JORGE LERA
@jorgelerabox

Fue uno de los boxeadores más populares de su era, pero a pesar de sus grandes gestas en el ring, el nombre de Barney Ross no es de los que cualquier aficionado reconoce fácilmente. Listo, rápido, espectacular, fue campeón mundial en tres categorías distintas. Su azarosa vida estuvo marcada por numerosos acontecimientos en los que el excepcional judío estadounidense demostró una valentía sin igual, dentro y fuera del ring. En la actualidad no son muchos los que le recuerdan, pero la carrera y la vida de Barney Ross son sencillamente de novela.

Su verdadero nombre fue Beryl David Rosofski. Nació en Nueva York el 23 de diciembre de 1909, pero se crió en el corazón del gueto judío de Chicago. Sus padres eran judíos de origen ruso que habían emigrado a América. El cabeza de familia, Isidore, era un rabino que regentaba una tienda de ultramarinos que se mantenía abierta 19 horas diarias, seis días a la semana.

En esos días, la ilusión del joven Beryl era la de estudiar lo suficiente para llegar a convertirse en profesor del Talmud de los judíos y de lengua hebrea. Pero un golpe del destino cambia dramáticamente la vida de la familia Rosofski. En 1924, cuando Beryl tan sólo tenía 14 años, unos delincuentes que entraron en la tienda familiar con la intención de robar dispararon mortalmente a Isidore. El fallecimiento del cabeza de familia fue un auténtico desastre. La madre, Sarah, sufrió una crisis nerviosa de la que tardó años en recuperarse. Los tres pequeños fueron enviados a un orfanato mientras que Beryl y su hermano mayor, Morrie, se fueron a vivir con sus primos.

Beryl, apenas un adolescente, parecía peleado con el mundo. Perdió el interés en la religión y en los estudios. Prefería buscarse la vida en las cruentas calles de Chicago.

Peleón, ladronzuelo, delincuente, jugador, llegó incluso a hacer algún que otro trabajo para el legendario Al Capone, que años más tarde sería un incondicional de los combates del liviano púgil judío.
Y en esa época, a los quince años, Rosofski empezó a boxear. Para ello tuvo que mentir a las autoridades del estado de Illinois que solo permitían combatir a los mayores de 16 años. Y para que su madre, Sarah, que muy lentamente iba saliendo del trauma que supuso la muerte de su esposo, no se enterara de su nueva ocupación, Beryl decide cambiar de nombre. A partir de entonces, y ya para siempre, será conocido como Barney Ross.

Y enseguida llegan los éxitos. Su carrera amateur queda culminada con un brillante triunfo en los Golden Gloves de Chicago. Su estilo es muy atractivo para el público pero, a pesar de obtener numerosos trofeos, su sueño, su gran meta, es conseguir suficiente dinero para sacar a sus hermanos del orfanato y reunificar la familia. Y para eso no le quedaba otra alternativa que hacerse profesional.

Barney debuta con 19 años y compagina sus primeros combates con labores de sparring para el campeón del mundo Jackie Fields.

A pesar de que nunca fue un gran pegador, se convierte en un favorito para lo aficionados de Chicago. Es rápido, muy activo, agresivo y además destaca por su valentía, su bravura y una mandíbula a prueba de bombas.

Pero por esa época Ross se confía y se relaja. Empieza a dedicar más tiempo a las calles y a las salas de fiestas que al gimnasio, y eso pasa factura en una época en la que la competencia por triunfar y llegar a lo más alto era descarnada.

Barney Ross cae derrotado por puntos ante Roger Bernard. La culpa sólo es suya, que no se ha sabido cuidar. Y sus apoderados, descontentos con su comportamiento, le expulsan del gimnasio. Pero el desorientado púgil acude al orfanato a visitar a sus hermanos y se da cuenta de la oportunidad tan grande que está desaprovechando. Regresa al gimnasio y de rodillas les pide a sus mentores una nueva oportunidad. Y esta vez Barney no falla. En el período de dos años consigue 25 victorias consecutivas. Esta racha de triunfos no solo le deja a las puertas de disputar el campeonato mundial, sino que además le permite conseguir su viejo sueño.

Con las bolsas obtenidas en sus victorias ante Billy Petrole y Battlin Battalino, Ross compra una casa lo suficientemente grande como para sacar definitivamente del orfanato a sus tres hermanos menores.

Y su gran noche llegará el 23 de junio de 1933. En el Chicago Stadium se enfrenta a Tony Canzoneri, que es al mismo tiempo campeón del mundo del ligero y del superligero. Y en un combate igualadísimo, Barney Ross logra imponerse a los puntos por decisión mayoritaria. En un solo combate el púgil judío se proclama campeón mundial en dos categorías.

Tras seis defensas de sus títulos, entre ellas una nueva victoria ante Canzoneri en combate de revancha, Ross fija su objetivo en la categoría superior. Y allí, en el peso welter, protagonizará con Jimmy McLarnin tres apasionantes enfrentamientos.

En el primero, en 1935, en el mítico Polo Grounds de Nueva York, Barney Ross se impone a los puntos y se proclama campeón mundial del welter. En la revancha, MacLarnin gana por decisión dividida. Y en el desempate final, Ross recupera su título con otra victoria por puntos.

