Gustavo Vidal
@Riego357

Considerado por muchos el más poderoso pegador de todos los tiempos, el gigantón de Marshall, Texas, celebrará a buen seguro su septuagésimo aniversario al calor de su amplia familia.
Único superviviente de la mítica trinidad de pesos pesados de los setenta (Alí-Frazier-Foreman), Big George es hoy un respetado pastor de la Iglesia protestante y un acaudalado hombre de negocios.
Pero no siempre fue así…

Una juventud turbulenta
Amante de los coches caros y las mujeres fáciles, el joven George protagonizaba a diario peleas que solían concluir con el ulular de algún coche patrulla tras sus rápidas zancadas.
Todo indicaba una sola trayectoria: la prisión. De manera que la prudencia más elemental aconsejó alguna práctica deportiva que apagara, si acaso en parte, aquella fogosidad desbordante.
Al principio, como tantos, quería ser futbolista. Veneraba al legendario Jim Brown, la fulgurante estrella de los Cleveland Brown de la NFL en los cada vez más lejanos años cincuenta y sesenta.
Y tal vez la portentosa condición física de Foreman le habría reportado algún puesto aceptable en algún equipo mediano de fútbol pero …

¡¡¡Down goes Frazier, down goes Frazier, down goes Frazier!!!

Como tantos jóvenes “problemáticos”, George Foreman ingresó en los llamados Job Corps. Aquello era mejor que ir a la cárcel o pernoctar, incluso con gastos pagados, en los calabozos de las comisarías locales. No era difícil burlar la disciplina de aquellos centros, se comía en abundancia y quedaba tiempo para el ocio y el deporte.

Pese a lo anterior, entre aquel ambiente de chicos “difíciles” el valor no se presumía. Era menester demostrarlo. Y para ello, sin convicción y con la mirada aún centrada en el fútbol, el joven George comenzó a boxear.
Un año más tarde, tras veinticinco peleas amateur, emular a Jim Brown era ya solo un recuerdo… Y Foreman, campeón olímpico a punto de saltar al profesionalismo.

Donald Walheim, Chuck Wepner, Vernon Clay, Roberto Dávila, Leo Peterson, George Chuvalo, el magnífico Goyo Peralta, Charlie Polite, Boone Kirkman… ¿de dónde ha salido este coloso de charol que arrolla a todos sus rivales?, ¿qué tiene ese muchacho en sus puños para que todos sucumban ante su poderío? “No tiene dinamita, tiene energía nuclear en sus nudillos”, declararía años después el legendario Muhammad Alí.

Tan solo en 1969, año de su debut, peleó en 13 ocasiones con sendas victorias, 11 por KO. Igualmente propicio resultaría 1970, con 12 peleas, 12 victorias y 11 de ellas por la vía del cloroformo… ¡caray con el mocetón de Texas!

Finalmente, el 22 de enero de 1973 llegó la oportunidad. El invicto campeón Joe Frazier, con excesiva confianza y deficiente preparación, recibió la mayor paliza de su vida. A los pocos instantes del primer asalto, el narrador rugía atónito: “¡¡¡Down goes Frazier, down goes Frazier, down goes Frazier!!!


The rumble in the jungle

Tras laminar a Joe Frazier en dos asaltos escasos, Foreman aplastó a Joe Román y trituró a Ken «Mandingo» Norton, ex marine que venía de fracturar la mandíbula a Muhammad Alí doblegándolo sin paliativos en San Diego, California.

Mandingo Norton era un portento físico, una lección de anatomía explosiva de vigor. Alguien que podría ser campeón en cualquier era del peso pesado. Pero ante Big Foreman semejó un muñeco al que se le hubieran oxidado las varillas.

El mundo del noble arte se cuestionaba, y con razón: Frazier y Norton derrotaron a Muhammad Alí y le generaron muchos problemas, ¿podrá siquiera sobrevivir Alí en una pelea con Foreman?

La batalla de Kinshasa en el actual Congo (antes Zaire) ha entrado en los anales de las leyendas del boxeo y, obviamente, merece un capítulo aparte. Pero, no dudemos, constituyó una de las mayores sorpresas de la historia del pugilismo. La incertidumbre no era quien ganaría, sino en que asalto sería noqueado Alí para el cual, incluso, se preparó un avión medicalizado que lo trasladaría a un hospital español ante los previsibles daños que iba a sufrir.

Convertido en un hombre nuevo

Muchos años después, en sus memorias God in my corner (Dios en mi esquina), Foreman aseguraría que fue drogado antes de la pelea. “Mi preparador me dio a beber agua con sabor a medicina y subí al ring con ese sabor en la boca”.

Cierto o no, tras la batalla de Kinshasa, Big George se abismó en una plomiza depresión. Después de dos años alejados de los focos, las cuerdas y la lona resinada, reapareció ante un coriáceo rival, Ron Lyle. Aunque Foreman se impuso finalmente, a punto estuvo de perder por KO y hasta visitó la lona más de una vez.

