Antonio Salgado

Si nuestros apuntes no nos engañan, en el mes de marzo de 1964, Televisión Española emitió por sus canales, y en diferido, el primer campeonato mundial de boxeo de su historia, concretamente, Cassius Clay–Sonny Liston. Tal acontecimiento deportivo nos dio pie para iniciar en el ya desaparecido periódico tinerfeño La Tarde un espacio titulado Teleboxeo, que fue recogiendo, estimamos que fielmente, todo lo que el referido medio de comunicación nos iba ofreciendo sobre el pugilismo, o sea, no solo los combates en diferido sino los ofrecidos en directo, desde campeonatos mundiales, de Europa y de España, hasta los Juegos Olímpicos y del Mediterráneo, sin olvidar, por supuesto, aquellas películas que ya habían sido exhibidas por las pantallas comerciales (Más dura será la caída, etc.), o aquellos telefilms producidos y proyectados por la misma cadena nacional (La izquierda de un campeón retirado, de la serie Los camioneros, etc.) que, en aquellas décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, representaron vitales imágenes de las que los aficionados a este deporte de contacto nos beneficiábamos. Después recordarán que, salvo en la época que Pilar Miró cogió las riendas de T.V.E., las “pantallas oficiales” de este potente medio de comunicación se apagaron totalmente para el boxeo… Luego, afortunadamente, surgieron las cadenas privadas donde, por ejemplo, y como tabla de salvación-oasis, surgió Eurosport -¡gracias, Marquiegui y compañía!-.

Recordar es retroceder para quedar donde queremos. Recordar es un volver a vivir aquello que fue… Y el cronista quiere recordar, de nuevo, junto a todos los afines a Espabox, y con sus respectivas anuencias, aquellos combates que tuvieron, años atrás, la suerte y el privilegio de ser difundidos por Televisión Española que, no hay que olvidarlo, ejercía un férreo monopolio.

Y los recordaremos a través de las crónicas que hilvanó, en las referidas épocas, quien suscribe, con sus posibles aciertos, con sus evidentes errores y sus puntos de vista muy particulares. Vamos a respetarlos en su integridad. No modificaremos ni punto, ni coma, ni texto. Ustedes tendrán las aludidas crónicas tal cual salieron en el ya citado y desaparecido periódico local La Tarde que, por cierto, poseía un director auténticamente inolvidable, Víctor Zurita.

El espacio, que bajo la generosidad de Espabox, les ofrecemos a continuación, llevará por portada genérica Teleboxeo; luego, el título del artículo; la fecha del combate en cuestión y el comentario de este. A continuación el primer capítulo:

TELEBOXEO: EL PRIMER COMBATE QUE DIFUNDIÓ TELEVISIÓN ESPAÑOLA
Miami. 25 de febrero de 1964. Cassius Clay conquista el título mundial de pesos pesados al vencer por abandono al inicio del séptimo asalto a Sonny Liston.

Comentario

Sí, no fuimos a Miami Beach, de lo que me alegro. Pero tuve una gran ventaja con respecto a los 8.000 espectadores que se ubicaron en el Convention Hall: ellos se sentaron en las sillas de ring sin saber qué ocurriría: nosotros, cuando lo hicimos en la mullida butaca, sí que lo sabíamos. Y de sobra. Este combate nos lo ofreció TVE a través de Mundovisión. La proyección fue extraordinaria. El espectáculo, francamente, lamentable.
Hemos visto en la micropantalla el tongo más descarado de la historia del pugilismo. El Jack Johnsson–Jess Willard se ha quedado cortísimo. El Primo Carnera–Young Stribbling fue un dechado de perfección tonguista si lo comparamos con el tristemente famoso Clay–Liston. Los 46 periodistas norteamericanos, especializados en boxeo, que pronosticaron a favor de Liston, no erraron en sus vaticinios.

