Antonio Salgado Pérez
(Del libro en preparación “Hitos del Boxeo en las Islas Canarias”)
Lo que no habían conseguido los más renombrados toreros, los más destacados intérpretes de nuestra vernácula lucha canaria y los más cotizados artistas de la época, lo consiguió Fred Galiana, en aquella fría noche de Navidad de 1960, en nuestro mudéjar coso taurino santacrucero donde, en el anillo del ruedo y en las gradas se agolparon nada menos que ocho mil espectadores para presenciar no sólo al mejor púgil español de la postguerra, el citado Galiana, sino para observar, muy detenidamente, las elegantes evoluciones de su rival, el irrepetible e inolvidable Juan Albornoz Hernández “Sombrita” que, desde el sexto asalto, se las prometía muy felices.
No sólo había sido el que había llevado la total iniciativa de la contienda sino también había sido el principal protagonista de la eficacia. El camino hacia el título que poseía Galiana parecía de rosas… Pero en el séptimo “round” el campeón ya estaba confeccionando la forma de revalidar su fajín nacional de los pesos ligeros. Observó que cada vez que atacaba a Sombrita éste no podía seguirle el tren por sus relativas dotes de encajador. En el noveno asalto surgió el amargo momento para el tinerfeño. Surgieron los golpes fatídicos de aquel auténtico “dinamitero del ring”. A Sombrita sólo le quedaba el recurso del “clinch”, de agarrarse al rival, para obstruirle su táctica rematadora. Pero su inexperiencia -era su combate número trece como profesional- y escasa picardía, dejó libre a aquel rival que sólo tuvo que seguir golpeándole. El isleño rodó por la lona mientras el árbitro, el competente Enrique Peyró contaba, sin remisión, los diez segundos de rigor…
El público, resignado, acogió con la lógica desazón la derrota del paisano. Y aplaudió la incuestionable calidad del vencedor, que nos confesó en los vestuarios: “Nunca llegué a imaginar que existiera en Tenerife un público tan numeroso, tan cordial y tan cariñoso. Fue un espectáculo propio de grandes capitales”. Y con respecto a Sombrita, nos dijo: ”Un chaval noble, con mucha talla y madera de campeón. Pero no hay que precipitar su carrera”.
El 4 de julio de 2005, Exuperancio Galiana Díaz, al que los franceses antepusieron el apodo de “Fred” al relacionarle con Federico Martín Bahamontes, falleció a la edad de 74 años, debido a una neumonía. Había nacido en Quintanar de la Orden (Toledo) y fue campeón de España en tres categorías y, de Europa, en el peso pluma. Su óbito se produjo en una residencia geriátrica de la localidad alicantina de Orihuela, en la que vivió los últimos años debido a la enfermedad de Alzheimer que padecía. Galiana procedía de una humilde familia manchega. Presenció su primer combate a los diecisiete años. Siempre quiso ser torero, pero el traslado de su familia a Mataró le llevó por azar al mundo del pugilismo.
Galiana, “El torero del ring”, como le bautizaron en Francia tras despojar de su corona europea de los pesos plumas al ídolo local Ray Famechon, el 3 de noviembre de 1955, en París, fue un boxeador inigualable, inicialmente moldeado por las manos y sapiencia de Joaquín Alís y, luego, por el avispado entrenador que respondía por Jules Avernín, que también había proyectado, a las mejores esferas boxísticas, la liliputiense figura del madrileño Martín Marco Voto” Young Martín”, que ostentó el título de Europa de los pesos moscas.
Galiana entendió el boxeo a su manera, boxeó a su aire. Rompió con los moldes clásicos de esta milenaria manifestación del músculo. Sus desplantes ¡los desplantes de Galiana!, que tanto provocaban y desorientaban a sus antagonistas, hacían levantar, de entusiasmo, al público de sus asientos. Sus esquivas y fintas en la corta distancia, apoyadas en una excepcional cintura, realizadas con una pasmosa tranquilidad, resultaban tan carismáticas como personales e inimitables. Él quiso hacer el boxeo a su manera, y se salió con la suya. Él quiso “torear” a sus rivales a su estilo y, aunque a veces saliera malparado, casi siempre hundió el estoque hasta la empuñadura.
