Jorge Lera
@jorgelerabox

Hoy, 1 de octubre, se cumplen 40 años del tercer y definitivo encuentro entre Muhammad Ali y Joe Frazier. El desempate, el esperado desenlace de la más grande trilogía de la historia del boxeo. Posiblemente una de las mayores batallas de la historia del pugilismo. Un duelo inolvidable, estremecedor, épico.

Sin embargo, muchos pensaron que ni siquiera iba a ser un buen combate. Eran dos veteranos guerreros que habían empezado su cuesta abajo. Los dos habían visto ya sus mejores días como boxeadores. Frazier tenía 31 años y parecía no ser el mismo desde la estrepitosa derrota que sufrió en Jamaica ante George Foreman, que le derribó hasta seis veces en los dos asaltos que duró el combate. Ali era el campeón y venía de su heroica gesta en Kinshasa. Pero desde que derrotó contra pronóstico a Foreman para recuperar el título, Ali había realizado tres defensas exitosas, pero en ninguna de ellas brilló. A sus 33 años, ya no era el de antes.

Pero sus nombres seguían pesando. Además, en la eterna rivalidad entre Frazier y Ali quedaba una asignatura pendiente, el desempate definitivo. Frazier había ganado a los puntos a Ali en el primer combate, en un espectacular duelo de imbatidos en el Madison Square Garden. En el mismo escenario, pero tres años más tarde, la decisión fue para Muhammad Ali.

Y Don King puso en marcha toda su maquinaria publicitaria para hacer de este pleito un auténtico combate del siglo. El escenario sería Manila, la capital de Filipinas. El dictador Ferdinand Marcos quería un golpe de efecto, fama y reconocimiento. Y qué mejor para ello que organizar el campeonato del mundo del peso pesado, como había hecho un año antes Mobutu en Zaire.

La rivalidad entre Frazier y Ali continuaba. Muhammad se había mofado de su rival en los dos combates anteriores. Le había humillado, le había llamado ignorante. Había hecho de él un Tío Tom, e injustamente le hizo pasar como el boxeador de los blancos, mientras que él, Alí, representaba las reivindicaciones negras. Frazier, un hombre de vida dura, que durante años tuvo que trabajar en un matadero de Filadelfia, no podía competir dialécticamente con Ali. Y así se quedó con esa etiqueta de feo y de tonto. Para Muhammad Ali, todo esto era un juego, pero para Joe Frazier no. Frazier odiaba profundamente a Ali.

Su intención, como siempre, era la de promocionar el combate, alimentar la expectación. Pero en esta ocasión, Ali se pasó de la raya. Le llamó gorila en las conferencias de prensa, e incluso sacó un muñequito de su bolsillo, un pequeño simio, y le empezó a pegar como si fuera Joe Frazier. Nunca se había visto un Ali tan cruel con un rival. Con el tiempo, Ali se arrepintió de muchas de las cosas que le dijo a Frazier. Pero Frazier jamás se lo perdonó. Ali hizo que muchos negros avergonzados se sintieran por fin orgullosos de su color, por eso era tan querido y admirado. Pero lo que le hizo a Frazier fue imperdonable. Joe no podía soportar que, para más inri, todos los negros desearan la victoria de Ali.

Los días previos al combate, ya en Filipinas, fueron complicados para Muhammad. Mientras su mujer, Belinda, estaba en Chicago, el campeón se había llevado a Manila a su novia secreta, a Verónica Porsche, una auténtica belleza a la que llevaba ya tiempo viendo. En realidad era un secreto a voces pero la prensa nunca había sacado nada al respecto. Pero todo saltó el día en que el presidente Marcos organizó una recepción oficial para ambos boxeadores. Cada uno podía llevar tres acompañantes. Frazier acude con su hijo Marvis, con su preparador Eddie Futch y con su publicista Patti Dreyfus. Alí, que se salta el protocolo, va con cuatro acompañantes: su padre, su madre, su entrenador Angelo Dundee… y con Verónica. El presidente Marcos, en el momento de las presentaciones, le dijo al campeón: “vaya esposa más guapa que tienes.” Pero Ali no le niega que Veronica sea su esposa y se limita a responder, haciendo referencia a la inefable Imelda Marcos, “pues la suya también es muy bella” Cuando empiezan a aparecer fotos e imágenes de Veronica como mujer de Ali, Belinda coge un vuelo desde Chicago, se planta en Manila y allí se forma la de San Quintín. Tras la tempestad, Belinda regresa en el mismo avión. Poco después se divorciarían y Veronica Porsche se convertiría en la tercera esposa de Muhammad. Antes de otros combates de Ali se hablaba del Islam, de la discriminación racial, de la guerra de Vietnam. En Manila, de lo que se habló fue de mujeres…