Habría de demoler a unos pocos rivales más hasta llegar la, quizá, noche más trascendental de su vida. Una calurosa velada en la primavera tropical portorriqueña, Big George se enfrentaba a un rival en apariencia fácil, Jimmy Young, excelente púgil de la inolvidable “cosecha del setenta” de los pesos pesados.

Derrotado, y al borde la deshidratación, Foreman aseguró haber tenido una experiencia religiosa en el vestuario. Dijo adiós al boxeo y comenzó a predicar la Biblia, ¡ahí queda eso!

Durante los siguientes años, la imponente figura de Foreman ganó peso, se embutió en reverentes trajes oscuros y recorrió el país predicando el Evangelio. Fundó una casa de acogida para niños sin hogar, abandonó todo vicio, predicó una virtud bautista y se rapó la cabeza. Vivir para ver.

Mientras tanto, un nuevo púgil eclipsa el mundo del boxeo. Se llama Mike Tyson, golpea como si le debieran dinero y sus combates se traducen en millonarias bolsas.

Desde la lejanía, Foreman contempla al nuevo portento, se rasca la cabeza y piensa: “Si derroté a Joe Frazier también podré con él”. Dicho y hecho, comienza a entrenarse, pierde peso y sueña: “con la bolsa que me paguen en el combate con Mike Tyson tendré para alimentar a mis acogidos durante décadas”.

¡¡¡ It happens, It happens, it happens!!!

Nadie apostaba un centavo por Big George cuando, en su reaparición, noqueó en tres asaltos a un oscuro Steve Zousk. Los espectadores del Arco Arena de Sacramento, California, ovacionaron con simpatía al “viejo George”. Pero poco más.

Un año más tarde y ocho peleas con sendas victorias por KO (incluida una ante el gran Dwight Quawi) Foreman había dejado de ser un exótico regreso para convertirse en un considerado aspirante al título.

Desde luego, así debieron sentirlo posteriormente Mark Young, David Jaco, Bert Cooper, el poderoso Gerry Cooney, Adilson Maguila Rodrigues…

Y tras una dignísima derrota a los puntos ante un Evander Holyfield en su prime moment, George Big Foreman pasmó al mundo en la mágica noche de las Vegas el 5 de noviembre de 1994, próximo a cumplir 46 años, enviando a dormir al hasta entonces campeón Michael Moorer.

Sí, esta otra vez volvió a tronar la voz del locutor, repitiendo ahora el famoso It happens (ha ocurrido) mientras el viejo campeón, de rodillas y emocionado, elevaba plegarías a Dios. Foreman se convertía en el campeón del mundo más longevo de la historia del peso pesado. Y, sin duda, uno de los más queridos.

Una vida fecunda

La carrera pugilística de Foreman siguió brillando un tiempo dentro de las posibilidades que el cepo cruel de los años podía brindar a aquel físico prodigioso. Aún quiso regresar a los cuadriláteros en 2004, pero tanto su mujer como sus diez hijos consiguieron espantar esa idea de su cabeza… George, ganaste el título con 45 años, lo revalidaste varias veces… ¿Qué vas a demostrar ya a los 55?

No consiguió encerrarse entre las cuerdas con Mike Tyson. Pero aquello no restó fulgor ni ganancias a su carrera espectacular. Retirado con un récord de 81 combates y 76 victorias de las cuales 68 fueron por KO, el hombretón tejano no solo triunfó en el ring, sino en la vida.

Alejando de ambientes poco recomendables, continuó su ministerio como pastor protestante a la par que emprendía la venta a gran escala de las famosas parrillas George Foreman.

Recientemente, el bueno de Foreman lamentaba, aunque asumía, los grandes impuestos que ha de pagar anualmente. El entrevistador le recordaba que eso era normal en alguien que gana casi cinco millones de dólares al mes con la venta de sus parrillas… sí, casi cinco millones de dólares al mes.

Este verano, mientras zapeaba aburrido entre canales internacionales, me detuve en un programa de la televisión norteamericana. Una especie de “Operación Triunfo” para empresarios. Allí, jóvenes emprendedores exponen su proyecto de negocio a un jurado compuesto por inversores que, comentan y evalúan la posibilidad de invertir en la idea o rechazar la empresa. Iba a cambiar de cadena, cuando algo me obligó a dar un respingo. Uno de aquellos millonarios inversores era… George Big Foreman. Grande, feliz cumpleaños, campeón del ring y de la vida.

Nota: George Foreman nació el 10 de enero de 1949 en Marshall, Texas. Está casado, tiene 10 hijos (todos llamados George) y reparte su tiempo entre la Iglesia Evangélica y sus boyantes negocios. Aunque en su juventud fue un tipo violento y pendenciero, la revista The Cleveland Magazine le calificó el año pasado como “El hombre más afable de Estados Unidos”.