Daniel Pi
@BastionBoxeo

La atrocidad de los múltiples titulares por división creada años atrás por la WBA supuso un notable revuelo en su momento, pasando a pocos por alto que ello iba a conllevar un nuevo varapalo para el boxeo al complicar sobremanera a los aficionados entender la ya de por sí compleja configuración de cuatro campeones por categoría y, especialmente, disminuyendo aún más el valor del cinturón de monarca mundial, que ya no estaría sólo dividido en cuatro pedazos sino en tres o cuatro trozos más.

Entonces surgieron algunas voces, pesimistas se les llamaron en aquel tiempo aunque en retrospectiva podríamos llamarlas realistas, que se preguntaron cuánto tardaría en llegar la imitación por parte de los demás organismos. Durante años, desde la cúpula del WBC, de la WBO y de la IBF se dijo, de manera explícita o implícita, que crear más títulos de campeón era una indignidad, asegurándose que ellos no seguirían ese camino, que cuestionaban. Pues bien, las palabras se las lleva el viento.

Y es que el WBC ha dado un paso decisivo para contribuir al desprestigio del noble arte al unirse a la política de múltiples campeones por división, algo que ha sido primeramente ejemplificado en la categoría del peso medio, en la cual el único monarca del Consejo Mundial de Boxeo hasta este momento era Saúl “Canelo” Álvarez. Con todo, el organismo presidido por Mauricio Sulaimán, ignominiosamente, ha decidido elevar al mexicano a la condición de “campeón franquicia”, mientras que el temporal titular interino Jermall Charlo se veía convertido en “campeón mundial”.

Dicho con otras palabras, y utilizando el nefasto ejemplo de la WBA, eso significa instaurar a Canelo como supercampeón y a Charlo como titular regular, aprovechando la doble titularidad para cobrar por parte de ambos el porcentaje de las bolsas que le corresponda al organismo por dar su aprobación a una pelea titular.

De todos modos, más allá del dinero, esto vuelve a dejar claro una vez más el deseo de la cúspide de la industria del boxeo de tratar como al niño mimado del pugilismo a Canelo, que oficialmente se convierte en un campeón mundial al estilo Floyd Mayweather, diferenciándose de éste en que Álvarez no recibirá un apoyo sobreentendido sino completamente justificado por los corruptos estatutos de un organismo. O sea, que si Mayweather podía subir y bajar de categoría a su antojo, evitando aspirantes obligatorios a voluntad a la vez que los organismos se postraban ante él y le arrojaban cinturones mundiales, todo ello de forma difícilmente justificable por las normas, ahora Canelo podrá hacer lo mismo pero con un completo espaldarazo por parte del WBC y de las leyes que se ha sacado de la manga.

Evidentemente, Charlo, como tantos otros boxeadores que repulsivamente se contentan con poner en sus perfiles de la redes sociales que son “campeones mundiales” a la vez que engañan a los aficionados luciendo un cinturón de subcampeón, ha recibido esta noticia con entusiasmo, al igual que PBC, Golden Boy Promotions y Canelo.

Por supuesto, ante la encrucijada de tener que devanarse la cabeza todos ellos pensando cómo hacer para que el aspirante obligatorio Charlo se convierta en campeón a pesar de que no quiere medirse a Canelo ni éste a él, la solución del WBC ha satisfecho a todos: Canelo no pierde una de sus dos peleas al año pugnando ante un retador que supone más peligro que beneficio y con el que se produce un choque audiovisual (DAZN vs. Fox/Showtime), pudiendo apuntar a un duelo ante GGG, Andrade o quien le plazca, mientras Charlo se convierte en “campeón” sin tener que sudar y después de su muy controvertida victoria ante el veterano Korobov. Además, el WBC cobra el doble de dinero. Así, todos contentos…

Sin embargo, quienes no estamos contentos somos los que verdaderamente apreciamos este deporte, los aficionados, miembros de los medios, boxeadores, entrenadores y promotores que no ven el boxeo como un negocio en el que fingir que se es el mejor a la vez que se amasan fortunas, sino como un deporte en el que dos púgiles arriesgan su integridad para tratar de mostrar en buena lid, y con afán de superación, que son los mejores, respaldados y apoyados por el legado que otros instauraron antes que ellos.

