de los 50 del pasado siglo. En los “carritos” de la Rambla del General Franco de Tenerife, -hoy rambla de Santa Cruz- se expendían, como golosinas, tamarindos, algarrobas, chochos, pirulines, etc.
Estábamos entusiasmados con la chita de Tarzán, el Guerrero del Antifaz, Cantinflas y Fu-Manchú… Por aquello del horario nocturno y la intemperie del coso taurino santacrucero, mis padres no me dejaban ir al boxeo. Allá, por las inmediaciones del “Portón de Oro”, popular restaurante de la época, estaba aquel personaje menudo, de mirada casi oblicua, con cejas lustrosas y perenne sonrisa metálica. Le acompañaba su protector, Sebastián Reyes, que lo había traído de su Gran Canaria natal, que luego lo presentaría en Tenerife; que le daría ánimos para que hiciera una gira por la Península y todo el extranjero, cuando ir a la Península era “ir a la Península” y al extranjero, como un sueño.
Eran aquellos tiempos donde uno, a través de cromos y estampillas que venían como “gancho tabacalero”, convertía en ídolo al futbolista de turno, a la actriz en candelero, al boxeador de moda…
En el estío de 1977, y con sus 59 años nos dejó para siempre Nicolás Santana Vera, pugilísticamente conocido por “Young Ciclone”, que, en su día, nos confesó: “Mi preparador me puso este sobrenombre porque siempre había admirado al boxeador catalán José Llansama Omedes, una estrella de los años 20 del pasado siglo, que tenía idéntico pseudónimo”.
Con anterioridad y, en el siempre recordado e irrepetible semanario deportivo Aire Libre, que dirigía Julio Fernández, hilvanábamos la biografía de aquel boxeador que se había convertido en el primer canario que conseguía un título de España en el terreno profesional. ¡Con qué cariño, mimo y nostalgia nos fue enseñando aquellos álbumes preñados de amarillentas fotos, recortes y crónicas! Tras una infancia cuajada de privaciones, debutó como rentado a los quince años, en Telde (Gran Canaria), tras decirle a su padre “que tenía que firmar unos papeles para trabajar en las guaguas”, cuando en realidad le puso delante su futura licencia de boxeador, estamento que su progenitor no admitía.
Allá, en Las Palmas, ya retumbaban en los recintos deportivos los nombres de los Carretas, Matías “La Araña”, Manolo Cañeda, Montenegro, “Kid Olivera”, “Risko”, “Pantera”, “Firpito”, el superclase del boxeo palmense de aquel entonces.
Dura y difícil época le tocó vivir al púgil isleño. Por su coraje, por su valor, estaba en óptimas condiciones de encaramarse en el simbólico trono europeo de los pesos plumas. Pero tuvo enfrente a dos “sombras”, a dos pesadillas, a dos pugilistas de excepción: Luis Romero y Luis de Santiago, que compartían honores con aquella otra pléyade de históricos del ring: García Álvarez, Juanito Martín, Justo Gascón, Peiró, Llácer, Ben Buker I, Paco Bueno, Ignacio Ara, etc.
“Este guanche es un colosal encajador”, dijo de él Luis Romero, el temido noqueador que jamás pudo anestesiar con sus puños a Ciclone.
“Temo tirar a la lona al canario, pues si esto sucede se convertirá en un huracán, en un ciclón que todo lo arrasa por su extraordinaria combatividad”, dijo de él Luis de Santiago, uno de los púgiles más peligrosos y científicos que había dado el pugilismo ibérico.
Triunfador o vencido, nuestro “Young Ciclone”, siempre derrochó caballerosidad y nobleza entre el ensogado. Era de los que sonreían al final de la pelea. Era de los que siempre se apresuraban a saludar al rival. Un “mirlo blanco” de este cuadrado donde la violencia tiene su reglamento y donde no vale la bofetada del pusilánime.
Dieciocho años bregó con guantes de seis onzas y vendajes duros. “Disputé más de un centenar de combates” nos dijo, que dejaron inevitables estigmas exteriores, no interiores, ya que se distinguió por su enorme espíritu de sacrificio, que pueden confirmar los noctámbulos que le vieron hacer footing a partir de las cuatro de la mañana por los aledaños de La Isleta, el Parque de Santa Catalina o Las Alcaravaneras. Su amor al gimnasio y su vida higiénica y moderada la pueden ratificar quienes le veían acostarse todas las noches a las nueve.
Ganó el título español de los plumas a Lloveras, en Barcelona, en 1945, arrebatándoselo más tarde en la Plaza de Toros de Las Ventas, Luis de Santiago.
Con no disimulado orgullo siempre nos decía: “Gracias a los cuidados de “mi negrita” –su esposa- pude conseguir aquel fajín”.
Si hubo matrimonio unido, alegre y modélico fue el formado por Nicolás Santana y su mujer, con su único fruto, Jorge “Cicloncito” Santana, más partidario de los libros de bachillerato que de los guantes de crin.
Esta ha sido a grandes rasgos la semblanza de quien en su juventud interpretó al ansiado tándem del valor y del coraje, y más tarde, en la tranquilidad del hogar, la bella lección del amor y de la concordia.