Antonio Salgado Pérez
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Desde el comienzo del siglo pasado hasta nuestros días, la técnica del boxeo ha evolucionado mucho en recursos, velocidad y estrategia. Dichas variantes motivaron sucesivos cambios de la “posición en guardia”, generalmente impuestos por “el golpe de moda”.  Sobre este aspecto, y como en su día nos indicó el prestigioso preparador sudamericano Pedro H. Cuggia, a partir de 1935 se registró la elevación del guante derecho como protección de la mandíbula contra los ganchos de izquierda, que estaban causando estragos y que lo siguen haciendo. Y sobre “el peligro del mentón”, añadía que “los riesgos que ofrece el boxeo a los hombres que exponen su maxilar inferior a los golpes son bien conocidos. Su repliegue hacia el pecho es uno de los recaudos más importantes para la integridad psicofísica del pugilista. Pero también requiere tiempo y paciencia el no olvidarlo durante el combate…”

Y este prólogo viene a colación tras presenciar por Espabox el reciente combate que sostuvo el español Gabriel Campillo con el polaco Andrzej Fanfara. Para nosotros, la debacle del hispano se debió, pura y exclusivamente, a su constante y descuidada guardia; a su “alegría combativa”, donde sus puños apenas cubrían su rostro y sí escudaban su esternón. No es aconsejable salir a interpretar un combate de esta trascendencia con tal bagaje de deslices combativos. Lástima de tanta desenvoltura sobre la lona; lástima que aquel permanente juego de piernas no estuviera sustentado por una defensa “ad hoc”.

Gabriel Campillo sale a boxear, en el sentido más amplio de la palabra. Su estilo, donde la técnica se impone al corazón, siempre nos ha satisfecho. Y sale a disfrutar con esta dura faceta en la que él exhibe una agilidad y unos desplazamientos poco comunes en esta categoría de peso. El madrileño, en varias ocasiones, por su iniciativa y envergadura, se adueñó de la lid. Pero su rival, que jamás descompuso su línea de combate, siempre fue más académico, más prudente, menos osado y mejor dirigido. Siempre mantuvo los puños en la posición correcta, hasta cuando sufrió las series de su antagonista. Y aquella línea, aquella compostura y aquel estilo , comedido y práctico, le otorgó sus frutos apoyándose en la precisión y al percatarse, al instante, cuando había “tocado” a aquel excampeón del mundo que, tan optimista, tan abierto y confiado, iba por encima en la puntuación de los jueces, a pesar de tener lacerado su ojo derecho.

Aquella “alegría combativa” empezó a traicionarle en el octavo asalto cuando surgió, más conciso que contundente, aquel bisturí de derecha del polaco que luego, en el siguiente round, y como ha dicho nuestro director Emilio Marquiegui “coronó con un gancho al plexo solar”, que no le hizo perder el conocimiento pero sí lo inmovilizó para seguir en pos de la eliminatoria mundial del semipesado, versión IBF.