José Manuel Moreno
@josemorenoco

Un año después, un haitiano de origen, nacionalizado canadiense, Bermane Stiverne (24-1-1, 21 KO) y un estadounidense de padres mexicanos, Chris Arreola (36-4, 31 KO) se volvían a ver las caras. Pero esta vez con el título mundial más prestigioso en juego, el del WBC. Ambiente favorable al californiano, que para eso boxeaba en su «casa» de Los Ángeles. Cuatro mil espectadores en el Galen Center, una cifra muy baja para un combate de campeonato del mundo. Televisión en abierto, la ESPN.

Arreola pareció haber aprendido la lección de abril de 2013. Boxeó agresivo, soltó más golpes y fue ganando asaltos. Stiverne se mostró muy seguro de sí mismo, guardia baja, parecía tenerlo todo controlado, incluso en los mejores momentos del californiano. Pero en el sexto asalto llegó el momento de la pelea, una derecha del haitiano-canadiense a la cabeza de Arreola le hizo tambalearse y caer. Cuenta de protección y Stiverne que se fue con todo a liquidar el asunto. Golpes por doquier, Arreola otra vez por los suelos, hasta con la cabeza fuera del cuadrilátero. El árbitro tenía motivos más que suficientes para detener ahí la pelea, pero irresponsablemente decidió que Stiverne siguiera acribillando a un pelele. Cuatro, cinco golpes de más, a la salud de Jack Reiss. Y ahí se desató la locura. Mientras Arreola se levantaba aparentemente en buenas condiciones, Stiverne permaneció tendido, boca abajo, en el ring, no menos de dos minutos.

Paradojas del boxeo y de la euforia por ser heredero, mejor o peor, pero heredero del cinturón de Muhammad Ali y Mike Tyson, entre otros. En los primeros cinco asaltos, dos jueces llevaban merecidamente 48-47 por delante a Arreola, mientras el tercero tenía a Stiverne arriba por un punto. Stiverne, además de la gloria, se llevó 165.000 euros y Arreola, además de la tristeza, solo 73.000 euros. El peso pesado se cotiza barato en este siglo XXI. Menos mal que la sombra de Deontay Wilder es alargada. O al menos así lo esperamos.