Jon Otermin
@Jonmaya10

Suena el despertador cuando el reloj marca las cinco de la mañana. “Otro día más en la oficina”, que diría aquel. Ahora toca mover el culo en ayunas, como siempre. Auriculares, gorro y al monte. Tras una hora corriendo por las inmediaciones regresa al cuartel general para reunirse con su psicólogo y comer algo hacia las diez de la mañana: avena con bayas frescas, nueces y, a veces, un plátano picado.

De vez en cuando un zumo de naranja tampoco viene mal. Al mediodía, un poco de natación, levantamiento de pesas o incluso cardio adicional. También intercala sesiones de tenis y baloncesto, dependiendo de lo que mande el jefe. Un par de horas para afilar sus guantes y se verá con su fisioterapeuta. Así es el extenuante día a día de un campeón.

Pero este no es un monarca cualquiera. Dicha pulcritud técnica no está al alcance de la mayoría de los mortales. En ocasiones es algo innato, potenciado al máximo por los mejores entrenadores. Sus sesiones de combate se componen de 15 asaltos de cuatro minutos, con 30 segundos de descanso en medio. Los compañeros de sparring rotan cada tres rounds, a menos que, como sucede ocasionalmente, se vean abrumados prematuramente por el excesivo volumen de golpes. En ese caso abandonan antes de tiempo. No extraña cuando te enfrentas alguien capaz de aguantar la respiración durante cuatro minutos y medio bajo el agua.

Entre tamaña marabunta de deporte, su amor por la pesca es lo único que lo aísla del mundo en el que se ve inmerso a diario. La serenidad del lago le permite desconectar del boxeo y el tenaz gen competitivo que lo impulsa. A pesar de la necesidad de un respiro, procura que la rutina no varíe demasiado, independientemente de dónde esté.
Allí se encuentra él, en Camarillo, California. Un tatuaje en su pecho muestra un par de guantes, justo donde se sitúa el corazón. Debajo, sobre sus abdominales, un rostro que lo persigue a diario: el de su progenitor.

Creado para dominar
Se dice que llegó al mundo con guantes en las manos, si bien su nacimiento no fue más que otra etapa de un proyecto científico ideado por su padre años atrás. Ungido en Bílhorod-Dnistrovsky, a la orilla del Mar Negro, los orígenes de Vasyl Anatoliyovych Lomachenko distan mucho de ser los habituales en el pugilismo soviético. El puerto de la ciudad, lugar donde los marineros temían a las tribus salvajes en el pasado, se encuentra muy alejado de grandes urbes como Kiev o Karagandá. Surgida de un asentamiento de colonos de Mileto en el siglo VI antes de Cristo, se trata de un lugar de más de dos milenios de antigüedad. El propio Vasyl destaca el “amor por el deporte” que se respira en aquel lugar. Sin embargo, su incursión en el ring no fue fruto de los duros métodos tradicionales practicados en los países del Este.

Nunca necesitó de grandes esfuerzos para sobrevivir, ya que su madre Tetiana era, y sigue siendo, gimnasta y artista marcial y Anatoly, su padre, fue boxeador amateur y profesor de educación física. Con los años, dejaría sus labores en la escuela para mutar en una especie de Dr. Frankenstein conocido como ‘Papachenko’: un hombre que soñaba con engendrar un retoño que se erigiese como el mejor boxeador de todos los tiempos. Sus métodos fueron absolutamente revolucionarios, muy avanzados a su época y alejados de los límites del boxeo ortodoxo.

Lomachenko vs. Rigondeaux

Cuentan voces ligadas a la familia de Hi-Tech que se enfundó sus primeros guantes tres días después de haber nacido. Hay quien diría que son meras habladurías, a pesar de que Anatoly ya tenía en mente la carrera de un niño que no llegaba a la semana de vida. Vasyl no recuerda demasiado sobre su infancia en Ucrania, excepto los entrenamientos que realizaba desde muy temprana edad. Con la llegada del estío, el pequeño se dedicaba a la venta ambulante de helados y periódicos por la ciudad. Alejado de la miseria que sí padecieron otros en su juventud, aquel era un trabajo sin el que hubiera podido subsistir.

Tetiana y Anatoly, enfermos de la práctica deportiva, alentaron a su hijo a jugar a hockey sobre hielo, baloncesto y montar a caballo. Cuantas más disciplinas probase, mejor para su desarrollo. Existe una curiosa anécdota que lleva años recorriendo el mundo del pugilismo: Anatoly, que quiso poner a prueba el compromiso de su hijo para con la dulce ciencia, privó a este de boxear durante cuatro años y lo empujó a dar clases de danza tradicional ucraniana. El objetivo era mejorar su coordinación y juego de pies, uno de los mejores que se han visto sobre la lona.

