John Sullivan

Antonio Salgado

Primera parte

Los boxeadores comparecían en la arena por separado. Desnudos de cintura para arriba, llevaban un calzón de paño de color vivo, medias de seda y zapatos de hebilla de plata. Sujetaban las medias con cintas de un color determinado, que era propio de cada boxeador y constituía su divisa. Al salir del sitio donde se habían desnudado llevaban una holapanda sobre los hombros y un sombrero de copa en la cabeza. Cuando solo les faltaban unos veinte metros para llegar al ring, tiraban el sombrero a lo alto, procurando que fuera a caer dentro del cercado interior, y emprendían veloz carrera hasta que llegaban junto a las cuerdas que saltaban con agilidad. Y se plantaban en el centro del cuadrilátero con los brazos en jarras, ofreciéndose a la admiración de los espectadores que, al contemplar la bella musculatura bañada por el sol mañanero, prorrumpían en atronadores aplausos e interminables hurras.

Después de haber sido presentados, los boxeadores se dedicaban a vender cintas de los mismos colores de sus ligas. Uno de estas ligas, atada a uno de los postes del ring, servía también para indicar el sitio elegido por cada uno para los descansos, sitio que ocupaban durante la lucha los cuidadores de cada uno de ellos.

La preparación de los antiguos luchadores o fighters era un poco parecida a la de los boxeadores actuales, pero bastante más concienzuda y tendiendo sobre todo a fomentar la resistencia a la fatiga. Una jornada de entrenamiento comprendía, además de los ejercicios de boxeo, gimnasia con pesas y mazas, golpear el saco, etc.; unos treinta kilómetros de marcha. Antes de empezar el entrenamiento se preparaba el black druogh, brebaje horrible del que se tomaba todos los días una copita en ayunas. Se hacía el black druogh a base de hojas y tintura de sen, jengibre, sal volátil, raíz de regaliz y tintura de cardamomo.

Hacía falta, además, endurecer la cara y el cuerpo, para lo cual se usaba una mezcla de sal gema, vinagre, zumo de limón, rábano silvestre y whisky. Después de haberse frotado con esta mixtura durante un par de meses, se consideraba que el pugilista se encontraba ya en condiciones para afrontar los combates más duros. Para endurecer la piel de las manos se usaban varias sustancias astringentes. Era también práctica muy corriente aplicar lonjas de carne cruda sobre las heridas y reanimar al pugilista a fuerza de tragos de aguardiente cada vez que caía al suelo.

El reglamento de boxeo con guantes, que en un principio recibió el nombre de Reglas del Marqués de Queensbury, que es el que, con sustanciales modificaciones viene rigiendo en la actualidad, fue un verdadero hallazgo, pues convirtió el pugilismo en un deporte asequible a todo el mundo.

John L. Sullivan figura entre los pocos boxeadores que conocieron las dos modalidades del moderno pugilato. Fue el último campeón de los puños desnudos y el primero que se adjudicó el título usando guantes para combatir. El último campeonato mundial de los pesos pesados sin guantes de boxeo se celebró el día 8 de julio de 1889, en Richburg (Estados Unidos), donde venció John L. Sullivan a Jake Kilrain después de setenta y cinco asaltos; sí han leído bien: ¡sesenta y cinco asaltos! Se utilizaron guantes por primera vez el día 7 de septiembre de 1892, en Nueva Orleans, donde James J. Corbett derrotó en veintiún asaltos, a John L. Sullivan, por el título mundial de los pesos pesados.

Bien poco tenían que ver las aludidas reglas del marqués de referencia, pues lo único que hizo fue patrocinarlas. Fueron ideadas y redactadas por un periodista deportivo inglés llamado Chamberlain. Con ellas cambiaron radicalmente los términos del problema que planteaba una lucha con los puños desnudos, pues dejó se ser una pugna en la cual la última palabra correspondía casi siempre al atleta más fuerte y resistente, para convertirse en un juego deportivo en el que las cualidades físicas se aliaban armoniosamente con lo que los antiguos llamaron “ciencia”, elemento que ellos conocieron muy poco y que solo en contadas ocasiones fue factor decisivo.

Ya ha quedado reflejado que la cuna del boxeo moderno fue Inglaterra. ¿Por qué, entonces, como integrantes de unas islas turísticas, sometidas también a importantes vinculaciones comerciales con Reino Unido, extrañarnos que el pugilismo entra en Canarias por obra y gracia de un británico? Lo explicaremos más adelante.