Sergio N. Vadillo
@sergiovadillo76

Aquellos que se han subido a un cuadrilátero saben que hasta el último asalto todo es posible. En boxeo nada es predecible, ni siquiera que un golpe certero en el primer asalto te envíe a la lona. Este ha sido el caso de la velada de este viernes en Talavera de la Reina ante unos 800 espectadores.

El Comité de Boxeo Profesional había nombrado al talaverano Adam Trenado (9-5, 1 KO) y al barcelonés de origen cubano Carlos Lamela (6-3, 3 KO) como aspirantes oficiales al Título de España del peso semipesado, que abandonó hace unos meses el navarro Cesar Núñez.
La promotora de Trenado, la vizcaína Pro Boxing Tour, ganó la subasta para organizar el título en la ciudad de la cerámica. El Municipal El Prado se iba a vestir de gala para albergar por primera vez en su historia una velada del boxeo. Nada más ni nada menos que por el cinturón de la categoría de los 79,379 kg. pero tras la presentación oficial la organización decidió modificar el recinto al polideportivo “Puerta de Cuartos”, debido a las adversidades climatológicas.

La semana previa al gran combate se palpaba el aroma a boxeo en la ciudad. Las calles estaban envueltas con carteles del combate, que se compartían por el móvil, incluso se filtró entre las tertulias de tabernas, mercados y peluquerías la temática pugilística. Ya en el pesaje, ritual sublime como prólogo, o primer asalto, se sentía un aura especial, propio de las grandes núoches deportivas.

El estadio donde dominicalmente juega el CF Talavera y Trenado asiste como espectador, iba a ser el escenario escogido para albergar por todo lo alto esta histórica velada, donde “uno de los suyos” aspiraba a convertirse en el primer campeón nacional de boxeo talaverano. No pudo ser por la bendita lluvia, pero otro emblemático espacio, en un barrio histórico de la ciudad, Puerta de cuartos, la puerta de Talavera al Mundo o, es este caso, la puerta de Trenado a todos sus sueños, fue el escenario del combate.

La velada comenzó en horario crepuscular con tres combates amateur entre púgiles de varios territorios, Marbella, Albacete, Aranjuez y Madrid. En el primero, dentro del peso wélter 3×3 en los 63 kg venció a los puntos por decisión dividida Joaquín Fernández. El siguiente ya en la categoría júnior, 51 kg con casco, de igual manera venció Mario Alonso, en un combate aguerrido, de igual a igual, donde se notaba su juventud, adrenalina y ganas de abrirse paso en el deporte de los puños, aunque muchos de ellos se lanzaban al aire. En el tercero amateur, júnior, de 3×2 en los 54 kg entre púgiles más templados, contemplativos, con constantes cambios de guardia y distancia, venció Sergio García por decisión unánime. Todo ello auspiciado por el palentino Carlos Encinas.

La noche entró gris en Talavera la Reina. Un cielo repleto de nubes era enmarcado por una luna que se asomaba tímida, en su distancia, se podía intuir por los zócalos del pabellón. El crepúsculo avanzaba lento, el público iba accediendo al pabellón algo incrédulo. Padres con niños de la mano, jóvenes, incluso viejos seguidores del “noble arte” que se volvían a encontrar con su deporte predilecto. La pista azul del pabellón se había convertido de repente en un olimpo pugilístico. Se cambió la esfera por el guante, los jugadores por los boxeadores, los 4 córner por 4 esquinas, los dos tiempos por diez asaltos de tres minutos, la bocina por el gong. Como único denominador comúnn, el árbitro, aunque en este caso llevaba 3 jueces y 1 supervisor.

Lamela y su equipo

A las 22:30 salieron por el túnel los dos boxeadores, cada uno con su música favorita entre humo y bengalas. El camino desde el vestuario hasta el cuadrilátero suele ser un auténtico circunloquio de catarsis empírica. El púgil camina en una nube, se siente en el nirvana al son de su música predilecta que lo acompaña de fondo. Se gusta a sí mismo. Sobre la tarima se escuchó el himno nacional, como antesala a la presentación de los púgiles. El abanderado fue Pedro Díaz, actual entrenador del CF Talavera. Las esquinas estaban en estado frenético, mimando a sus pupilos. Adam, serio, con su 1,85 m vestía calzón blanco y batín con capucha, Lamela enfundado en guantes de 10 onzas negros, franqueado por su 1,86 m. Sonó el gong. El árbitro les condujo al centro del ring y sacudió su mano diestra al grito de ¡box!

