Es el tercer hombre. No es importante para los demás. Días antes del combate los boxeadores no piensan en él. Los entrenadores no se acuerdan de él. Los periodistas no escriben sobre él. Para el público no existe.

La noche del Campeonato nadie le ve. Si preguntas después del combate nadie se acuerda. No tiene nombre. En el recuerdo es simplemente «el árbitro». Durante el combate sí es importante, mas aún, es vital. De él depende que la pelea tenga ritmo y se desarrolle con fluidez. De él depende que los boxeadores puedan realizar su trabajo. Él les deja moverse, golpear, esquivar y desarrollar todo lo que llevan dentro. Nadie va a agarrarles, golpearles bajo, meterles un codo, porque él está allí.

Ellos no le ven. Él no les molesta. Nunca está para impedir sus desplazamientos, pero siempre está cuando les agarran o cuando hacen algo incorrecto. Él cuida de ellos.

No les habla mucho. No interfiere. Ellos ya conocen su trabajo. Pero le perciben. Saben que está allí con ellos.

En el ring soporta una gran presión. A veces se limita a moverse viendo un combate limpio y bonito. Nadie le ve. Pero en ocasiones se vuelve, sin pretenderlo, el protagonista. Tiene que tomar decisiones en medio de una gran presión. Los rincones le hablan, le dicen lo que hace mal, tratando de influir en su actuación. En realidad tienen miedo por su boxeador. No tienen fe en él y quieren que el árbitro le ayude. No pasa nada. Hacen su trabajo. El árbitro también.

A veces comete errores. No ve un golpe, no impide un agarrón o no amonesta una acción determinada. Es fácil observarlo en la televisión a posteriori. Pero él tiene que verlo, interpretarlo y tomar una decisión en milésimas de segundo.

Todos los árbitros (como los boxeadores y los preparadores) cometen errores. No deberían ser juzgados por una actuación, sino por la regularidad mostrada a lo largo de muchos combates.

Trata de aplicar el reglamento, aunque aplica principalmente el Sentido Común. Hay combates maravillosos que deberían ser detenidos en los tres primeros asaltos si nos atenemos al reglamento. Hay que saber llevarlos y reconducirlos. Al final del mismo alguien le echará en cara no haber amonestado o descalificado a uno de los púgiles (siempre el perdedor).

No tiene preferencias. No le gusta mas un boxeador que otro. En el ring no los conoce. Es neutral. Tiene muy claro cual es su misión. Sabe que son dos deportistas que se han sacrificado para llegar al combate en el mejor estado de forma y tiene claro que debe ganar el mejor. Nunca toma partido, nunca perjudica ni beneficia a ninguno. Les tiene el máximo respeto.

No es el protagonista. No brilla en el ring y nadie repara en él, pero es consciente de su gran responsabilidad. Durante el intenso periodo de tiempo que dura un combate hay mucha emoción entre las 16 cuerdas. Boxeadores y preparadores han venido a ganar. Asume que la única persona que mantiene la mente fría para tomar decisiones drásticas es él.

No detendrá un combate antes de tiempo perjudicando a uno de los deportistas. Pero tampoco le temblará la mano para parar la pelea si considera que uno de los púgiles no debe continuar. Y si se equivoca, prefiere hacerlo por defecto que poner en peligro la integridad física de un deportista.

No es infalible. Puede equivocarse, pero jamás debe arriesgar la salud de un boxeador.

No es una estrella. Nadie repara en él, pero en el próximo combate volverá a estar allí para cuidar de ellos. Volverá a ser «el tercer hombre».

José Luis Serrano