Javier Royo
@JavRoyo

La esencia del boxeo es relativamente simple. Golpear a tu oponente y no ser golpeado. Sin embargo, si sigues un combate de boxeo actual, muchas veces verás a dos peleadores intercambiando cuero sin que ninguno de ellos preste mucha atención a la defensa.

Si hicieras una encuesta para preguntar a los aficionados qué tipo de combates prefieren, probablemente la gran mayoría respondería que aquellos que estén repletos de acción. Los cortes, los moratones y las narices ensangrentadas, son detalles cruentos que incrementan en muchos el interés que les suscita este deporte. Parece que cuanta más sangre aparezca en escena, mejor es el espectáculo.

Los planteamientos defensivos resultan aburridos para el gran público. El ejemplo más significativo puede ser la pelea que enfrentó a Floyd Mayweather Jr. y Manny Pacquiao, en mayo de 2015. Un combate que tardó mucho en celebrarse pero la impopular demora no impidió que generara ingentes cantidades de dinero.

La pelea fue a la distancia y presentó muy poca acción. Mayweather ganó con facilidad por decisión unánime a pesar de que en 12 asaltos lanzó y conectó muy pocos golpes. Cuando Mayweather no estaba parado frente a Pacquiao, orbitaba a su alrededor y juntos al unísono daban vueltas por el ring. Pacquiao conectó incluso menos golpes que su rival y se mostró confundido y fuera de lugar, una situación que achacó a una lesión previa sufrida en el hombro.

La pelea no estuvo a la altura de su facturación ni de las expectativas generadas, principalmente porque ningún boxeador quiso forzar las acciones. Por más que se intente, es muy complicado presentar batalla a un genio defensivo como Mayweather, un luchador con una defensa tan excepcional que generaba que grandes boxeadores no lo parecieran cuando los tenía enfrente. Esto es lo que ha hecho del púgil de Michigan un boxeador tan extraordinario.

Cuando Mayweather se enfrentó al Shane Mosley de sus mejores momentos, en mayo de 2010, su ingenio boxístico alcanzo las cuotas más altas de maestría. Al principio de la segunda ronda, Mosley alcanzó a Mayweather con dos sólidas derechas que desencadenaron que el de Michigan doblara por instantes las rodillas aunque no acabó en el suelo, mientras los fanáticos que acudieron al MGM Grand Garden Arena, exaltados, se pusieron en pie al contemplar la gran novedad. Sin que su situación delicada le hiciera entrar en pánico, Mayweather aguantó el mal trance estoicamente y en adelante no permitió que Mosley volviera a extender sus brazos para que pudiera entrar cómodo en su distancia. La pelea finalmente la ganaría por decisión unánime sin que provocara ninguna discusión el veredicto.

Una de las peleas más emocionantes de los últimos años fue la que Diego Corrales y José Luis Castillo ofrecieron en mayo de 2005 en el Mandalay Bay con los títulos de peso ligero WBO y WBC en juego. Sin preocuparse ambos de la defensa estuvieron dándose palos contantes en una pelea de ida y vuelta, con cambios de dominio incluso en el transcurso de los mismos asaltos. Y con un final apoteósico. Corrales, cuyo ojo izquierdo estaba prácticamente cerrado, fue derribado dos veces al comienzo de la décima ronda, pero pudo recomponerse con tal vigor que el árbitro detuvo el combate en ese mismo asalto a su favor dando término a la que fue votada como ‘La pelea del año’.

Mientras que los combates ofensivos perduran en los corazones de los fanáticos muchas veces el componente defensivo en el noble arte se subestima. A pesar de esta afirmación nadie se atrevería a negar la grandeza conquistada por Willie Pep o Muhammad Ali, dos luchadores sin parangón posible en la historia del boxeo en buena parte debido a sus finas habilidades para sortear la artillería pesada cuando ésta era descargada de modo inmisericorde sobre ellos.

Pep, reconocido por la agencia Associated Press como el mejor peso pluma de todos los tiempos y miembro del Salón Internacional de la Fama del Boxeo desde 1990, fue un genuino mago en el arte de la defensa. Capitalizó el título del peso pluma entre 1942 y 1950 y terminó su carrera con una marca extraordinaria de 229-11-1, con 65 nocauts.

