Daniel Pi
@BastionBoxeo

Para quienes no conozcan la talla boxística de Sugar Ray Leonard (36-3-1, 25 KO), quizás sea una perfecta opción para realizar una aproximación a su carrera recordar su mítico combate ante Wilfredo Benítez (53-8-1, 31 KO). Para quienes sepan cuál era su nivel y los motivos por los que es considerado uno de los mejores de todos los tiempos, esta podría ser sólo una buena excusa para recordar su maravillosa trayectoria.

Obviamente, contando en su récord con choques ante iconos del pugilismo como Hagler, Durán o Hearns, puede que parezca más apropiado recobrar otros encuentros, los que marcaron su papel definitivo en la historia del boxeo. Pero todo esto tuvo un comienzo, un momento en el que las dudas de los expertos se desvanecieron y las preguntas fueron contestadas definitivamente. Ese instante fue el enfrentamiento que sostuvo el 30 de noviembre de 1979 ante el campeón WBC del peso wélter Benítez, o dicho de otro modo, el primer asalto a una corona mundial por parte de Leonard.

Aunque en retrospectiva puede parecer absurdo que alguien subestimase sus capacidades boxísticas, no debemos caer en el error de juzgar a los aficionados y a los analistas de la época por lo que nosotros ahora sabemos cuando su trayectoria ha concluido, ya que entonces ellos no tenían forma de saber hasta dónde llegaría. Sea como sea, antes de su combate ante Benítez y tras dejar su récord en 27-0, 18 KO, destacando las victorias obtenidas ante el exaspirante mundial Pete Ranzany, el también exretador Armando Muñíz y un enrachado Floyd Mayweather Sr., las opiniones sobre lo que Leonard podía dar de sí no eran ni mucho menos unánimes.

Muy al contrario, había una extensa capa de seguidores del pugilismo que consideraba que Leonard, de 23 años, no era una estrella en ascenso sino un constructo, un ídolo con pies de barro, un boxeador cuyas cualidades se habían exagerado de forma radical por parte de los medios con el único objetivo de obtener ganancias en venta de publicaciones y atención. Por ello, no eran pocos los que creían que Benítez iba a imponerse de manera rotunda, puede que incluso por nocaut. Y es que, el puertorriqueño nacido en el barrio del Bronx, en Nueva York (Estados Unidos), era un oponente temible.

Entrando al combate con un récord de 38-0-1, 25 KO, Benítez era una consolidada figura del pugilismo, es más, ya era parte de la historia del deporte de las dieciséis cuerdas al haberse proclamado titular mundial a la edad de 17 años, dos años y veinticinco peleas después de su debut en el boxeo de pago, estableciendo un récord en juventud al proclamarse titular que todavía no ha sido superado y probablemente nunca lo será. Para ello venció al campeón del peso superligero colombiano Antonio Cervantes, apodado Kid Pambelé, uno de los mejores boxeadores de la categoría de todos los tiempos.

Además, tres años más tarde se coronó monarca del peso wélter superando al excelente Carlos Palomino, miembro del Salón de la Fama, por lo que había probado su valía a base de logros realmente espléndidos. Por otro lado, Benítez era un boxeador de increíbles cualidades técnicas, recibiendo el apodo de “Radar” por su maravillosa capacidad para eludir los golpes de sus oponentes, así que si alguien debía poner a prueba a un futuro icono no había mejor adversario.

Es cierto que Benítez, que provenía de una familia de boxeadores, tuvo problemas con su entrenador y padre Gregorio Benítez antes de esta pugna y que, teniendo 21 años, era sabido que se perdía en las fiestas organizadas en la comunidad puertorriqueña de Nueva York con demasiada asiduidad, pero sobre el ring demostró que su preparación era excelente y su comportamiento fue intachable.

Dicho esto, enfrentándose un fenomenal prospecto que estaba acumulando elogios de forma masiva a un monarca que estaba llamado a ser uno de los mejores boxeadores de la historia, la expectación fue mayúscula, traduciéndose esto en bolsas de récord para un combate del peso wélter de la época, ganando ambos boxeadores más de un millón de dólares, cifra que antes de la entrada de la década de los 80 era astronómica y suponía mucho más de lo que representa ahora.