Pese al indudable resultado, Loma no guarda con agrado aquellos años. Es franco cuando dice avergonzarse de la relación de su paso por la danza para potenciar sus aptitudes. Con todo, la obstinación de Anatoly se hizo notar con el paso de los lustros, ya que sus pies escapan a las embestidas de cualquier rival, logrando ángulos que prácticamente nadie consigue tapar.
«Cuando entré por primera vez al gimnasio, lo que me enseñó mi padre fue cómo mantenerme de pie y moverme. Después me mostró cómo golpear», apunta. A partir del primer golpe, el experimento echó a andar.

Ascenso al Olimpo
Hablar de los logros de Lomachenko antes de firmar un contrato profesional se reduce a perorar sobre el mejor pugilista de la historia del campo amateur. Su récord de 396 victorias por una sola derrota, contra el ruso Albert Selimov cuando tenía 19 años, es incontestable. Asimismo, The Matrix pudo vengar su única mancha en dos ocasiones, primero en los Juegos Olímpicos de 2008 y después en las World Series Boxing de 2013.

Tras los combates, tenía por costumbre regalar una bandera ucraniana a sus rivales. Selimov, en cambio, la tiró a un lado en la primera revancha. Parecería perfecto si jamás hubiese perdido aquella semifinal de Mundial en Chicago, pero lo cierto es que la derrota lo hizo mejor que nunca. Le permitió sufrir y crecer para trascender al propio deporte.
Su primera coronación ante el gran público llegaría en agosto de 2008 en Beijing, lugar de consagración de leyendas como Michael Phelps, ya medallista, o Usain Bolt. El dominio esgrimido en el peso pluma fue exultante para labrarse su primera presea dorada en territorio chino. Todo ello con la incansable figura de Anatoly al lado.

No importa a cuántos miembros de la familia prometiesen una victoria, ni cuánto sacrificasen de su infancia para entrenar; Loma sepultó sus historias y envió de vuelta a casa a todos y cada uno de sus rivales con una derrota, si no fueron dos. La habilidad y la fortaleza para caer una sola vez en casi 400 combates es una muestra casi irracional de insultante superioridad en una disciplina deportiva.

Antes de llegar a sus segundos Juegos en 2012, ganó las WSB en 2009 y 2011. Una vez en Londres, volvió a dejar patente que era el mejor del mundo, con un oro en el peso ligero. En aquellas andanzas pre-profesionales siempre gozó de un compañero de armas a quien todavía continúa ligado: Oleksandr Usyk. Ambos vencieron a Sam Maxwell y Joe Joyce, respectivamente, la misma noche en que el conglomerado ucraniano peleó contra Gran Bretaña.

Las metas habían llegado a su fin. Si quería vivir de lo que mejor se le daba, tendría que buscar un promotor válido para organizar veladas con boxeadores de renombre. Bob Arum, archiconocido empresario y gurú del boxeo estadounidense, no perdió la pista al diamante soviético y decidió firmarle su primer contrato. Arum, quien guió parte de la carrera de Muhammad Ali, cree que su nuevo protegido podría superarlo como el mejor pionero del deporte. No obstante, su personalidad discreta podría no ayudarlo como lo hizo el carisma de The Greatest, referente en el activismo por los derechos civiles.

Además del retrato de su padre, los símbolos olímpicos siempre adornarán sus bíceps, en homenaje a las dos medallas de oro cosechadas. «No separo a mi padre de mi entrenador. A veces, por supuesto, tenemos problemas y discusiones. Pero siempre prevalece el hecho de ser familia», dice Lomachenko.

El método Anatoly
Nadie duda de que el régimen de entrenamiento de alta tecnología de Anatoly fue esencial en el éxito de su vástago. Las clases de baile tan sólo supusieron un comienzo en esta historia. A día de hoy, sus rutinas de entrenamiento incluyen todo tipo de pruebas y variantes, desde malabarismos, golpear una pelota de tenis atada a una gorra, patinar, contener la respiración bajo el agua o incluso moverse haciendo el pino, ejercicio que le expuso su madre.

Utiliza este tipo de prácticas después de la sesión convencional, cuando está cansado física y mentalmente, para mejorar su concentración bajo estrés. Para más inri, tiene un psicólogo particular que le da complejas ecuaciones matemáticas cuando está agotado. “Me ayuda a controlarme, a tomar decisiones rápidas y a estar tranquilo cuando sea necesario”, asevera. Y por si eso fuera poco, también trabaja la mente jugando al ajedrez y realizando ejercicios de memoria. Cada eslabón compone una parte del puzle, diseñado para mantener el cerebro tan en forma como el cuerpo. Todo debe estar sincronizado.

