Antonio Salgado Pérez
ansalpe38@hotmail.com

Nueva Orleans, 15 de enero de 1972. Joe Frazier venció por k.o.técnico en el 14º asalto a Terry Daniel.
(Campeonato mundial de los pesos pesados)

El viejo y ya decadente Floyd Patterson le venció no hace mucho tiempo por fuera de combate. Sin embargo había obtenido una espectacular racha de victorias por k.o. Dicen que su padre es millonario; millonario en la tierra del dólar… Y dicen que aquel rosario de triunfos pudo muy bien haber sido un perfecto “lanzamiento” para que aquel hijo llegase, por lo menos, a la popularidad. Nos estamos refiriendo, claro está, a Terry Daniel, a ese fornido joven de 25 primaveras que ahora, por la pequeña pantalla lloraba desconsoladamente tras su derrota frente a Joe Frazier: a ese futuro abogado que con un padre tan “sustancioso” uno-la verdad- no se explica que este muchacho se haya metido en serio en esto del deporte a no ser que nos encontremos ante uno de esos raros valientes, ante esa especie de mirlo blanco que queriendo demostrar precisamente que no se trata de ningún “•niño de papá”, ha querido escalar los dramáticos peldaños del ring para vérselas, ni más ni menos, que con el campeón del mundo; un líder que ganó una medalla de oro en Tokio; que venció al imbatido Cassius Clay y que tras estar cantando por esos escenarios de Dios a lo largo de diez largos meses, se preparó en unos días para vérselas con el musculoso Terry Daniels, tan valiente como inexperto; tan voluntarioso como impreciso; tan gallardo como frágil. Pero inexperto, impreciso y frágil ante un Joe Frazier que lo convirtió cuando quiso en un “sparring”. Ante un Joe Frazier que cuando apretaba el acelerador de su encomiable iniciativa nos recordaba el ritmo trepidante que lució en su memorable combate ante Cassius Clay. Es posible que Frazier se tomara algunos momentos de respiro. Eran aquellas situaciones en las que encajaba, sin pestañear, los impactos de su antagonista; impactos que hoy no le dolerán, pero sí mañana. Y es que Frazier es un auténtico fajador. No concibe una contienda sin cambio de golpes. No atesora, por ejemplo, el estilo conservador de Joe Louis, al que jamás le gustó que le tocaran el rostro. Después de combatir con Daniel, Frazier fue a actuar con su conjunto musical. Pero cuando se midió al citado Clay, tuvo que ingresar en un hospital. Es lo malo de estos campeonatos: quieren exponer tanto que pronto se deterioran.

El Frazier-Daniels fue un “show” de izquierdas del campeón del mundo; izquierdas en la corta distancia; izquierdas como puñales que se incrustaban en el rostro y flancos de aquel valiente y voluntarioso rival que nada más intercambiar los primeros golpes se dio perfecta cuenta de la diferencia abismal que le separaba de su musical adversario. Ya se vio ,en el primer round, que el joven Terry nada tenía que hacer ante su contrincante. Cuando sonaba el gong y regresaba a su vértice , era toda una lección de resignación, de impotencia, de dramática sinceridad. Allí no había nada que hacer. ¿Cómo dominar a aquel púgil que siendo él ,el campeón, llevaba la iniciativa; que golpeaba con una izquierda de acero y una derecha de pedernal; que encajaba los golpes como quien recibe caricias y que además tenía prisa, mucha prisa por terminar aquella desigual contienda para irse a cantar con los suyos…?

¿Quién puede hoy intranquilizar a este campeón que ya nos ha demostrado sus facultades y poderío ante púgiles como Jerry Quarry, Jimmy Ellis, Bob Foster y el mismísimo Cassis Clay, entre otros? Hemos dicho, solamente, intranquilizar. Y solo encontramos un hombre capacitado para ello: el argentino Óscar “Ringo” Bonavena. Ya se han enfrentado en dos ocasiones; en la segunda, Frazier revalidó su corona venciéndole por puntos. Pero en la primera ocasión, aunque la victoria sonrió a Frazier, éste fue a la lona en dos ocasiones ante los potentes puños de Bonavena, un pies planos, con melena a lo Tarzán, que quiere, pero no le dejan, enfrentarse de nuevo a este hombre que no solo rompe tímpanos cantando sino golpeando con guantes de ocho onzas.

En el cuarto asalto se decretó la inferioridad manifiesta de Terry Daniels. Cuatro caídas sufrió el aspirante. Y cuatro hombres, tres jueces y un árbitro, dirigieron con suma facilidad la contienda. La televisión, al final de cada asalto, nos ofrecía el veredicto de los aludidos jueces. Así sabríamos al instante y en futuras confrontaciones, de donde surge la “oveja negra”.