El combate
Con calzón blanco Leonard y calzón azul con vivos blancos Benítez, ambos entraron al cuadrilátero, siendo precedido el inicio de las acciones por un interminable cruce de miradas que hacía presagiar que algo verdaderamente grande estaba a punto de suceder. Puede que sea cierto eso de que el pasado se tiende a idealizar, pero el espectador no puede dejar de tener la impresión al volver a ver en 2018 el combate de que en un sólo jab Leonard y Benítez tenían más clase, técnica y calidad de la que jamás tendrá el actual número 1 de la división.

El directo de mano adelantada de Leonard era un verdadero rayo, tan sumamente rápido que ni siquiera “El Radar” encontraba la forma de eludirlo, y en él cimentó gran parte de su éxito en el choque. Sí consiguió inicialmente esquivar el puertorriqueño su derecha recta, aunque no contragolpearla, dado que la transición de posición ofensiva a defensiva por parte del aspirante era fugaz y demostraba un perfecto equilibrio. Sorprendido por la rapidez de su rival, Benítez tuvo que encajar los primeros ganchos del encuentro, aunque en el segundo episodio Leonard pareció calmar algo su afán ofensivo, cosa que no se tradujo en una perdida de control sino en una expansión, puesto que pudo seguir marcando la diferencia con sus sensacionales jabs y sus precisas esquivas y desvíos, que hicieron fallar innumerables manos al monarca.

Al final de cada asalto, los dos boxeadores clavaban el uno en el otro intensas miradas, como si se prometiesen que lo visto hasta entonces no era más que la antesala de algo aún mayor. Tras ser movido por un directo de mano adelantada en el segundo round, Benítez trató de cambiar el signo del combate, aunque se estaba viendo neutralizado tácticamente por el jab de Leonard, que evitaba este mismo golpe del titular o se lo replicaba con mayor efectividad. Asimismo, “Sugar” usaba dicha mano como un señuelo para manejar las decisiones de su adversario, por ejemplo, forzándole a agacharse para conectar combinaciones de curvos. Finalmente, la pesadilla que Leonard estaba creando con su jab se tradujo en un knockdown a su favor en el tercer round, cuando impactó su izquierda recta en el mismo momento que lo hacía Benítez, derribándolo.

La ventaja en las tarjetas de Leonard se comenzaba a expandir de forma preocupante y, aunque Benítez trataba de fingir tranquilidad, la duda era evidente en sus ojos, cambiando la mirada de final de round por una sonrisa con la que parecía felicitar, con un ápice de resignación, a su oponente, que estaba siendo superior. Con todo, no se dejó llevar por la trayectoria que estaba siguiendo la pugna, sino que realizó un ajuste estratégico, moviéndose más, lanzando menos ataques y escogiéndolos con más astucia, usando su derecha recta aislada y buscando el torso. Pese a que Leonard anotó potentes ganchos, Benítez iba a más, evitando cruzar jabs en la distancia media y tratando de desconcertar con entradas desde la larga, aunque con desiguales resultados, dado que el retador, más que deslizarse por el ring, prácticamente emergía en el lugar conveniente para conectar sus hooks.

Benítez se encontraba en una posición complicadísima tácticamente hablando, ya que no podía tomar riesgos y mantener un ritmo elevado por los potentes contragolpes de su oponente pero si trataba de caminar y seleccionar sus manos con cautela era superado por el jab de Leonard, dificultades que se vieron añadidas a un corte por choque de cabezas. Pese a ello, mostrando la grandeza de un campeón, Benítez ofreció en el séptimo asalto uno de sus mejores rounds hasta entonces, actuando con más agresividad, pasando manos con mayor movimiento y conectando ganchos al torso, puños que fueron llegando durante toda la pugna y que entonces parecieron disminuir mínimamente la velocidad de Leonard.

