Darío Pérez
@Ringsider2020

Hace unas horas, tuvo lugar la presentación de la tercera pelea entre los pesos pesados Deontay Wilder y Tyson Fury, rodeada de enorme expectación por ver la reacción de ambos púgiles.

El ambiente se presentaba tenso, y los antecedentes invitaban a pensar que podría haber más que palabras entre ambos púgiles. La última vez que se vieron las caras, en febrero de 2020, Tyson Fury venció antes del límite tras dominar ampliamente al «Bronze Bomber»; los meses siguientes fueron un compendio de excusas del norteamericano para justificar su derrota: que si había algo raro en el vendaje de Fury (como si nadie de su equipo hubiera supervisado el proceso de vendaje y guantes del «Gypsy King), que si le pesó demasiado el traje con el que salió y le debilitó (el atuendo, entendemos, lo elige el propio boxeador), que si su entrenador le traicionó, etcétera.

Todo ello se producía en los primeros meses de pandemia, ante la incredulidad y risas, a partes iguales, de Tyson Fury, su equipo y la casi totalidad de analistas y aficionados.

Anoche, no hubo nada. Ni mucho, ni poco; nada. Wilder dijo unas palabras al principio, las obligadas por contrato, y se calló. No contestó a las preguntas de Crystina Poncher, conductora de la comparecencia y comentarista de Top Rank, ni de nadie. El propio Fury, en plan jocoso, se ofreció a ser ubicuo y sentarse en su silla y la de Wilder, adquiriendo doble personalidad para contestar en nombre de los dos a cualquier pregunta que quisiesen hacerles. Sí, a ambos. Wilder siguió el cruce de palabras entre su nuevo entrenador, Malik Scott, y Fury sentado entre ambos, impasible, sin quitarse los cascos en los que, supuestamente, estaba escuchando música.

A continuación, el cara a cara. El más largo que jamás he visto. Seis minutos prácticamente en los que Fury y Wilder, Wilder y Fury, se miraron a treinta centímetros (ambos están vacunados contra la covid), hieráticos. Solo algún gesto espontáneo del británico exhibiendo buen humor, sonriendo, y Wilder despojándose de sus gafas de sol. Nada más, hasta que sus respectivos séquitos se encargaron de retirarlos, entre, ellos sí, gritos y cruces de vaciles.

El 24 de julio, el T-Mobile Arena de Las Vegas hará que los dos contendientes tengan que hablar. Deportivamente, por supuesto.