Antonio Salgado Pérez
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En el estío de 1960, y con 17 años, Alfonso Jorge Frías debutó como púgil amateur. Comenzó sus entrenamientos en un gimnasio de solera, la Sala Iberia, que comandaba Jorge Dos Santos, un preparador de “los de antes”.
Los valores boxísticos de Frías- así se le anunciaba en los carteles- fueron indiscutibles desde sus primeros pasos. Baste recordar , como sintomático botón de muestra y encomiable rivalidad, que se enfrentó varias veces al mismísimo Miguel Velázquez, que en el futuro conseguiría cotas europeas y mundiales.

Aquella década de los 60 del pasado siglo fue “la era de oro del pugilismo canario”. Y Frías fue uno de sus puntales. En 1963 y cuando los Campeonatos de España de Boxeo Amateur tuvieron como escenario Tenerife, concretamente en nuestra santacrucera plaza de toros, que presentó en las finales el cartelito de “no hay localidades”, es decir , ante algo más de seis mil espectadores; en dichas finales, decíamos, Frías representó a Tenerife en los pesos plumas, su categoría de siempre. Y se proclamó campeón de España tras vencer, en inolvidables contiendas, al gallego Pereira, al asturiano Velasco y al maño Loren, que por aquel entonces defendía los colores de Cataluña. Y ese difícil y honroso título nacional lo revalidó al siguiente año, en Madrid, donde superó al gallego Dopico, al castellano Sampedro, al grancanario Teo Benítez y, en la final, al citado Loren, ahora bajo el pabellón de Aragón, su tierra natal.

Los que tuvimos la oportunidad de ver actuar a Frías nunca olvidaremos la maestría que implantó con su característico “boxeo a la contra”. Frías entusiasmaba por su técnica, por su precisión, por su defensa y, sobre todo, porque a su manera interpretaba aquel estilo boxístico que distinguió a los púgiles de las Islas Canarias que actuaban en la Península. Allá, en Madrid, en Barcelona o en Bilbao, cuando actuaba un púgil del terruño, cuando la protocolaria campanada le indicaba el inicio de las hostilidades y éste subía su guardia y adelantaba uno de sus pies, en el centro del ring, el público entendido exclamaba: ¡ese chico es canario! Uno de éstos, por supuesto, era Frías que, en su apogeo, cosechó muchos aplausos de un público volcado por su proverbial sobriedad y sapiencia pugilística, ahora tan difícil de descubrir en nuestros cuadriláteros.

Hoy, a sus 72 años, Frías sigue disfrutando con el boxeo. Sigue siendo un asiduo espectador en nuestras veladas boxísticas; y algunas veces, desde su butaca e, instintivamente, se levanta e intenta darle instrucciones al púgil menos aventajado. Los viejos aficionados siguen saludando a Frías con tanto cariño como admiración. Es un digno campeón de nuestro glorioso pasado que merece un homenaje para que su recuerdo no decaiga.