Ante el repunte de actividad, Leonard contestó con excelentes combinaciones de ganchos y uppercuts, desembocando ello en el noveno round en algunos intermitentes intercambios de golpes en los que ambos llegaron con claridad con sus ganchos, si bien Benítez terminó movido por una derecha. Después de verse obligado en el décimo a crear ángulos para evitar el directo y los ganchos al torso de su oponente, Leonard dejó tocado a Benítez en el undécimo round con un gancho zurdo, hostigando al campeón con entradas y salidas para evitar las contras, que también desviaba o bloqueaba con los hombros.

Pese a las nítidas derechas que todavía conectaba, Benítez estaba un tanto perdido al alcanzar el decimotercer episodio (recordemos que entonces los campeonatos mundiales estaban pactados a quince rounds), siendo martilleado en larga por el jab y contragolpeado en corta por curvos, aunque Leonard, evidenciando una madurez y una gran sabiduría de ring, se mantuvo calmado, incluso cuando conectó una derecha a la contra que volvió a llevar de espaldas al ensogado a su adversario, al que atacó escogiendo golpes y manteniéndose fuera del alcance. Pero esto cambió ligeramente en el decimocuarto asalto, cuando Sugar Ray Leonard, sin perder el orden, pareció decidir que había llegado el momento de tomar riesgos, conectando rapidísimos hooks, más impresionantes por llegar a esa altura del combate.

Finalmente, en el último round, Leonard siguió aceptando el cruce de golpes, exponiéndose a los puños de su oponente para conectar los suyos, produciéndose un intercambio épico, con ambos gastando absolutamente todas las energías que les quedaban, hasta que los brutales curvos del aspirante fueron culminados con un gancho zurdo que tiró a Benítez. El árbitro, Carlos Padilla, preguntó al monarca si quería continuar, reanudándose las acciones cuando restaban doce segundos al combate, aunque con curvos de izquierda y rectos de derecha Leonard forzó la detención y el resultado de nocaut técnico en el decimoquinto asalto.

Un futuro espléndido
En un combate de corte táctico, aunque realmente activo y entretenido, y en el que ambos hicieron gala de una velocidad y una agudeza mental inconmensurables, Leonard logró una clara victoria ante un oponente extremadamente hábil y audaz, llevando su carrera a otro nivel de oposición, fama y renombre en adelante. No cabían ya más dudas sobre si era capaz de desenvolverse en una categoría tan rebosante de nivel, algo que Benítez tenía realmente claro, declarando sobre Leonard tras el combate: “Nadie, absolutamente nadie puede hacerme fallar puños de esa manera. Sugar Ray es el mejor del mundo ahora mismo. Estoy contento de haber disputado una pelea contra él. Ha sido un gran retador y demostrará ser un buen campeón”.

Después de este combate, que realmente vale la pena ver, puesto que es una pelea enormemente variada e interesante, con momentos simplemente espectaculares y que deja una infinidad de detalles técnicos y tácticos dignos de mención, las carreras de los dos boxeadores siguieron un recorrido lleno de éxitos.

Para Benítez este tropiezo no supuso nada más que un bache en un fantástico camino, en el que logró un reinado como campeón del peso superwélter en el que sumó triunfos sumamente meritorios ante los pegadores “Manos de Piedra” Durán y Maurice Hope y que sólo finalizó con una derrota mayoritaria ante Thomas Hearns. Tras acabar su carrera se había labrado para siempre un nombre en la historia del boxeo, siendo considerado por muchos analistas como uno de los cinco mejores peso superligero de todos los tiempos y uno de los tres mejores boxeadores de la historia de Puerto Rico.

En cuanto a Leonard ¿qué se puede decir? Muchas noches gloriosas le restaban a este púgil considerado mayoritariamente como uno de los 15 mejores boxeadores de todos los tiempos, aunque en muchas publicaciones su posicionamiento asciende hasta el top 10 y el top 5. Todavía le restaban sus memorables batallas ante Roberto Durán, Thomas Hearns y Marvin Hagler y su coronación como campeón del peso superwélter, del medio e incluso, en su famoso combate ante Lalonde, del peso supermedio y del semipesado simultáneamente. Pero todas están son ya otras historias.