Ali-Frazier

También en Filipinas, causó sensación la auténtica muchedumbre que formaba el entorno del campeón. Joe Frazier pidió para él y su gente diecisiete habitaciones. Ali solicitó cincuenta. Incluso, una vez allí, tuvo que pedir dos más. Y es que al equipo de Ali se iban sumando personajes de todo tipo, muchos de ellos sin una labor definida. Era parte de su carácter. Cada vez que había alguien que le pedía trabajo porque estaba pasando apuros, Ali le incorporaba a su nómina. En un principio eran más del entorno musulmán, pero al final se fueron añadiendo vividores, sanguijuelas, pillos de barrio… Ali sabía que muchos de ellos le engañaban y le sisaban, y aún así los consentía.

Alí seguía siendo una máquina de hacer dinero. Para este combate tenía una bolsa garantizada de cuatro millones y medio de dólares, que al sumar los extras acabó superando los seis millones. Joe Frazier recibiría la tampoco despreciable cifra de 3 millones de dólares.

Y por fin llega el gran día. El primero de octubre de 1975.
El combate se disputará en el Coliseum de Quezon City, una localidad a unos diez kilómetros a las afueras de Manila. Más de 28.000 espectadores abarrotaban el recinto. Por supuesto, entre ellos, Ferdinand Marcos y su mujer Imelda, la de los zapatos. El combate comenzará a las once menos cuarto de la mañana para así conseguir la máxima audiencia televisiva en los Estados Unidos. Finalmente, la batalla fue vista en directo por 650 millones de espectadores. Combate a quince asaltos por el campeonato del mundo del peso pesado. El mundo se paralizó.

Y el combate fue una lucha sin cuartel, pero un pleito con tres partes muy diferenciadas. Los primeros asaltos eran para el campeón que estando fresco y podía controlar las peligrosas andanadas de Joe Frazier. El púgil de Filadelfia boxeaba con rabia. Era, además, uno de los mayores pegadores de la historia. Su objetivo era pegar a Ali abajo y arriba, y en los brazos si hacía falta para desgastarle. El boxeo de Frazier siempre hacía que Ali tuviera que sacar lo mejor de sí mismo. Y es el campeón el que consigue llegar con golpes claros.

Frazier-Ali

Pero las condiciones en las que se disputa el combate son inhumanas. El aire acondicionado no funciona. La humedad es sofocante. Y la temperatura, según las fuentes, varía desde 35 a 43 grados centígrados. Ali y Frazier tuvieron que guerrear en una auténtica sauna, lo que todavía da mucho más valor a su proeza.

Ahora le tocaba el turno a Joe Frazier. El aspirante empieza a soltarse mientras Ali se va cansando. Saca todo su arsenal, toda su artillería pesada. Ali se ve obligado a absorber como una esponja. El combate es brutal. En el sexto asalto, Frazier llega con su temible croché de izquierda. Un golpe que hubiera derribado una muralla. Ali encaja con resignación y en medio de la batalla le dice a su rival: “me habían dicho que Joe Frazier estaba acabado.” “Pues te mintieron”, respondió el aspirante apretando los dientes.