Ellos creían ingenuamente en la lógica, en la marcha normal del combate, en la fabulosa pegada del Oso torpón, Pero el oso se engolosinó con la miel del fraude y la confabulación. Liston, en el quinto asalto, pudo noquear fácilmente a Clay, que no hacía sino huir sobre el ring, que presentaba su guardia baja, que reflejaba en su rostro la situación dramática del púgil groggy, que lucía un fondo físico lamentable, abriendo su boca como el pez que lo sacan de su ambiente acuoso. Pero Sonny Liston acentuó aún más su exasperante lentitud, se limitó a concentrar su ataque en el guarnecido estomago de su rival y esperaba con autentica ansiedad el gongazo del descanso.

Antes, en el tercer round, había repetido idénticas escenas, pero apaciguó su dominio con descaradas esquivas de cintura, con absurdos bloqueos de brazos y brindando clinches innecesarios. En este asalto, Liston sufrió un corte en su ceja izquierda. Tanto él como Cassius Clay se regocijarían para sus adentros de que los espectadores viesen sangre. Sabían que el “respetable” le gusta la primera hemoglobina, porque este tinte dramatiza de manera excelente un combate de boxeo. La sangre, para los que han pagado por ver, elimina el engaño. Es un golpe teatral, representa la acción, es Sardou adaptado al cuadrilátero… Es Sófocles, Shakespeare, y el público representa los coros antiguos.

Ni una sola caída a través de 18 minutos de contienda. Incomprensible en un campeonato mundial del peso pesado. Pero un knock-down en este campeonato hubiese sido muy delicado. No fue eso lo pactado por los que merodearon en torno a este denigrante encuentro.

Clay era el elitista, el púgil del rápido picotazo de izquierda, el boxeador saltarín y habilidoso que mariposeaba en torno al descomunal Liston con suprema tranquilidad, manteniendo sus puños a la altura del ombligo. Pero sus impactos no inmutaban al ex presidiario. Sus golpes no desplazaban un centímetro al que noqueó a Floyd Patterson con la misma facilidad con que se corta la mantequilla con un cuchillo al rojo vivo.

Boxeador frontal, Sonny Liston, de extrema lentitud, nunca se batió en retirada. Su famoso jab de izquierda, impacto que acorchó al citado Patterson, solo lo brindó para defenderse, en el tercer asalto, de su lesionada ceja izquierda. Era lo convenido… El arma mortífera para otra ocasión. Al futuro campeón había que respetarlo, ¿Cómo llegaría, si no, al título? Y había que respetarlo porque era una gallina de huevos de oro que los pondría de diamantes, para todos sus secuaces en la sensacional revancha.

Al comenzar el séptimo asalto vino la debacle. Sonny Liston abandonaba la lucha. Un abandono amañado, inconfesable y grotesco. No quitamos ojo a su “famoso hombro” a través de los seis asaltos. Ni un gesto de dolor, ni una proyección inadecuada, ni un giro anómalo. La televisión es un “soplón” de alta categoría. Ni pruebas médicas ni rayos X. tendiendo dos buenos ojos y cierto espíritu observador no hacen falta estetoscopios ni exámenes profundos para esta clase de situaciones. Acuérdense, amigos, del Galiana–Davey Moore. Una “Lesión” se simula por múltiples motivos. Pero un buen manojo de dólares, que en esta ocasión corrieron con fabulosa prodigalidad, ya sabemos la de ruindades que pueden hacer.

El final fue vergonzoso. Hasta el propio Joe Louis, uno de los más cotizados campeones que ha dado el pugilismo, se prestó a la comedia, con verborrea, pegándose al micrófono como una lapa a una roca. A Sonny Liston, sus cuidadores, sus “segundos” (en números casi incalculable) por poco le descueran el hombro de tanto masaje (había que justificar la situación a todo trance). Y el pobre de Cassius Marcellus Clay, autentico caso psicológico, pateaba, vociferaba, bailaba y abría su boca cual buzón de Correos, emitiendo gritos más propios de motilones y sioux que de una persona rodeada de civilización. ¿Dónde está esa simpatía, cronistas americanos?