Galiana fue “verdugo” de dos figuras isleñas, el aludido Sombrita y el grancanario Lelo Suárez. Pero otro púgil grancanario, Carmelo García “Gancho” también interpretó el papel de “verdugo” ante Galiana, pues en Barcelona, con fecha de 23 de diciembre de 1964, García “Gancho” revalidaba su título de Campeón de España de los pesos wélter venciendo por abandono en el undécimo asalto al citado boxeador toledano.
Galiana fue un ídolo de otra época. Pero un auténtico icono pugilístico, que llevaba en cualquiera de sus combates, importantes o no, a millares de personas . Por aquel entonces no valían los falsos campeones ni se podía lucir un fajín de Europa con quince combates como, por ejemplo, sucede en la actualidad. Galiana que, como profesional del ensogado, llegó a disputar más de doscientos encuentros fue tan pícaro como inteligente sobre la desierta isla del cuadrilátero. Con su acrisolada pegada consiguió un buen puñado de triunfos antes del límite, pero cuando, en ocasiones extremas, los puños antagónicos le golpeaban a él con tanta dureza como persuasión, levantaba la mano del abandono, “espantá” que, obviamente, producía el general abucheo de un público burlado.
Retuvo su corona europea el 3 de mayo de 1956, en Abidjan (Costa de Marfil) derrotando por KOT en el duodécimo asalto al local Jules Touan. Meses más tarde, renunció a su fajín de campeón continental. Fue una de las estrellas fulgurantes de la noche madrileña de los años 60 del pasado siglo, cuando Ava Gadner coqueteaba con Mario Cabré y Ernest Hemingway repetía sus infinitas hazañas en el Oliver.
Cuando recaló en Tenerife para combatir con “Sombrita”, le preguntamos el por qué, tras conseguir el título continental no disputó la diadema mundial al norteamericano Sandy Sandler. Y Galiana nos contestó: ”Quise, sí, pero antes me querían ‘ablandar’ enfrentándome a púgiles de escaso relieve pero grandes maestros en eso de ‘abrir cejas, pómulos y heridas’, a base de trucos y forcejeos reñidos con este noble arte”.
La popularidad de Fred Galiana trascendió al ámbito deportivo: fue actor cinematográfico, donde protagonizó dos películas, “Escuela de Periodismo” y “Es mi hombre”. Hizo teatro e, incluso, realizó una campaña profesional como cantaor y bailaor de flamenco. En una de sus giras artísticas actuó en Tenerife, concretamente en la “Sala Tropicana”, ubicada en los aledaños del ya desaparecido Parque Recreativo.
Pero, primordialmente, y por encima de todo, a Fred Galiana siempre se le recordará como un boxeador que abarrotó la plaza de toros de “Las Ventas” madrileña y el “Luna Park” bonaerense, entre otros recintos. Cuando regresó, invicto, a su Toledo natal, tras haber disputado veintidós contiendas en Argentina, ya había librado, antes o después, memorables combates ante los Luis Romero- su ídolo inicial-, Dulio Loi- el único que le noqueó, de impacto a la zona hepática-, Orlando Zulueta, Percy Basset, Jean Sneyers, Manuel Sosa, Boby Ros, Manolo García, Luis Folledo…
Líder español en tres categorías de peso; y europeo, a raíz de su combate con el ya señalado Ray Famechon, en la popular Sala Wagram de la Ciudad Luz, donde la densa constelación del fumador apenas dejaba ver el cuadrilátero. Se retiró definitivamente del ring en 1964 tras disputar un total de 209 combates profesionales, todo un récord en el pugilismo hispano.
A Fred Galiana, el de las esquivas y desplantes, el del “punch de bisturí”, los tinerfeños de aquella época siempre le recordaremos, fundamentalmente, por el encuentro que disputó con Sombrita. Pero no se nos borrará de la memoria cuando, antes del combate, y mientras ejercitaba sus músculos, bajo la atenta mirada de su entonces preparador Luis Magro, en la ya desaparecida “Sala Iberia”, golpeaba con tanta potencia y vigor al “saco” que sus secos impactos retumbaban en la aledaña, recoleta y romántica Plaza del Príncipe…