Ali seguía demostrando que, pese a su imagen de guaperas y de bocazas, era un boxeador especial, con una capacidad de recuperación increíble y con una capacidad de sufrimiento inigualable. Ali era un guerrero que podía pelear superando los umbrales del dolor. En su primera etapa nadie podía ponerle un guante encima. En su victoria ante Cleveland Williams apenas encajó tres golpes. Pero ahora sus piernas ya no eran tan rápidas y se veía obligado a absorber el castigo al que le sometía Frazier. En su esquina, Ali, extenuado, le confiesa a Angelo Dundee lo mal que lo está pasando:
-“Esto es lo más cerca que jamás he estado de la muerte.”

Los dos guerreros seguían empleándose sin cuartel en el insoportable e infernal ambiente de Manila. Pero en el duodécimo, Ali parece coger su segundo aire. Mientras tanto, el rostro de Joe Frazier se va inflamando, sobre todo su ojo izquierdo. Ali empieza a conectar con su derecha. Tiene las caderas y los brazos amoratados de los mazazos de Joe, pero ha encontrado algo de combustible en la reserva.

En el decimotercero, otro derechazo de Ali manda el protector bucal de su rival fuera del ring. El de Filadelfia consigue acabar el round pero su rostro está muy marcado. Su ojo izquierdo está prácticamente cerrado y su derecho tres cuartos de lo mismo. En la esquina, el venerable Eddie Futch se da cuenta de que su boxeador casi no ve. Aún así piensa que Ali ha tirado muchos golpes en el anterior asalto y que eso le puede pasar factura. Pero no fue así. Frazier no puede hacer su boxeo con la cabeza baja y sus característicos movimientos de cintura. Para poder ver a su rival se ve obligado a erguir el tronco y levantar la cabeza, y ahí es blanco fácil para Ali. El aspirante no ve venir los derechazos de su rival. Ali lo sabe y lo aprovecha. El árbitro, Carlos Padilla, observa con atención.

Ali vuelve a su esquina con las piernas de trapo y absolutamente desmadejado, pero Frazier va peor. Eddie Futch, su entrenador ya ha visto suficiente. En su esquina está además, Marvis, con quince años, el hijo de Frazier que luego sería boxeador y más tarde ministro religioso. El veterano Futch comprueba que Frazier no ve absolutamente nada y que los tres siguientes minutos pueden ser un infierno para él. Está exhausto y se está tragando las derechas de Ali. En ese momento decide parar el combate. Se lo comunica a Joe, que se enfada, se quiere levantar, quiere seguir. Pero Futch le sujeta y le abraza mientras le dice sus ya legendarias palabras:
– “Ya está hijo. Tengo que parar el combate. Pero lo que habéis hecho hoy aquí jamás será olvidado”.

Pese a las protestas de Frazier, Futch hizo lo oportuno. Al comprobarlo, Ali se tiró al suelo. No podía ni con su alma. Más que una celebración era para dar gracias porque el infierno se había acabado. La victoria fue para Muhammad Ali, que en cualquier caso iba por delante en las cartulinas. En alguna ocasión Muhammad afirmó que si Frazier no hubiese abandonado en ese momento, lo habría hecho él. Yo no lo creo. Pero el resultado era casi lo de menos. Cuando se habla del combate de Manila no se hace destacando la victoria de Ali, sino, sobre todo, ponderando la proeza de dos auténticos titanes, dos veteranos guerreros en un combate épico que ha pasado a la historia, dos gladiadores que se dejaron lo mejor de sí mismos en Manila. Ninguno de los dos volvió a ser el mismo después de este combate. Lo más sabio hubiera sido retirarse en ese momento, pero desgraciadamente no fue así.

Muhammad Ali manifestó que Joe Frazier era el mejor peso pesado de la historia después de él. En secreto, a pesar de estar deshidratado y con el cuerpo amoratado, el campeón llamó al hijo de Frazier, a Marvis, para decirle que sentía todo lo que había dicho de su padre, que quería pedirle disculpas porque en realidad le respetaba y le admiraba. Pero Joe nunca le perdonó.

Hace cuarenta años, en Manila, el mundo entero se quedo asombrado ante la heroicidad de esto dos auténticos campeones, en una batalla irrepetible que puso fin a la trilogía más conmovedora de la historia del boxeo.