Emilio Marquiegui
@EmilMarquiegui

Todos los aficionados al boxeo lamentamos como el que más las muertes o daños que ocasionalmente produce nuestro deporte. Las cada vez más rigurosas normas de control médico, desgraciadamente no pueden acabar con algún fallecimiento en el cuadrilátero, pero ha disminuido mucho el riesgo de los púgiles.

El arte de la lucha es algo innato en el ser humano, múltiples deportes buscan derribar, doblegar, vencer al adversario con la fuerza física.El boxeo es uno de tantos, y aunque es cierto que con mayor crudeza, sus estrictas reglas tienen como principal objetivo causar el menor daño posible al deportista. En el siglo XXI ha cambiado la mentalidad sobre el boxeo. En España, por ejemplo, el 90 % de los púgiles no se hacen boxeadores por ganarse la vida, por dinero, los gimnasios están llenos de practicantes que pagan su cuota, no como inversión, sino para ejercitarse en su adorado deporte.

Cada vez más popular, no conozco país alguno en el que haya dejado de haber combates y vaya desapareciendo el boxeo por sí solo, como leo en una opinión de un diario, reacia al noble arte. Porque en cuanto hay una desgracia en el ring, se vuelve a hablar de prohibir. Y paralelamente en el siglo XXI crecen las prohibiciones. El control del Estado, con su singular moral desarrollada por un pensamiento único asumido sin crítica por la mayoría, nos ahoga. Cuando se habla de prohibir el boxeo por su riesgo, tendríamos que prohibir conducir, por tantos muertos en la carretera, fumar, beber y hasta comer muchos alimentos que aumentan el colesterol y nos llevan antes a la tumba.

El ser humano ha de ser libre. El Estado no existe para prohibir, debe buscar mejoras, soluciones y sobre todo, respetar la libertad del individuo, eso sí, sin perjudicar a terceros. Pero es que el boxeo no perjudica a terceros, son dos deportistas que practican su disciplina favorita asumiendo voluntariamente el riesgo. No hay daños para nadie más, ni siquiera para las arcas del estado, que es lo que más preocupa a los dirigentes.

Y a los que apelan a la ética para prohibir el boxeo, les pregunto, ¿Quién determina la ética?, ¿Quién debe disponer si es aceptable que dos seres humanos decidan practicar su deporte favorito buscando solo la victoria, no el hacer daño al rival?, porque provocar dolor o desmayo al oponente es un vehículo para el triunfo, no el objetivo final de los contendientes.

El boxeo es uno de los deportes más antiguos, de riesgo, sin duda, pero cada vez más respetado y, por los mejores controles médicos, menos nocivo. Cuando tristemente fallece un púgil, con menor frecuencia afortunadamente, se reabre el debate sobre la prohibición del boxeo. De igual manera, cuando mueren varios montañeros, ciclistas o motociclistas, ¿reabrimos el debate de prohibir el montañismo, el ciclismo o el motociclismo?, cuando fallecen corredores en carreras populares, ¿prohibimos el running?, cuando veamos a una persona con sobrepeso, ¿le prohibimos el postre porque pone en riesgo su salud?

Los boxeadores son libres, eligen su deporte y si pueden ganar fama y dinero, mucho mejor. Busquemos soluciones para minimizar los riesgos y olvidémonos de prohibir. Cuando los políticos o algunos opinantes no dan más de sí, todo lo resuelven con prohibir, que es más fácil que pensar.