Jorge Lera
@JorgeLeraBox

Abandonó al acabar el sexto, como Sonny Liston. La batalla entre los dos mayores maestros del noble arte del boxeo acabó en decepción. No es que se esperara uno de esos combates de acción, de los que emocionan, pero sí una gran partida de ajedrez, disputada y competida, repleta de genialidades. No fue así. Las blancas parecían que jugaban con cuatro reinas y las negras solo con timoratos peones. Uno, Lomachenko, cumplió con creces, Rigondeaux no.

Un gran campeón está preparado para aguantar el dolor y el sufrimiento pero no sabe convivir con la impotencia y la humillación. Le ocurrió a Roberto Durán en su revancha ante Sugar Ray Leonard. Fue tras acabar el sexto cuando el chacal cubano dijo su “no más”. Muchos años antes, en 1964, Sonny Liston, vapuleado y puesto en evidencia por un joven e insolente Cassius Clay, abandonó en la banqueta por una lesión en el hombro. Rigondeaux se señaló la mano. La mirada del cubano, triste, misteriosa, taciturna, desinteresada, cansada, recordaba la del viejo Sonny. Como si sus 37 años y todas las batallas y sufrimientos le hubieran caído de golpe en una misma noche. Cuando tu rival es más fuerte y te das cuenta de que está más rápido y acertado que tú, y que te supera en todas las acciones, solo queda una opción de victoria: sufrir, aguantar y jugártelo todo a una mano ganadora que cambie el rumbo del combate. Pero eso, a lo largo de los asaltos, lleva un precio muy alto y Rigondeaux no se sintió dispuesto a pagarlo. Se rindió sin combatir.

Muhammad Ali aguantó todo su combate ante Ken Norton con la mandíbula fracturada. Nuestro Poli Díaz, ante Whitaker, y a pesar de no estar bien preparado, no dejó de intentarlo hasta el final con dos costillas rotas. Perdieron pero lo intentaron. Hay infinidad de ejemplos en la historia. Locura e inconsciencia, sí, pero va en la naturaleza del boxeo. Y a veces hasta sale bien. Se me viene a la cabeza un campeonato británico del peso pesado en el que a Danny Williams se le salió su hombro derecho, aguantó y dos asaltos más tarde noqueaba con su izquierda a Mark Potter. El legendario combate entre Julio César Chávez y Meldrick Taylor también vale de ejemplo.

Es más que probable que la lesión exista, no lo ponemos en duda. En el 64, los mentores de Liston presentaron un informe médico que detallaba lo dañado que su boxeador tenía el brazo. Aunque en realidad, la gente que rodeaba al excampeón del pesado era especialista en técnicas de persuasión que hubieran llevado a cualquier galeno a documentar que el boxeador estaba embarazado, si hubiera sido menester. Era gente que no se andaba con chiquitas.

Sí, seguro que el daño existe, pero Rigondeaux no abandonó por una lesión en su mano, lo que tenía herido era su orgullo. Le estaban haciendo lo que tantas veces hizo él a sus rivales. Como Liston, Rigondeaux se sintió viejo y cansado. Y decidió marcharse.
Fue un combate extraño. Jamás habíamos visto a Lomachenko fallar tantos golpes ni a Rigondeaux recibir tantos impactos. No hay duda, son dos maestros y Rigo hacía fallar mucho al ucraniano, pero su aportación en ataque era nula. Era Lomachenko el boxeador que imponía su voluntad, más acertado y dinámico, más fresco y pujante. Su doble jab, sus fintas, sus desplazamientos, hasta su lenguaje corporal hacían patente que iba a ser el claro dominador del pleito. Para el ucraniano no era una contienda para brillar sino para ganar y consolidarse como indiscutible estrella. Prueba más que superada.

Para acceder a este combate y su recompensa económica, el cubano tuvo que ceder mucho, saltar dos categorías e ir a enfrentarse al boxeador más en forma con una evidente desventaja. No le quedaba otra. Como Liston, Rigondeaux era el campeón al que nadie quiere. Posibles combates con las estrellas de su división se desvanecían. Ninguno quería medirse con el Chacal ¿Para qué? Rigondeaux no genera dinero, no es taquillero. La recompensa económica por enfrentarse al cubano es pequeña y lo más seguro es que, no solo te gane, sino que te deje en evidencia. Es lo que le pasó al promotor Bob Arum cuando decidió, en un paso mal medido, encerrar en un ring a su estrella, Nonito Donaire, con Rigondeaux y el cubano le deshizo todos los planes de futuro. De eso hace casi cinco años. El viejo zorro de Arum nos sorprendió recientemente, a sus 86 años, manifestando que el secreto de su longevidad y su buena salud es que desde los 30 años fuma marihuana. El canuto que a buen seguro se fumó este sábado después del combate le tuvo que saber a gloria, a victoria y a venganza en plato frío. Se sacó la espina con su enemigo cubano, y su estrella, Lomachenko, salió catapultada para convertirse en uno de los mayores generadores de dinero en los próximos años. Es muy difícil que Bob Arum se equivoque dos veces seguidas. La diferencia física entre Lomachenko y Rigondeaux fue importante, pero no determinante en el desenlace del combate. El ucraniano se estaba imponiendo por mejor boxeo en este duelo de zurdos. Rigo casi no sacaba manos y recurría frecuentemente a los agarres que llegaron a costarle un punto. ¿Pasaría por la cabeza de Rigondeaux la posibilidad de forzar una descalificación? Tradicionalmente, esta ha sido otra de las vías de escape de un boxeador acorralado.

