Antonio Salgado

Nueva York. 29 de septiembre de 1967. Emile Griffith venció por puntos a Nino Benvenutti (Campeonato mundial de los pesos medios WBC-WBA) (Recuerdo de la crónica que en su día publicó nuestro compañero)

En un principio, cuando aún el boxeo estaba en pañales, los combates duraban varias horas. Y el número de asaltos era incontable. Los púgiles atornillaban sus pies a la tierra -y no a la lona- y allí, pacientemente, esperaban el impacto, que podía durar algunos minutos en llegar. Pero con la aparición de la técnica, de los desplazamientos, evoluciones y la táctica boxística, el pugilismo ha sufrido grandes variaciones. En la actualidad, quince asaltos, distancia que descubre en lid un liderato universal, es algo largo, interminable. Y se teme, por supuesto, al desfallecimiento, esa temible enfermedad pugilística que hace que todo se evapore: las fuerzas, la inteligencia… Todo se hunde, naufraga. El desfallecimiento es un segundo adversario que aniquila sin avisar.

Anoche, por la pequeña pantalla, muchos de ustedes pudieron comprobar como un púgil de la excepcional clase de Nino Benvenutti sufría esta fatal circunstancia. Benvenutti es un peso medio “natural”, con capacidades técnicas muy superiores a su antagonista; el italiano practica un boxeo inteligente, hábil, clásico, casi de otros tiempos. Emile Griffith, de impresionante historial, posee una extraordinaria rapidez, inigualable resistencia, fortísimo punch y una gran picardía en su boxeo aparentemente rudimentario. Se iban a encontrar sobre el ring, la técnica y la clase contra el ardor y la resistencia; íbamos a presenciar un combate de pugilismo clásico contra una fuerza de la naturaleza.

Un ligero desprendimiento del cartílago del tórax durante los entrenamientos sería el fantasma que acompañaría a Nino Benvenutti frente a Griffith, que había sido tres veces campeón del mundo de los wélter y que ahora en plan de apilar récords, iba a apoderarse, por segunda vez, del trono mundial de los pesos medios, en pos de emular las hazañas del fabuloso Ray “Sugar” Robinson.

Benvenutti fue, de antemano, casi sentenciado al combate. Y la sentencia, después de quince dramáticos asaltos, no pudo ser más implacable: recibió el mayor castigo de su vida pugilística; pero también nos puso de manifiesto su extraordinario espíritu combativo hasta el final.

Un púgil como Enile Griffith, boxeando en Europa como lo hizo ante Benvenutti, hubiese sido amonestado en más de una ocasión, porque su estilo no podía ser más frontal; empleando constantemente su cabeza para abrir superciliares; para romper pómulos y lograr brechas en la barbilla. Causa asombro el comprobar como se permiten en Norteamérica toda clase de artimañas boxísticas, ante la plena conformidad de un árbitro, que parece simple mariposa revoloteando alrededor de los contendientes.

Benvenutti, superior en envergadura, jamás supo sacar partido de esta para mantener a distancia a su rival. El italiano apenas hizo uso del gancho, golpe imprescindible ante un púgil como Griffith, que atacaba extremadamente agachado, agazapado, con la intención de hundir la bola de acero de su cabeza en el pecho de su enjuto y pálido antagonista. Benvenutti no podía mantener a raya a su rival porque las fuerzas no le respondían; porque su cansancio era evidente, anulándole todo espíritu de triunfo. El púgil de la “destra assesina” ya había pulverizado las ilusiones del español Luis Folledo; y había conseguido sesenta y cuatro victorias consecutivas como rentado del ring. Pero estas credenciales no le sirvieron en su encuentro con Griffith, que anteriormente, y ante el propio Nino, había, incluso, rodado por la lona,… Pero quien rodó ahora por el tapiz , y en dos ocasiones, fue Nino. Que aunque se incorporó inmediatamente, reflejaba su palpable inferioridad ante el púgil de las Islas Vírgenes.

El pasado mes de abril, en el mismo Nueva York, Nino Benvenutti supo aprovechar las oportunidades de su “gran noche”; esa oportunidad que rara vez pasa dos veces por delante de la puerta de los boxeadores. En la reseña de aquel combate histórico se decía que el trasalpino había logrado una victoria indiscutible al martirizar en quince asaltos al negro Griffith. Y con ello se convertía en el sexto boxeador europeo que conseguía encaramarse al trono mundial de los pesos medios. El primero había sido Bob Fitzsimmons, proclamado en 1891, seguido de los franceses Marcel Thill y Marcel Cerdán; y de los ingleses Randolph Turpin y Terry Downes.

Es posible que Benvenutti, en un tercer combate, sin el hándicap de inoportunas lesiones y jaleado por los suyos, por esos 30.000 espectadores que se darían cita en el Estadio San Siro, de Milán, volviese a lucir la diadema mundial de los pesos medios. Y nos alegraría que así sucediese por dos motivos: uno, que el liderato universal volviese al Viejo Continente y, el otro, porque siendo Ninio Benvenutti campeón mundial dejaría tranquilo a nuestro Luis Folledo, hoy en pos del título europeo, dejado vacante al conseguir el italiano la corona mundial.