Antonio Salgado
(Del libro en preparación “Hitos del boxeo en las Islas Canarias)

Ha pasado el ecuador de la década de los 40 del siglo XX. En el ámbito boxístico español existe un dúo inolvidable: Luis de Santiago y Luis Romero. Como blasones mundiales se oyen los nombres de estos inmortales del ring: Joe Louis, Jersey Joe Walcott, Ezzard Charles, Archie Moore, Marcel Cerdan, Jake La Motta, Rocky Graziano, Ray “Sugar” Robinson…

En Canarias, y concretamente en Las Palmas, un jovencito, con nombre de profeta, llamado Jeremías, venía consiguiendo resonantes triunfos entre las doce cuerdas. Llegó a no tener rivales de categoría en las Islas. De la mano de un preparador catalán, José Hernández Moro, Jeremías tuvo la fortuna de disfrutar del boxeo que atesoraban sus paisanos, como “Pantera”, “Risko”, “Guerrita” o el propio “Montaña”, por nombrar un cuarteto de excepción.

Jeremías Hernández Hormiga, nuestro personaje de hoy, había marchado en 1946 a San Sebastián con ánimo de hacer un airoso papel en los Campeonatos de España de Boxeo Amateur. La sorpresa fue mayúscula. Primero derrotó al norteño Larrondo; dos días más tarde noqueaba en el primer round al catalán Riera, de una potente izquierda en la zona hepática y, por último, y celebrando la final con el levantino Moreno, se erigía campeón nacional de los pesos ligeros al ser proclamado vencedor por puntos.

Fue allí donde empezó a hablarse de la zurda de Jeremías. Fue allí donde, por primera vez en la historia, un púgil canario conseguía un titulo de España en el campo amateur. Por aquel entonces, Jeremías tenía 19 años. Había nacido en Fuerteventura en 1927, pero se consideraba un grancanario de pura cepa ya que sus padres le llevaron a vivir a Las Palmas cuando apenas era un bebé.
En sus buenos tiempos se le conoció como “El ídolo de Arenales”, un apodo que luego heredó el sordomudo Cayetano Ojeda “Kid Tano”, otro púgil de postín nacido en Las Palmas.

Jeremías, que así, escuetamente, figuraba en los carteles publicitarios, llegó a disputar más de sesenta combates. Se inició en el pugilismo “por motivos de salud”. De pequeño era “de constitución débil y frágil como el cristal”, nos dijo en una ocasión. Y añadió: “El boxeo me hizo un hombre fuerte, con confianza en mí mismo. Y pulió mi temperamento. Este deporte me gustó desde el principio porque era viril, de hombres, y donde había que emplear el arte que lleva consigo este deporte de contacto”, enfatizó.

La zurda de Jeremías, aquel zurdo de oro, tuvo notoriedad en su época. Siempre se preparó a conciencia. Y lo seguía haciendo años atrás, como avanzado septuagenario, en la playa de Las Canteras, desde donde nos confesó que el boxeo le había proporcionado la virtud de cultivar el músculo, de descubrir la preparación física. Por eso recalcaba con legitimo orgullo “que he llegado a la edad que tengo en plenas condiciones, haciendo hora y media de gimnasia todos los días, realizando un moderado footing y cortos sprints, donde mi corazón me responda a la perfección, según dicen los médicos que me atienden”.

Jeremías no solo fue sinónimo de pegada, de punch sino que fue el protagonista del estilo y la armonía combativa que la basaba, fundamentalmente, en esos desplazamientos entre las cuerdas, en sus piernas, pues muchas veces boxeaba como de puntillas, tipo ballet, blandiendo además una notable guardia. Los que tuvimos la oportunidad de verle actuar sobre el ring aún recordamos aquella velocidad que muchas veces se convirtió en pesadilla de sus rivales, pues se escabullía como pez en el agua.

Ahora, nos viene a la memoria aquel breve encuentro, que hace unos años, tuvimos con Jeremías en la playa de Las Canteras y donde le preguntamos, entre otras cosas, si su zurda mereció la fama que siempre se había pregonado, a lo que él nos contestó: “sí la mereció porque me proporcionó muchos triunfos antes del límite. El más espectacular, con el norteamericano Johnsson, que me duró dos asaltos, en el viejo y desaparecido Tinguaro tinerfeño –donde hoy está emplazado el edificio Olympo-. Antes de dicho combate, y para muchos entendidos, yo representaba algo así como un simple conejillo de Indias…”

Una vez concluida su etapa de púgil, Jeremías Hernández desempeñó múltiples labores en la rama de la hostelería. Y siempre desde su puesto de trabajo reflejó lo que antes había demostrado sobre el cuadrilátero: seriedad, dedicación y señorío.