Germán García
@grmanu

Actualmente suena en la atmósfera del boxeo como en la de las artes marciales mixtas la probable pelea entre Floyd Mayweather y Connor McGregor. Lo único que impedía el combate era la decisión del “Money”, quien tendría que desempolvar los guantes y saltar al cuadrilátero después de haber anunciado su retiro, y ya sucedió. Muchos creen que una pelea entre ambos sería algo único en la historia, el boxeo contra las artes marciales, pero no es así.
El 26 de junio de 1976, el más grande boxeador de todos los tiempos, Muhammad Ali se subió al ring y alimentó el morbo de los fanáticos al enfrentarse al japonés y máximo exponente de las artes marciales de ese tiempo, Antonio Inoki.
En la recta final de su carrera con 34 años, fama, dinero y sentado en una nube imperial, Ali decidió aceptar en la arena Nippon Budokan de Tokio, el combate que combinaba dos disciplinas diferentes por una bolsa de 6 millones de dólares.

Según reveló el periodista estadounidense Jim Murphy, en primera instancia le indicaron a Ali que debía perder el combate tras recibir una patada en la cabeza, sin embargo, eso no le gustó al boxeador y amenazó que entonces no se realizaría la pelea.
El combate sucedió y fueron quince asaltos de bostezo. Ali huyendo sobre el cuadrilátero e Inoke acostado en el ring tirando patadas que golpearon la rodilla izquierda del pugilista, la cual se le infectó por los coágulos de sangre. Ali casi no tiró golpes y los que lanzó fueron sin consecuencias.
Más tarde, Bret Hart, quien pertenecía a la escuadra del japonés, indicó que: “Los negros musulmanes habían amenazado a Inoke, que si golpeaba con las manos al campeón lo matarían”.
Cuando terminó el espectáculo los jueces decretaron un empate. Los 15.000 fanáticos albergados en la área tiraron objetos al ring, no por la decisión, sino porque consideraron que el evento fue un atraco a mano armada. El combate se transmitió en vivo a 34 países. La pelea que fue vista en blanco y negro generó cuatro millones de dólares para el asiático.