No se le puede poner en duda a Rigondeaux. Ha sido uno de los más sublimes maestros del arte del boxeo. Dos veces campeón olímpico y dos veces campeón mundial amateur. Quedan también sus gestas como profesional, especialmente su triunfo ante Nonito Donaire, quien por entonces era considerado el tercer mejor boxeador del planeta, solo por detrás de Mayweather y Pacquiao. No solo eso, sino una vida de esfuerzo y sacrificio desde que, siendo un niño, las autoridades deportivas cubanas, viendo la desproporcionada longitud de sus brazos, decidieron por él que su futuro estaba en el boxeo. Vivió la gloria deportiva en su país, hasta obtuvo un coche Mitsubishi amarillo como premio por una de sus medallas olímpicas y recibió tratamiento de héroe. Todo hasta que en 2007, junto a su compañero Erislandy Lara, protagonizó un intento de fuga cuando el equipo cubano se encontraba en Brasil. Volvieron ambos con la cabeza gacha y fue el propio Fidel Castro quien les acusó de traición, comparándolos a un soldado que huye y que deja solos a sus compañeros en el campo de batalla. La decisión fue firme: ninguno de los dos volvería a boxear representando a su país. Fueron años difíciles, de soledad, desasosiego y depresión, en los que hasta los que fueron sus compañeros y entrenadores le evitaban. No estaba bien visto que les vieran hablando con un desertor. En febrero de 2009, Guillermo Rigondeaux ponía rumbo al profesionalismo, prohibido en Cuba, y cruzaba las 90 millas plagadas de tiburones que separan la isla de Cancún escondido en una lancha de contrabandistas junto a otros 30 fugitivos. Fue la experiencia más traumática de su vida. Dejaba atrás familia y amigos para adentrarse en otro mar, el del boxeo profesional, en el que también hay tiburones que andan al acecho. Triunfos, caídas y remontadas. No se puede dudar del carácter de Rigondeaux, lo que hace más insólito y sorprendente lo vivido este sábado. Tal vez el guerrero se hizo viejo y se cansó. El mundo es cruel, y más que por sus innumerables éxitos y victorias, ya siempre será recordado por su rendición.

El futuro pinta oscuro para el santiaguero. Entrevistado tras el combate, aún en el ring escenario de su capitulación, afirmó que seguiría boxeando y el público lo abucheó. La WBA anunció de antemano que en caso de derrota, le desposeería de su título en el supergallo. Una injusticia para muchos, contraria a la tradición del boxeo, dado que la derrota del cubano se ha producido disputando un título en el superpluma, dos categorías por encima. El propio Rigondeaux protestaba y se preguntaba si este organismo hubiera hecho lo mismo con boxeadores taquilleros como Mayweather, Canelo o Golovkin. Pero Rigo es un campeón que no interesa.

Si sigue boxeando seguirá ganando, porque continúa siendo mejor que la gran mayoría de los boxeadores de su categoría. Es cierto que cuando el boxeador envejece mantiene la pegada pero pierde los reflejos y los del cubano parecen ya no ser los mismos. No solo hacen falta condiciones físicas sino también ambición y deseo. Tras sus descalabros con Muhammad Ali, Sonny Liston siguió ganando combates, pero eso ya no le interesaba a nadie y jamás volvió a disputar el título. Había quedado marcado.

Guillermo Rigondeaux, el maestro, se vio claramente superado por la nueva estrella Vasyl Lomachenko. Seguramente es lo mejor que podía pasar para el negocio del boxeo. El ucraniano tiene la maestría del cubano pero, además, ha entendido que el boxeo no es solo competición sino también espectáculo. En una etapa, tras la retirada de Mayweather, en la que el boxeo busca desesperadamente una gran estrella, Lomachenko tiene todas las bazas para convertirse en el gran “moneymaker” de los próximos años.
Que Lomachenko derrotara a Rigondeaux entraba dentro de la lógica, era lo más probable y esperado. Que el cubano claudicara de esta manera, no. Son innumerables las ocasiones en las que, paradójicamente, un boxeador sale glorificado en la derrota más que en muchas victorias. Recientemente le pasó a Wladimir Klitschko, ninguneado en sus numerosos triunfos, pero admirado y elogiado por su manera de caer ante Anthony Joshua. O el viejo Foreman, tomado a guasa cuando ganaba para luego convertirse en el gran ídolo americano tras su épico esfuerzo al caer derrotado ante Evander Holyfield.

Como Liston, Rigondeaux ha sido el campeón al que nadie quiere. Y lo seguirá siendo porque va a ser muy difícil que se le brinde una nueva oportunidad de redención. No hay nada que marque más en el boxeo que una rendición sin haberse dejado el alma en el intento.