En el training-camp de Anatoly nada puede quedar en el aire, de modo que se instalaron microchips en las vendas de Vasyl para registrar todos sus golpe. Estas técnicas podrían verse hoy en el centro olímpico de Gran Bretaña, pero hace una generación en Ucrania la idea era absolutamente innovadora. A pesar de ello, todo está encaminado a un mismo fin: el combate, único vestigio del entrenamiento de la vieja escuela.

El equipo ucraniano tiene una constante batalla por encontrar compañeros de sparring adecuados, ya que Loma se suele tomar las sesiones como un combate real. Este hecho deriva en frecuentes asistencias médicas para sus contrincantes. Son comunes hombres más grandes que el propio Vasyl, bien por plantearle un verdadero reto o por la falta de adversarios dispuestos a encerrarse entre las dieciséis cuerdas con él.
Probablemente nadie se acerque tanto a la perfección como Lomachanko en el boxeo actual, pese no gozar de un récord impoluto. Frustrado el deseo de ser campeón mundial en su debut profesional, en su segundo combate el ucraniano, aún en el peso pluma, desafió por el título de la WBO al veterano Orlando Salido. El mexicano rebasó las 126 libras (57,150 kg) en el pesaje y luego se rehidrató hasta las 147 (66,700 kg), once más que su rival. Aprovechando su tamaño, convirtió la pelea en una farragosa disputa, repleta de golpes bajos, para vencer por decisión dividida.

Laurence Cole, árbitro de la contienda, fue contundentemente criticado por la forma en la que condujo el combate. Por su parte, Loma había aprendido la lección: «Ahora sé que el boxeo profesional no es un boxeo amateur. Si tu oponente pelea sucio, también tienes que pelear sucio». Aquel golpe fue lo que necesitó para cambiar el rumbo hacia un estilo inexpugnable.

La decepción quedaría allí, cuando el 21 de junio de 2014 se llevó el título de la WBO en su tercera pelea contra Gary Russell, protagonizando una auténtica exhibición. A la postre sería el campeón más rápido de la historia en dos y tres pesos diferentes, imponiéndose a primero a Román Martínez y después a Jorge Linares, contra quién por momentos pareció “humano”.

Un precursor inaudito
Su técnica es tan exquisita que a veces el ojo humano se cuestiona si trata de golpear a sus oponentes o simplemente juega con ellos durante unos asaltos. En su lista, cuatro rivales consecutivos abandonaron en una tendencia tan inaudita que raya en lo absurdo: Miguel Marriaga, Jason Sosa, Nicholas Walters y Guillermo Rigondeaux no quisieron prolongar sus derrotas, apabullados por la superioridad del ucraniano. De ahí surgió el sobrenombre ‘No Más Chenko’, en honor al mítico abandono de Roberto Durán frente a Sugar Ray Leonard en 1980.

Presumiblemente, se trata del mejor luchador libra por libra a día de hoy y, a juicio de algunos expertos, la figura más pulcra que se ha visto sobre un cuadrilátero. «Es muy temprano para hablar porque tengo un largo camino por recorrer», declaró en 2017. Pese a no sonar presuntuoso con frecuencia, es un provocador nato cuando se lo propone, especialmente en el ring. Lleva zapatos tan extravagantes que solo unos pies de baile tan talentosos como los suyos podrían calzarlos adecuadamente. Un tipo estrafalario, en definitiva, siempre a contracorriente. Sus grandes pasiones son la ropa y los coches rápidos, lujos habituales entre superestrellas. Por eso siente cómodo en California, donde entrena para afrontar sus combates. Gustos a un lado, nada como el hogar; aún vive a tiempo completo en su ciudad natal.

Ya sea en Kiev o en Oxnard, Loma pasa tanto tiempo perfeccionando su juego de pies que agota y despacha entrenadores y botas casi tan rápido como sus oponentes. Los compañeros que tuvieron la suerte de compartir asaltos de entrenamiento con él aseguran que se siente como “pelear con cuatro hombres a la vez”, para al final ser arrastrado lentamente hacia las profundidades del océano y perecer ahogado.

La mayoría de luchadores son producto de su propio entorno, pero él siempre estuvo destinado a cotas mayores: es la encarnación de un experimento ideado incluso antes de que naciera. Echando la vista hacia atrás, más allá del Telón de Acero, hay boxeadores soviéticos cuyos antecedentes los han moldeado para un estilo clásico, como Gennady Golovkin o los Klitschko.

Las siguientes generaciones, en cambio, soñarán con practicar el revolucionario e inimitable proceder de Lomachenko, germen de un método único. La capacidad de fintar con cada parte de su cuerpo, técnica pulida al milímetro, o su sencillez a la hora de castigar las aberturas. Vive y respira boxeo, y el día que decida retirarse la parroquia pugilística perderá a uno de los mejores que ha visto.

Esa asfixiante presión, unida a una frustración incesable…es la penitencia de encontrarse frente a una máquina perfecta.