Christian Teruel
@Chris_Le_Gabach

Aunque parezca irónico, hay veces que pienso que las películas de Rocky perjudicaron más al boxeo que favorecerlo. O, mejor dicho, al boxeador. Y es que, en cierta manera, Sylvester Stallone representó tan bien la figura del boxeador en Rocky, que acabó influyendo demasiado en la visión del aficionado. Su forma de plasmar las penas, las vicisitudes, la cotidianidad y las pequeñas y grandes victorias de un púgil fue tan precisa, que ha terminado viéndose de manera opuesta. Es decir, parece que es ahora el boxeador quien hace una encarnación Rocky Balboa. Y esto, en cierto modo, es injusto en tanto en cuanto opaca la verdadera historia de la persona, que puede ser igual de cinematográfica e interesante.

Cuando Kiko Martínez ganó de manera espectacular el campeonato del Mundo ante Kid Galahad, inmediatamente se le colgó la tan manida etiqueta de Rocky. No fueron pocos los que vieron en la conquista del veterano, que viene de vuelta y remonta una situación con todo en contra, la enésima materialización del personaje creado por el actor estadounidense. Sin embargo, la historia del español no necesita ser solapada por ninguna ficción, por muy mítica que sea.

Y es que la carrera de “La Sensación” no necesita de analogías para ser admirable. De todos es conocida sus peleas por casi los cincos continentes (solo le faltaría Oceanía). Desde Buenos Aires hasta Osaka, de Johannesburgo a Reino Unido, pasando por una colección de ciudades españolas más amplia que la de cualquier orquesta musical centrada en fiestas de pueblo. De norte a sur, de este a oeste por todo tipo de cetros. Ya sean campeonatos de España, europeos o mundiales. Y contra campeones de talla mundial como Scott Quigg, Leo Santacruz y Gary Russell Jr. entre otros. Combates tan épicos, como aquellos contra Carl Frampton y Josh Warrington, que hacen que los de Rocky contra Drago o Clubber Lang parezcan una pelea de jubilados en la bodega por una ficha de dominó mal puesta. Todo ello con subidas, bajadas, victorias, derrotas, injusticias y más victorias.

Algunos pensaran que la historia de Kiko no tiene un tinte tan heroico como el guion escrito por “Sly”. Cierto que Elche no es una ciudad tan mítica para el boxeo como Filadelfia. Que tiene playa, pero no unas escaleras como las llevan al Museo del Arte de “Philly”, y que Rocky subía en su carrera matutina, perteneciente a una de las escenas mas icónicas de la historia del cine. Que no hay tanto sacrifico en entrenar en el garaje sin terminar de reformar y rodeado de juguetes de la granja de Kiko, como en usar los cuerpos de vaca como saco de boxeo en la cámara frigorífica donde trabajaba Rocky.

Sin embargo, todos estos detalles pertenecen a un relato de ficción. Si bien es cierto son pedazos de historias reales de auténticos púgiles (lo de entrenar en la cámara frigorífica está inspirado en Joe Frazier, por ejemplo), he aquí donde radica el valor de Kiko. Porque su historia es real y única. Como los sacrificios, sudores, sangre y lágrimas que derraman todos los que se dedican al noble arte. Por eso, y sabiendo que Sylvester Stallone hizo un sobresaliente trabajo pasando a la gran pantalla la vida de boxeador, hay que empezar a etiquetar a los boxeadores por lo que ellos son. Porque Kiko Martínez no es Rocky Balboa. Ni falta que le hace.