Antonio Salgado Pérez
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El directo es el abc del pugilismo. Siempre nos ha entusiasmado el boxeador que, con astucia y habilidad, lo ha sabido lucir y dominar. Y es que el directo proporciona elegancia combativa; consolida la defensa y mide las distancias. Aquí, en Tenerife, por ejemplo, aún se recuerdan las lecciones que entre el ensogado nos brindó el irrepetible excampeón de Europa Juan Albornoz Hernández “Sombrita”, con aquellos rectos de izquierda que le otorgaban a sus actuaciones un estilo postinero y refinado. Y estas observaciones, aunque en otra escala de valores, viene a colación por lo que acabamos de presenciar a través de la televisión (Marca.com), y desde Belfast, en el combate entre el español Kiko Martínez y el norirlandés Carl Frampton, en disputa del título mundial de los pesos supergallos, según versión de la IBF(Federación Internacional de Boxeo).

Y es que Frampton (27 años), invicto tras 18 combates, es un fiel protagonista de ese boxeo que le otorga un especial sello de personalidad a este deporte de violencia reglamentada. Es un técnico del ring que, ojo, “no va en busca desesperada del golpe definitivo” sino que, a base de acumular puntos con su izquierda, con su recto de izquierda, va enriqueciendo su renta en la cartulina de los jueces. Y si a esa izquierda; si a ese auténtico “florete” se le añade una extraordinaria rapidez y una encomiable precisión, pues tenemos el perfil del privilegiado del cuadrilátero, léase Carl Frampton, que acaba de destronar, y con todos los pronunciamientos a su favor, a nuestro ejemplar Kiko Martínez (28 años), que nos brindó, como siempre, alardes de entrega, excelente preparación física y una inquebrantable moral, pero con el “pecado mortal”-que tiene que compartir con su preparador- de “dejar boxear a su rival”, de dejarle a sus anchas, a su aire, en su mejor terreno, en el centro del ring, donde Carl con su izquierda y, sobre todo, con sus constantes desplazamientos, donde sus piernas desorientaban al campeón fue, como hemos reseñado, sumandos los puntos, y holgados, de su victoria, con una “guinda”, aquel derechazo- más desequilibrador que potente- al rostro del español, que le hizo “culear” la lona y, a continuación, un corte en su párpado, producto de una acción que el árbitro, siempre acertado y ecuánime, le recriminó a su oponente. Frampton no siempre tuvo un camino de rosas en el alicantino, que cuando atacó con su proverbial intensidad, hizo balbucear a su antagonista que, por momentos, y por puro espejismo, parecía desfallecer.

Los 16.000 espectadores que acudieron al Titanic Quarter de Belfast para presenciar el referido choque fueron pródigos en aplaudir el coraje, la bravura y la entrega del hispano, que cayó dignamente derrotado; y aquellos aplausos se intensificaron cuando los tres jueces, de forma unánime, otorgaron la victoria al local, por su magia con el directo de izquierda, por su precisión, rapidez, desplazamientos y preparación física.