El dinero entra a raudales en el hogar de los Rosofski… pero también se va con extremada facilidad. Ross es generoso y presta dinero a todo el que se lo pide. Además, un viejo vicio, el de las apuestas y el juego, le hacen perder importantes sumas. Eso le obliga incluso a aceptar una defensa ante Ceferino García a pesar de haberse roto el pulgar de la mano derecha en un entrenamiento.

A Ross le inyectan novocaína en la mano para matar el dolor, pero el efecto del fármaco pronto desaparece. Y ante un boxeador que luego sería campeón mundial del medio, Barney Ross da una lección de boxeo con su mano izquierda y logra retener su título con una victoria a los puntos.

El 31 de mayo de 1938, en Long Island, disputará su último combate. Defiende su titulo mundial del wélter ante un auténtico fenómeno, Henry Armstrong, por entonces campeón mundial pluma y sin duda uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos.

Y ante 35.000 espectadores el combate se convierte en una lucha desigual. Hay algo que no funciona. Las piernas de Barney no se mueven como antaño. Ha perdido la velocidad y la frescura, pero no su casta y su valentía. En el noveno, tiene un ojo prácticamente cerrado y su nariz sangra abundantemente, pero no deja de dar la cara. En su esquina se dan cuenta de que el campeón se ha hecho viejo de la noche a la mañana y quieren detener la desigual contienda. Pero Ross, que nunca ha perdido antes del límite, se niega: “si me paráis el combate no os vuelvo a hablar en mi vida”

Al acabar el undécimo es el prestigioso árbitro Arthur Donovan quien se acerca a la esquina del campeón: “Lo siento, campeón pero tengo que parar el combate”.

Pero de nuevo Barney se rebela: “No, por favor. No me pares la pelea. Es el último favor que te pido. Déjame seguir. Este va a ser mi último combate”.

De mala gana Donovan dejo continuar al orgulloso púgil. Quería decir adiós al boxeo como un auténtico campeón y aguantó en pie las continuas acometidas de Henry Armstrong. Barney Ross perdió el combate a los puntos y con ello perdió su título mundial. Pero ganó, una vez más, la admiración y el respeto de los aficionados. Y fiel a la promesa que le hizo a Donovan, a pesar de solo tener 28 años, tras este combate colgó definitivamente los guantes.

La de Ross fue una intensa carrera de nueve años. En total, 72 victorias ( 22 de ellas antes del límite) frente a solo 4 derrotas, 3 nulos y dos combates sin decisión. Campeón del mundo en tres categorías. Y lo que es más importante, gracias al noble arte Barney Ross consiguió su sueño: reunir a su familia.

Tras su retirada, probó suerte en distintos negocios. Pero los japoneses invaden Pearl Harbour y los Estados unidos entran en la Segunda Guerra Mundial. Con 32 años, Barney Ross se alista en los marines. En un principio le quieren como instructor de boxeo pero él prefiere la acción directa en el frente y le destinan a Guadalcanal, en el Pacífico, escenario de alguna de las más descarnadas batallas de la gran contienda.

Y allí, una noche en la que Barney Ross y tres compañeros patrullaban, fueron sorprendidos por las tropas japonesas que les superaban en número. Ross y sus compañeros tuvieron que refugiarse en una zanja.

En la refriega, dos de los compañeros del ex campeón murieron y el tercero resultó gravemente herido. Y Barney disparó balas y lanzó granadas hasta quedarse sin munición. Al amanecer, Ross, herido seriamente en sus piernas y con treinta impactos de metralla en su casco, decidió iniciar la escapada. Tuvo que abandonar a sus dos compañeros fallecidos. El tercero estaba gravemente herido y pesaba más de cien kilos. Aún así, Barney Ross que no llegaba a los 65 kilos y que también estaba malherido, cargó a cuestas con su compañero hasta conseguir salir de la emboscada.

Por esta acción, fue condecorado como héroe de guerra. Pero en el hospital militar en el que trataron sus heridas le empezaron a administrar fuertes dosis de morfina para aplacar el dolor de las heridas y de la fiebre malaria. Al regresar a los Estados Unidos se da cuenta de que ha quedado enganchado a esa droga.

Su vida vuelve a ser un tormento. De nuevo toca fondo y se gasta todo el dinero en morfina. Hasta 500 dólares a la semana. Pero Barney es un guerrero y decide afrontar su combate más complicado. Voluntariamente solicita el ingreso en un centro de rehabilitación y gracias a esa inigualable determinación que en su día demostró en el ring, Ciento veinte días más tarde abandona el centro. Jamás volvió a consumir morfina ni ninguna otra droga.

Durante el resto de su vida los dolores provocados por las viejas heridas fueron constantes. Pero Barney quiso aprovechar su popularidad para dar numerosas charlas y conferencias contra el uso de las drogas. Ross recogió su insólita vida en una preciosa autobiografía que más tarde sería llevada al cine.

Barney Ross falleció el 17 de enero de 1967 en un hospital de Chicago. Tan solo tenía 57 años pero un cáncer acabó con él.
Por desgracia, no son muchos los aficionados de hoy que conozcan su nombre. Pero es muy difícil encontrar a alguien tan duro, bravo y batallador como él. Dentro y fuera del ring.