El centro del cuadrilátero lo ocupó de inmediato Lamela, parecía que deseaba llevar las hostilidades a su terreno. Larga distancia por ambas partes y guardia alta. Desde las esquinas, Iván Ruiz Morote y Luis Jaime Escudero gritaban consignas que solo oían ellos. Se tantearon con el jab, pero Lamela empezó a incrementar la dureza de los golpes hasta que al minuto uno propinó un certero directo que dejó al “Tornado” talaverano fuera de lugar, tocado. Intentó armarse y defender su posición. Lamela sintió que su rival estaba convaleciente del golpe e incrementó su pegada. Trenado intentó agarrarse. El árbitro ya había efectuado la primera cuenta de protección. Tras cerciorarse que Adam estaba en perfecto estado reanudó el combate. De nuevo Lamela propinó dos certeros crochés con la diestra que hicieron mella en su rival. Nueva cuenta de protección. El público se mantenía expectante, incrédulo. Su pupilo había recibido varios golpes en frio que descuadraban la gala. Volvieron a moverse al centro del ring y, como si saliera el “tornado” que lleva dentro, Trenado lanzo dos certeros ganchos que descuadraron al boxeador de Barcelona.

Unos segundos antes de que la cronometradora golpeara la mesa para anunciar los diez segundos previos al termino del primer asalto, de nuevo Lamela embiste con dos duros jab en la media distancia que vuelven a enviar a Trenado a la lona azul. El árbitro, señor Marichalar, tras la tercera cuenta de protección decreta la victoria del Carlos Lamela por K.O. técnico. El público enmudeció.

El centro del cuadrilátero recibía una luz blanca y apaisada bajo los tañidos de esa insignificante campana, como banda sonora. El boxeo es el deporte más cinematográfico que existe. Dos actores solos en silencio en una única secuencia, el ring. La luminosidad del cuadrilátero se asemejaba a la gran pantalla del viejo cine talaverano del Prado, ya desaparecido. Esa noche en Talavera todo tenía significado y recuerdo. Pero no pudo ser. Un duro jarro de agua fría, nunca mejor dicho, para el “Tornado” talaverano y la afición que intentó animar a su púgil.

Adam Trenado ya había competido dos veces en su ciudad, en concreto en el Polideportivo 1ª de mayo. Este mítico recinto albergó en 1990 una gala pugilística organizada por el entonces Presidente del Talavera CF. Los socios tenían un descuento especial, solo hacía falta enseñar el carné de cartón con su celebres casillas. Aquel día fue para muchos talaveranos su primer contacto y, tal vez, flechazo, con el deporte de las 16 cuerdas. En esta ocasión, lo único semejante era el colorido blanquiazul del graderío.

El equipo del nuevo campeón de España del semipesado estaba pletórico, exultante ante la muestra de poderío de su púgil. Subieron al ring y lo abrazaron, pues saben que este título les abre muchas puertas, como las de ese pabellón “Puerta de cuartos”, hacía nuevos retos y sueños. En la esquina roja, Adam era consolado por sus entrenadores y mánager. Luego, los asistentes sanitarios comprobaron que estaba en perfecto estado de salud. Mientras, el supervisor de la velada enfundaba el cinturón de Campeón a Lamela. Las dos caras del deporte a escasos cinco metros. Por eso el boxeo es un deporte al que no se juega, nadie juega a boxear, sino a combatir.

A pesar de no traspasar la media noche, los aficionados salieron en silencio, como si desearan respetar el descanso de los vecinos. Atónitos por el desenlace. El tiempo es otro elemento simbólico de este particular deporte, siempre marcado por una escueta campana que delimita los asaltos, tres minutos cada episodio y un minuto de respiro entre asalto. Si el boxeador cae a la lona, el árbitro induce la cuenta de protección hasta diez. Si se levantase antes de llegar a diez, el réferi comprueba que puede continuar, de ser así vuelve a citarlos en el centro del ensogado. Toda esa liturgia se condensó esa noche en un asalto, o más bien suspiro.

La pista comenzó a vaciarse. La luna empezaba a salir de su distancia entre las nubes cuando los aficionados abandonaron el pabellón. Los auxiliares recogían también en silencio las sillas blancas. Todo empezaba a recobrar su estado previo al combate. Y de fondo, en el vestuario, se intuía la victoria, la gloria pugilística. En el lado opuesto, su reverso. Aunque cuando una puerta se cierra otra siempre se abre.