La opinión unánime es que el mejor Ali era el que bailaba, se ponía de puntillas y se movía sobre el ring aprovechando al máximo las dimensiones del cuadrilátero mientras seducía a su enemigo para que lo persiguiera. Flotaba como una mariposa pero también picaba como una abeja, gracias a una mano derecha capaz de derribar a cualquiera. El rey del mundo vivió instalado en su pináculo desde 1964 cuando derrotó a Sonny Liston en Miami, hasta 1967 cuando derrotó a Zora Folley en el Madison Square Garden.

La pelea contra Folley es la última que disputó Ali antes de que le despojaran de su corona y fuera castigado sin poder boxear durante tres años y medio debido a su decisión, muy impopular en la época, de no alistarse en el Ejército de Estados Unidos para participar en la Guerra del Vietnam, alegando para ello motivos religiosos. Cuando regresó al ring, era un gran boxeador, a veces incluso genial, pero el envejecimiento y la inacción modelaron a un púgil distinto.

Quizás el mejor momento de Ali en esta segunda etapa llegó en Kinshasa, Zaire, en octubre de 1974, cuando se enfrentó a George Foreman, púgil hasta el momento invicto, por los cinturones WBA y WBC. El escalofrío que despertaba Foreman en sus rivales lo justificaba los golpes de explosividad cósmica que ejecutaba con ambas manos. Una tremebunda potencia que conocieron bien Joe Frazier y Ken Norton, meses atrás, con el resultado que todos pueden imaginar. Ante tan sobrecogedor rival muchos vaticinaron que la pelea acabaría siendo una masacre como nunca antes se había visto.

Ali a sus 32 años puso en práctica su ahora legendaria estrategia defensiva rope-a-dope para salvar la diferencia notable de fuerza que tenía con su rival. La táctica consistió en cubrirse apoyado contra las cuerdas mientras Foreman gozaba de libertad plena para golpearle. A ese trabajo de demolición se dedicó, azuzado además por las bravuconerías que Alí le espetaba. Foreman, que contaba con 25 años, gastó tanta energía en el empeño sin conseguir ningún resultado que acabó fatigado, momento que aprovechó Alí para tumbarlo en el octavo asalto.

Mayweather es considerado por muchos como el mejor luchador defensivo de su generación. En una conferencia de prensa, un reportero le preguntó quién creía que era el mejor boxeador de todos los tiempos. “Sé que ha habido grandes luchadores en el pasado como Muhammad Ali, Sugar Ray Robinson, Joe Louis y muchos otros. Pero todos perdieron. Por eso creo que soy yo el mejor”, dijo.

El antecedente de Mayweather fue el rey del peso welter Pernell Whitaker, quien culminó su carrera de 16 años con una marca de 40-4-1 y 17 nocauts. Whitaker, que ganó títulos en cuatro categorías de peso, fue un talento vinculado a su capacidad para evitar golpes. El mejor peleador del año 1989, según la revista The Ring, reivindicó su inigualable destreza defensiva con su afirmación: “si yo quiero que Dios me golpee, Dios me golpeará”.

Un referente actual del estilo defensivo es el dos veces campeón olímpico Guillermo Rigondeaux. El refugiado cubano, cuyo único revés profesional lo sufrió contra Vasyl Lomachenko en diciembre de 2017, es reconocido por sus manos rápidas, su capacidad de contraataque y por ser extremadamente esquivo para el rival, rasgos todos muy valiosos dentro del ring. «Guillermo es probablemente el talento más grande que nunca he visto», dijo de él Freddie Roach, mentor de Pacquiao y siete veces nombrado entrenador del año. Sin embargo, Rigondeaux no es un peleador con una capacidad de venta acorde a su talento, debido a que su estilo de boxeo no es del gusto del público. Es evidente que lo que más atrae la atención de la gente, vende entradas y compras en pay-per-view, es contemplar dos boxeadores, pie contra pie, intercambiando fuego graneado hasta que uno caiga o finalicen los asaltos pactados. El arte de la defensa hace ganar combates pero no convence al aficionado medio que es al final el que determina el nivel de ganancias que percibe un boxeador.