Como casi siempre, quienes perdemos somos los que creemos en el boxeo sin atajos y sin corrupción, puesto que tendremos que soportar otra afrenta a nuestro deporte mientras personas sin escrúpulos se carcajean en sus lujosos despachos y con la cuenta rebosante de dinero, eso sí, al precio de deshonrase ellos mismos con su rastrera conducta.

En los próximos meses se espera que más campeones franquicia sean instaurados, probablemente boxeadores insignes a cuya sombra el WBC intentará dar credibilidad y respetabilidad a la nueva situación, mientras nuevos campeones, que no serán más que subcampeones, brotarán como setas, todo ello sin poder pasar por alto que se le quiere dar al titular diamante WBC una especie de estatus de aspirante obligatorio definitivo, a modo de un titular interino WBA. Con ello, en lugar de tener cuatro campeones por división, podríamos llegar a ver, sumando supercampeones, regulares, interinos, oro, eméritos o en receso, franquicia y diamante, junto a los monarcas WBO e IBF, ¡categorías con más de 10 “titulares” mundiales!

Sin duda, para los que siguen el pugilismo o contribuyen de alguna manera, el panorama es simplemente desolador y entristecedor, pareciendo que cada día llevan más razón aquellos que dicen que hay que dejar de reconocer a los titulares mundiales y otorgarle simplemente a cada cuál el crédito que merezca por sus méritos probados. Y es que la alternativa propuesta de considerar como el mejor de la división al campeón de The Ring parece una broma teniendo en cuenta que dicha revista fue comprada por Óscar de la Hoya, promotor de Canelo, haciendo que el prestigioso medio comenzase a mostrar rankings inverosímiles y campeones extraoficiales absurdos.

Finalmente, para terminar, hay que dejar claro un aspecto: aunque no está en nuestra mano cambiar la forma de comportarse del WBC y de la WBA ni de los demás organismos, sí podemos dar pasos para intentar luchar contra sus injusticias, especialmente no tratando como campeones mundiales a los subcampeones.

En un cierto momento, pudo resultar comprensible hablar de los títulos secundarios WBA habiendo prometido el presidente Gilberto Mendoza que iban a desaparecer fusionándose unos con otros. O quizás se pudiese hablar de ellos con una mera intención informativa, exponiendo un hecho consumado. Puede que incluso el desconocimiento sirviese como justificación. Pero viendo que esto va cada vez a peor, con la creación del cinto WBA Oro, del recrudecimiento de la política de múltiples campeones WBA y con la creación de, por el momento, la dualidad de títulos WBC, ya no hay excusas posibles. Sólo hay un campeón mundial por organismo, el campeón absoluto, y quien habla de los “títulos” falsos como si fuesen cinturones mundiales, en lugar de tratarlos como lo que son, o sea cintos de subcampeón sin ninguna importancia, es cómplice de esta lacra.

No nos engañemos, por distintos motivos, la WBA y el WBC son respaldados por ayudantes en su infame conducta, y estos están en todos los ámbitos. Desde periodistas e informadores a los que se les llena la boca con un “campeonato mundial” entre el 75 y el 180 del mundo; pasando por los promotores que estafan a los aficionados colgando del cartel promocional un cinturón que saben que no vale nada; y hasta llegar a los boxeadores que se pasean por discotecas con su falso título sobre el hombro (véase el caso Eubank con su “flamante” título IBO) o que se dan golpes en el pecho asegurando orgullosos que son los mejores del mundo por tener en sus manos un título vacío, pudiéndose comprar realmente cualquiera un cinturón más bonito y válido en unos grandes almacenes o por Internet.

Todos ellos, todos los que promocionan o pagan por tener en sus vitrinas esos títulos de subcampeón son responsables y culpables de esta ignominia y no podrán alegar ya más desconocimiento. Han querido recibir treinta monedas de plata por su traición y deberán cargar con el peso moral de las consecuencias, si es que todavía les queda conciencia.