José Manuel Moreno
@josemorenoco

Sí, es cierto, Bernard Hopkins lo tiene dificilísimo, crudo, vamos, ante un boxeador 18 años más joven y con una potencia descomunal como Sergey Kovalev en la pelea de este sábado en el Boardwalk Hall de Atlantic City de Nueva Jersey. ¿Pero cuándo tuvo algo fácil en su vida el viejo «Alien»? Salió de la cárcel, en libertad condicional, con 23 años. Poseía todos los números en convertirse en uno de tantos de delincuentes reincidentes de su Fidadelfia natal. Pero aguantó el tipo en los más de cuatro años que estuvo en prisión, y al contrario que otros «amigos» supo reconducir su vida. Con el boxeo. Se convirtió en un profesional. Quiso ser campeón. Quiso ser invencible. Y llegados a este punto, ahora se empeña en ser casi inmortal, deportivamente hablando, con casi 50 años a sus espaldas (los cumplirá el próximo 15 de enero). Y se mide este sábado, a las 5 de la madrugada en España, a una bestia, a un tipo nacido hace 31 años en la ciudad rusa de Chelyabinsk, y que ahora vive en la soleada Florida. Como María Sharapova. La bella y la bestia, permítanme la broma fácil.

Vuelvo al principio. Bernard empezó su carrera, en octubre de 1988, a lo «grande», perdiendo ante el mediocre Clinton Mitchell en su debut profesional. ¿No serviría para esto? Encadenó 22 victorias seguidas, para afrontar el primer gran reto de su vida. Medirse al ya por entonces más que prometedor Roy Jones Jr. en mayo de 1993 con la corona IBF del peso medio en juego. Perdió a los puntos en un mal combate. Se habló de una revancha inmediata… que tardó 17 años en llegar. «The Executioner» no lo tuvo fácil para convertirse en monarca del peso medio. Lo consiguió «a la segunda» ante Segundo Mercado, tras un polémico combate nulo en la primera ocasión, en la que cayó dos veces a la lona. Él, el hombre de hielo o de hierro, el más fuerte. El 29 de abril de 1995, en la revancha, por fin se puso el cinturón de campeón del mundo, tras vencer a Mercado en siete asaltos en Landover, Maryland. El mundo empezaba a saber quién era él, aquel rudo expresidiario aspirante a la gloria pugilística. Veinte, ¡20! defensas victoriosas de su corona del peso medio, alguna tan sonada como la de aquel «hook» que aún le duele a su ahora amigo Óscar de la Hoya en septiembre de 2004. Ya tenía 39 años, pero tenía cuerda para rato. «Siempre me he cuidado, y empecé tan tarde en el boxeo, que me siento al menos diez años más joven» ha dicho siempre el altivo filadelfiano.

Rizó el rizo al ganar las cuatro coronas de la división reina del boxeo. Pero a todo «cerdo» le llega su San Martín. Y a él le llegó por sorpresa, ante el ahora rejuvenecido Jermain Taylor, la típica, en el deporte, horma de su zapato. Y perdió dos veces. Y su carrera estuvo en un tris de echarse a perder. Tras la segunda derrota, en diciembre de 2005, y con casi 41 años, meditó la retirada. Pero le llegó una súper oferta para medirse al mediático Antonio Tarver, ya en el peso semipesado. Y le hizo papilla, aunque no lo noqueara. Vuelta a empezar. Y poco más tarde, otra victoria en un aburrido combate ante Ronald «Winky» Wright. Y ante el invicto y fenomenal galés Joe Calzaghe, aunque perdió de forma dudosa, le tiró a la lona en el primero, y le dio un buen susto. Y se reinventó. Y donde antes aburría, con sus clases de boxeo defensivo, con la parafernalia de su impostura de «verdugo» que le ganaba más antipatías que lo contrario, dio un recital ante Kelly Pavlik. Una lección. Se quedó mirando al ringside, a los «más media», desafiante cuan pavo real, como diciendo «lo he vuelto a hacer, y ninguno confiábais en mi». Le faltó alzar el dedo índice, pero es que es de Filadelfia, no de Madrid. Y se tomó la revancha ante un Roy Jones que parecía viejo a su lado, aunque el fenómeno de Pensacola tenga cuatro años menos en el carné de indentidad.

Y un 25 de mayo de 2011 alcanzó la inmortalidad, el «Hall of Fame» y la conversión de deportista en maestro, cuando venció a Jean Pascal en su querido Montreal, y se convirtió en el campeón del mundo más longevo de la historia, superando a «Big» George Foreman. Ya era de otro mundo. Ya se hizo llamar «Alien». Y se lo decimos. El pasado mes de abril le dio un repaso al sobrevalorado Beibut Shumenov. Y ahora le llega el más difícil todavía. Sergey Kovalev. «Krusher». Nombre, merecido, de misil. De largo alcance, 18 años más joven. Campeón mundial desde que aplastó al británico Nathan Cleverly en su Gales natal en cuatro asaltos, en agosto de 2013. A Sillah, a Agnew y a Caparello les ha ganado con una mano, casi con la mirada de tigre siberiano. Los apostantes, que no son tontos, dan favorito, pero con moderación, al ruso. Lógico. Pero, ¿a que si el viejo Bernard llega vivo al séptimo round, más de uno cambiará de apuesta? Yo apuesto por Hopkins, por coetáneo, porque es inmortal y porque aunque perdiera en el ring, ya ha ganado la gloria infinita en el deporte más duro que existe.