Christian Teruel
@Chris_Le_Gabach

Hay algo recurrente que últimamente no me deja de flipar y es la adaptación en castellano de expresiones anglo, todo un ejercicio de moderneo que distorsiona la realidad. Traigo esto por la expresión en inglés “under the radar”, usada cuando algo sucede o alguien está fuera del alcance y la atención del personal. Los modernos adaptan esta expresión y lo traducen literalmente con “bajo el radar”, cuando en el idioma de Cervantes significa completamente lo contrario, es decir, se utiliza para expresar que algo está bajo escrutinio u observación. Saco a relucir esta (no tan) parida mental mía para explicar como uno de los más sobresalientes púgiles de nuestros días vive en ambas realidades (y no penséis que como cual gato de Schrodinger ya que es otra expresión errónea, pero eso ya es otra historia).

Y tal honor recae en Jesse “Bam” Rodríguez. Un peleador que, para el aficionado hardcore, lleva un tiempo “bajo el radar” por sus buenísimas condiciones y habilidades, su fulgurante irrupción e impresionantes actuaciones. Sin embargo, para los casual, está en un “under radar” de manual al estar en una división que no cuenta con el mismo seguimiento que pesos más grandes o espectáculos de entretenimiento disfrazadas de veladas de boxeo con chufleteros y demás neoboxeadores.

Como he mencionado antes, su explosiva incursión en el panorama boxístico ha resultado un soplo de aire fresco. Y no solamente porque ha llegado a dos divisiones cargadas de talento como son el mosca y el supermosca tirando la puerta abajo y colocándose como un referente, sino por la manera de hacerlo. Se coronó como el campeón más joven de la actualidad (22 años, uno más joven que Haney) en un peso supermosca que, si bien no le es extraño, no es la división en la que estaba peleando regularmente (mosca). Y lo hizo ante un experimentado y notable Carlos Cuadras, boxeador que siempre dio la talla, incluso ganando a alguno de los tres reyes de su generación a los que se enfrentó: Chocolatito, Estrada y Rungvisai. Para colmo, el triunfo llegó tras presentarse a la pelea con cinco días de aviso como reemplazo del último, que causó baja. Y lo más importante es que fue con una superioridad abrumadora, como si hubiera peleado en campeonatos mundiales todos los días, haciendo parecer al veterano como el novato.

Bam, lejos de ser una estrella fugaz, el astro en cuestión fue un meteorito, ya que el impacto no fue lo más demoledor, sino sus consecuencias posteriores. En su primera defensa, se encargó de ganar noqueando a uno de los mencionados peces gordos, aquel al que sustituyó y que vino a agarrar lo que creía que le pertenecía: Rungvisai. El despliegue pugilístico fue de nuevo memorable. Combinaciones precisas y explosivas, cambios de ritmo vertiginosos y desplazamientos que, si Carl Sagan siguiera vivo, los usaría para explicar la existencia de la cuarta dimensión. Toda una remasterización de Orlando Cañizales.

Todos sabemos que actualmente hay muchos boxeadores contrastados con cualidades técnicas excelentes: Lomachenko, Usyk, Crawford… Sin embargo, a diferencia de los ucranianos, con gran bagaje amateur que barruntaba un futuro prometedor en profesional, o de un Crawford que fue escalando poco a poco, dándose a conocer pelea a pelea, la fulminante llegada a la realeza pugilística es algo poco visto recientemente. Que sí, que Shakur Stevenson, Gervonta Davis o Devin Haney son lo que en los años noventa decían JASP (jóvenes aunque sobradamente preparados) pero ninguno asaltó el trono de la misma manera electrizante. A lo que hay que añadir una sencillez y humildad carismáticas.

Esta personalidad contrasta con los fuertes carácteres y a veces tóxicos egos de los mencionados zagales en la cúspide boxística, incluidos aquellos campeones en el peso mosca (al que ha vuelto tras dejar vacante el título conquistado contra Cuadras en las 115 libras) como un Sunny Edwards siempre de bronca con medio Twitter o un Rey Martínez siempre bajo sospecha por sus formas y antecedentes con el clembuterol. Así, sumado a su inmenso talento, difícil no mirar al Bam Rodríguez como un Luke Skywalker con la misión de traer luz al lado oscuro de la fuerza.