Gustavo Vidal
@Riego357

Todo sucedió a finales de marzo de un cada vez más lejano 1975. Alí, tras derrotar a George Foreman en Kinshasa, paseaba su ego más inflado que nunca… y, en palabras de Norman Mailer, estamos hablando de un ego ya de por sí estratosférico antes de aquella noche africana.

Frente a él, un púgil de 37 años, mujeriego, broncas de taberna, sin victorias relevantes, con un rostro que impondría respeto a un sargento de la Legión y cuatro pelos largos electrizados, agitados como una fregona loca esa noche rabiosa bajo los focos, sobre la lona resinada, ante la mirada perpleja de miles de aficionados.

Su único título era The bleeder Bayonne, el sangrador de Bayona, en honor a los más de trescientos puntos que acumulaba en las cejas. Sonny Liston le había vapuleado cinco años antes. Sin embargo, aquella noche del 24 de marzo de 1975 las cosas no salieron según el guion en el Coliseum de Richfield, Ohio…

¡Qué sorpresa más colosal sacudiría a quienes vieron la pelea como un trámite, un mero episodio para el lucimiento de Muhammad Alí! Sí, el loco de Louisville, The greatest, el púgil que solo había visitado dos veces la lona, ante Sonny Banks en el 62 y frente a Frazier en el 71, volvería a posición horizontal aquella noche insólita.

Su rival, un fajador rebosante de coraje, un ex marine de infancia difícil y vida llena de aristas, iba a vender muy cara su derrota. Aunque en el asalto quince Alí pudo por fin noquearlo, nadie duda que Chuck Wepner había librado el combate más vibrante de su vida. Y uno de los más transcendentales, por causas externas, del universo pugilístico.

Así, en silla de ring, un actor de segunda fila y con la cuenta próxima a los números rojos quedó impresionado por la batalla. El actor se llamaba Sylvester Stallone. Tres semanas después, inspirado por el combate, ya había escrito el guion original de Rocky.

A buen seguro, el duro fajador de Bayonne, New Jersey, todavía recordará el noveno asalto, cuando envió a Alí a la lona, se dirigió a su mánager, Al Braverman, y le gritó: “Eh, Al, arranca el coche, que somos ricos”. Braverman, sereno, contestó: “No te precipites, Chuck, Alí se está levantando y me parece que está muy, muy cabreado”.

Inmortal pelea, inolvidable púgil que aseguraría de sí: “Yo era torpe y rudo. Mis mejores armas eran una derecha demoledora, una barbilla de asfalto… y un buen arsenal de trucos sucios”.

Buen amigo desde entonces de su rival Muhammad Alí, Chuck Wepner grabó la siguiente frase en su tarjeta de visita: “Inspiración para las películas de Rocky”. Retratado así en el documental sobre su vida, The Real Rocky (ESPN, 2011), nos dejó el legado y la dignidad del luchador duro, batallador, de barrio, que mantiene —en palabras de Rudyard Kipling— la fe en sí mismo cuando dudan de él todos los demás.