Antonio Salgado
Recordamos algunas crónicas históricas de nuestro colaborador

Un combate por el título mundial de los pesos pesados es el primer show del deporte de los puños. Lo ha sido desde hace 2.600 y pico años, cuando los griegos practicaban el pugilismo con guantes que eran tiras largas de cuero. Se peleaba por una corona de laurel. Y por una reseña de poeta o un hondo pensamiento del filósofo de moda. Un siglo después, los romanos lo brutalizaron, utilizando el “caestus”, un guantelete de cuero con ¡incrustaciones de hierro! Las reglas eran muy simples: pegar en la cabeza; matar al contrario. No se luchaba por el laurel sino para un público hambriento de sangre. Y para un emperador que acudía al circo para una cita de barbarie humana.

El boxeo siguió su marcha. Y produce un cuaderno de fabulosos acontecimientos, un desfile de personajes de todos los quilates sociales y morales. En Inglaterra, cuna del boxeo moderno, el duque de Cumberland y el duque de York, a su cuadra de purasangres unía su “cuadra” de boxeadores, como era uso y costumbre de la época. Pero a estos personajes que usaban camisas rizadas, levitones y tomaban rapé, sucedió individuos que llevaban sombrero de fieltro, fumaban gruesos habanos y ocultaban sus pistolas en la sobaquera. El gangsterismo boxístico, hoy totalmente exterminado, había hecho su aparición. Y empezaron las grandes inquietudes para Elliot Ness y sus Intocables. Al Capone, el “Cara Cortada”, llegó a invitar a nuestro legendario Paulino Uzcudun, pero el vasco, más tarde, le dijo, muy buenas, dejándole cortado como un tronco de aizcolaris.

Así llegamos a nuestro tiempo. El boxeo es un negocio de envergadura. Un comercio millonario donde se emplea la inteligencia con la ayuda de abogados , titulados mercantiles y auditores. Y sin necesidad de fuerza. Estamos en la era de los empresarios que no recurren al músculo ni a la pistola para controlar boxeadores. La promoción joven comprende que es mejor un lápiz, una financiación, un arreglo con municipios y fuerzas vivas que un pacto con gente vil.

Cojan un bolígrafo. Cassius Clay en sólo siete minutos de contienda acaba de cobrar 60.000 dólares (unos 36 millones de pesetas). Y seguirá cobrando estas astronómicas cifras mientras “baile”, entusiasme, brinde un curso perfecto de boxeo ante sus “conejillos de Indias” ; y siga manteniendo frente a las pantallas de televisión, con el mayor interés, el más profano en la materia, como lo estamos comprobando en la actualidad.

Hemos visto añejas películas de la mejor época de Joe Louis y podemos asegurarles a ustedes que lo que hace Cassius Clay no se lo hemos visto hacer a nadie. Desde que sale de los vestuarios ya es todo un espectáculo. Cuando empieza a “mariposear” en torno a su rival, pensamos estar presenciando un combate entre un peso ligero y un “impasible indio cherokee, de 1,98 de estatura, enormes brazos y puños de acero”, retrato que la prensa especializada había dedicado a Cleveland Williams, que no le “perdonará a su parlanchín adversario que desde el toque inicial de gong le haya castigado constantemente su estómago, parcela que hace un par de años fue perforada a balazos”…

Escuchemos a Joe Louis: “ En el centro del ring es realmente peligroso; pero no tiene idea de cómo se pelea en las cuerdas, que es donde yo le llevaría para noquearle a placer”. El inolvidable Joe Louis tiene toda la razón del mundo. En el segundo asalto, Cleveland pudo llevar al ensogado a su contrario. Y allí le propinó sus golpes más efectivos del fugaz combate rubricándolos con un escalofriante “uppercut” de izquierda que se perdió en el vacío.

Aquello sería la definitiva sentencia para el “osado” Williams. La izquierda de Clay era un látigo que bamboleaba la cabeza del indio; su derecha, un martillo de inconcebible precisión. Una, dos, tres, cuatro derechas y…cuatro espectaculares caídas a la lona. El árbitro, Harry Kessler- ¡gracias, amigo!- interrumpió en el momento preciso aquello que iba a convertirse en masacre.

Frente a Sonny Liston, usó el discutido “golpe de karate”. Frente a Williams nos brindó la innovación de su “paso de danza de Alí”. Tenemos que creerle todo lo que nos dice. Y perdonarle esos gestos de alucinado al final del “match” cuando en las gradas vio a Ernie Terrel, su más esperado adversario. Si en Europa Clay fue un perfecto “gentleman”, en Norteamérica, su tierra, volvió a mostrarnos su dentadura, sus expresiones de loco y sus tremendos gritos. Y es que volvió a enfadarse. ¡Agárrate, Ernie Terrel!.