Juan Lampazo

Han pasado ya tres décadas desde que la televisión devolvía al boxeo a ese lugar que en España nunca debió de perder. Eso sí, a unas horas intempestivas y principalmente a través de un canal de pago. Habían pasado casi otros 20 años desde que Urtain, Durán, Pedro Carrasco o Perico Fernández abrieran espacios de radio y televisión y acapararan los titulares de los periódicos.

Y es que, tras la transición española, la población pareció volver su mirada hacia otros aspectos deportivos y culturales, relegando el pugilismo a un plano secundario. Buen ejemplo de esto es que algunos medios de relevancia como es el caso de El País, llegaron a posicionarse en contra del boxeo hasta el punto de informar que su línea editorial no publicaría informaciones relativas a la competición en este deporte, salvo que se tratase de accidentes de púgiles o cualquier otra noticia que mostrara el sórdido mundo que le rodea. Ahí es nada.
Hubo de transcurrir un buen período hasta que a finales de los 80 y comienzos de los 90 el boxeo se colara de nuevo con fuerza en nuestros hogares, gracias en gran medida a las veladas que protagonizaba aquel joven neoyorkino con aspecto fiero llamado Mike Tyson. Sus combates no pasaban desapercibidos para nadie, aficionado al boxeo o no, y tras su desenlace la pregunta más recurrente era cuando sería la próxima pelea.
En una época en la que en España poco más sabíamos de los casinos y su historia, presente desde hace siglos en nuestra sociedad, casi llegamos a identificar todos y cada uno de estos imponentes establecimientos que en Las Vegas, Atlantic City o Nueva York acogían la mayor parte de los combates de “Iron Mike”.

Tal era la repercusión de aquellas veladas pugilísticas que muchos aficionados incluso nos llegamos a familiarizar con nombres como Mills Lane, Richard Steele o Joe Cortez, algunos de los árbitros estrella que habitualmente dirigían dichos combates.
Para ese público a priori no demasiado devoto, no hay duda que Mike “Kid Dynamite” Tyson le dio otro aire a lo que en ese momento era el boxeo en nuestro país, convirtiéndolo casi de la noche a la mañana en un deporte mediático. Durante el día posterior a una de esas veladas, llegó a convertirse en algo bastante común escuchar los comentarios sobre la misma en cualquier ámbito laboral o de ocio, al igual que sucedería unos años después con la presencia de Fernando Alonso en una carrera de Fórmula 1. La gente hablaba del gancho, el crochet, el uppercut o de una mandíbula de cristal, como hoy lo hacen de un regate de cola de vaca o un centro de rabona tras un partido de fútbol. Un Mike Tyson Vs. Evander Holyfield llegó por momentos a recordar un “clásico” Real Madrid – Barcelona.

Lamentablemente esta tendencia no duró tanto como nos habría gustado debido en gran parte a los acontecimientos negativos que rodearon la carrera de Mike Tyson. Si con 20 años logró convertirse en el campeón del mundo de los pesos pesados más joven de la historia, lo que prometía convertirse en un largo reinado comenzó a resquebrajarse tan solo 4 años después con su sorprendente primera derrota y todos los problemas personales que llegarían a continuación. A partir de ahí, las idas y venidas del chico malo de Brooklyn tan solo dejaron ver la sombra del púgil que llevaba dentro.

En cualquier caso, guste más o guste menos, Mike Tyson ha entrado en la historia como uno de los grandes de la categoría de los pesos pesados. Cierto es que quizás no era un boxeador perfecto, pero al margen de su descomunal pegada gozaba de muchas otras virtudes que en demasiadas ocasiones no han sido suficientemente valoradas. Su agresividad y determinación en el ring, junto a ese colmillo para lanzarse sin piedad a por sus rivales lo definieron como el boxeador más temido del mundo, dotándolo de un carisma entre el público que nunca dio la sensación de haber buscado.
En junio de 2011 ingresó en el Salón Internacional de la Fama del Boxeo junto a otra gran leyenda de la época como fue el mexicano Julio César Chávez y con otro ilustre como fuera en su día Rocky Marciano.