
«Si diez años después te vuelvo a encontrar en algún lugar, no te olvides que soy distinto de aquel, pero casi igual», cantaban Los Rodríguez, y así permanece el recuerdo sobre la pelea que disputaron Floyd Mayweather y Manny Pacquiao el 2 de mayo de 2015. Aquella noche, el enésimo «combate del siglo», el primero del presente milenio, llegó tarde, tras más de cinco años de negociaciones. Sin embargo, el acuerdo parecía imposible por desavenencias económicas (aumentadas por la guerra entre HBO y Showtime), y especialmente por los controles antidopaje. En 2010, Mayweather exigió pruebas sanguíneas, a lo cual Pacquiao se opuso, desencadenando una demanda por difamación contra el equipo de Mayweather.
A lo largo de un lustro, los intentos de concretar la pelea se diluyeron. No fue hasta que se produjo un encuentro fortuito en un partido de la NBA en Miami en enero de 2015 cuando las negociaciones cambiaron de cariz. En febrero de ese año se firmaron los contratos, demasiado tarde para el interés puramente deportivo, pero en un buen momento para rentabilizar la espera.
Mayweather impuso su estrategia desde el primer asalto. El filipino intentó presionar, pero se topó con la calculada defensa del estadounidense. Las cartulinas reflejaron la victoria por decisión unánime de Mayweather (118-110, 116-112, 116-112). El sentimiento de decepción fue generalizado, especialmente entre aquellos que se acercaron al boxeo después de mucho tiempo por la expectación. Las críticas se cebaron con el estilo defensivo de Mayweather, pero a «Money» poco le importaba que hablasen mal de él, mientras hablasen. El 0 siguió luciendo en su inmaculado récord y su cuenta bancaria también acumulaba varios ceros.
Pasada la tormenta mediática, Pacquiao reveló que sufrió un desgarro en el hombro derecho, una lesión que no incluyó en el formulario obligatorio de la Comisión Atlética de Nevada (NSAC), por lo que le fue denegada una inyección. La milagrosa recuperación del filipino con agua del mar apagó los comentarios de que en Estados Unidos habían favorecido a su compatriota.
En septiembre de 2015 se conoció que Mayweather había recibido una inyección intravenosa antes del combate, aprobada retroactivamente por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA), bajo una exención terapéutica. Sin embargo, la NSAC no había autorizado este procedimiento. La polémica quedó en nada, aunque puso de manifiesto la falta de coordinación en la lucha antidopaje.
A pesar de las todo, el Mayweather vs. Pacquiao marcó un antes y un después en el boxeo. El combate batió récords, generando 60 millones de euros en ingresos, incluyendo 4,6 millones de compras del PPV en Estados Unidos. La taquilla del MGM Grand de Las Vegas recaudó 70 millones de euros, sin contar la reventa.
Como dice la canción de Los Rodríguez, el boxeo de hoy es «distinto, pero casi igual», pues ahora es Turki Alalshikh quien dicta el ritmo, y HBO y Showtime hace años que apagaron sus cámaras. El crecimiento de la UFC no ha podido, de momento, con la magia de las noches de enfrentamientos entre las dieciséis cuerdas anhelados por los aficionados. Si algo debió enseñar aquel 2 de mayo de 2015 es el potencial del boxeo como deporte de masas, lo cual es positivo para captar nuevos aficionados, y especialmente, la necesidad de cerrar los combates en su debido momento.