Eduardo Flores
Foto: Netflix

Terence ‘Bud’ Crawford se impuso a Saúl ‘Canelo’ Álvarez. Es una forma de decirlo. Habrá quien diga, haciéndose con el tópico pugilístico, que lo llevó a la escuela. Imprecisa apreciación si quisiéramos ser justos. Porque la pasada madrugada del sábado al domingo fuimos muchos amantes del boxeo los que asistimos, no ya a la escuela, sino a la universidad de la danza y los mamporros. Pasamos meses -ahora de un modo vergonzante- tapándonos la nariz para evitar el olorcillo que creímos pútrido que se desprendía de la producción/aberrante show/hiperbólico deseo saudí: el tremendo campeón súper ventas sospechoso de todo intercambiaba cromos y petrodólares en un oasis con camellos y Ferraris, un admirado y quizá del todo incomprendido campeón se subía al ascensor de las divisiones en una apuesta/salto de dos categorías. Qué podía salir bien a nuestros ojos, al cinismo bien cultivado del público seguidor de boxeo. Nos sangraban los ojos en el transcurrir de los acontecimientos. Se nos caían dos estrellas: una porque tal vez nos empeñamos en tirarla, la otra porque nos hacía sentir defraudados con un movimiento que entendimos manchaba la honestidad que durante tanto tiempo vimos desplegar.
Cuando las cartas se pusieron bocarriba, claro está, todos sabíamos que esto pasaría.
Y un carajo.

El amor exige una ingenuidad muy peligrosa. El amor por el boxeo supone aceptar incontables desencantos. Hasta que en algún momento un jovencito de Louisville le rompe el alma a un gánster de Nueva York. Hasta que, en algún momento, ocurrió un 15 de abril de 1985, dos boxeadores puros de histórica pureza brindan épicos, brutales y desesperados 481 segundos de boxeo total sólo por la gloria.

Al caso que nos ocupa el amor y la lección empiezan con un jab incesante, de ingeniero de caminos en principio, y que irá creciendo en precisión y peligrosidad. Jabeo y movimiento por parte de Bud, la presión viene sin embargo por la parte mexicana. Ambos púgiles convienen en seguir un guion predecible, será una lucha de estilos. Bien por ellos ¿bien por nosotros? Aquí ya lo del libro de los gustos y placeres. El peligro será mexicano, pero la inteligencia está en otro lado. La sorpresa (¿sorpresa?) a nuestros ojos llega pronto, en el primer asalto, cuando Crawford decide soltar manos y comprendemos que la silueta del Canelo bien puede ser una pista de aterrizaje. Cada vez que Bud decida combinar lo hará en la justa medida que los dioses del pugilismo han determinado, ni faltarán ni sobrarán manos. Aquí es el caballero negro que nos merecemos.

¿En que se convirtió la presión del ‘Canelo’ Álvarez? En un motivo para la golpiza. La defensa de brazos de Crawford hizo del de Omaha una fortaleza inexpugnable que además disfrutaba del vicio de moverse cuando intuía que alguno de sus ladrillos corría el riesgo de temblar. Álvarez seguirá buscando la carne de Bud hasta mediados de diciembre, si no más. Así pues, tampoco tardó en aparecer la frustración, y con ella el error del tapatío al creer que con sólo una mano potente y fortuita salvaría su legado, dejándose en el intento la energía consumida por un bombardeo -la misma mano volada de la que todos nos prevendríamos porque la hemos visto un millón de veces, Crawford también- en todo momento improductivo, una ineficacia de cero absoluto. Colágeno salió del grupo y con él tal vez las ganas de seguir en el ring.

Imposible de cercar, perdida la batalla por la distancia y el timing, ¿Qué habilidades podía desplegar Saúl Álvarez frente a Crawford? Lo cierto es que no había más. Desde su combate con Dmitry Bivol los rivales seleccionados apenas ofrecieron retos estratégicos o técnicos lo suficientemente sofisticados. El lobo se convirtió en perro cuando dejó de pasar hambre. Canelo nos contaba la misma historia una y otra vez. Una historia que no debía ser mala, quitando el hecho de que el público de boxeo sólo entiende del ascenso y aborrece de la navegación por la navegación. Lo cierto y verdad es que el gran campeón súper ventas ya había enfrentado a muy duros rivales, llevándose la victoria en todas las veces menos dos. El boxeo es el más hermoso de todos los deportes de combate y el más injusto. Y en esa navegación del mexicano estaba la bolsa que quizá cumplía ser un trámite pugilístico por la supuesta superioridad en peso y una promesa de espectáculo. Con la bolsa ya en la cuenta corriente, hoy Reynoso quizá está ordenando una investigación por la calidad de los bistecs consumidos hasta el combate y el espectáculo corrió de la mano de Terence Crawford, que llamó al león, lo vio venir y lo domeñó como se no se hace con un gato.

Tanto fue así que el estadounidense no quiso bajarse del ring sin orinar la esquina mexicana. Hacia el noveno, Crawford aprovechó el bajón de Álvarez para castigarlo en su propio terreno. Comenzó a ceder la distancia puntualmente para provocarlo; Bud, maestro del tiralíneas. Al Canelo no le quedó otra que embestir al trapo encontrando muy frustrantes resultados cada vez. Sacaba manos por fuera que Bud ya esperaba y que defendía con el manual en el regazo, en ocasiones con movimientos de ballesteo y las más de las veces con esa estupendísima defensa de bloqueos que sofocó de emoción a los nostálgicos entusiastas de Mayweather.

A la derecha mexicana respondía un afilado punzón a lo blando o un garfio hacia el mentón con la buena de Bud, a la izquierda Crawford reaccionaba con recto al pecho. Goleada para el de Omaha, Nebraska.

El combate terminó antes de acabarse, muy a pesar de los comentaristas en español para Netflix, de los que todavía no sabemos qué pelea estaban viendo.
Una vez caído el telón, la pelea, y nunca más en contra de todo pronóstico, la ganamos todos; y para celebrarlo el bueno de Bud fue a devolver los cinturones al Canelo. Este los recibió humilde y con una aceptación total y pública de la derrota. Qué duda cabe de que la victoria, tan merecida, cayó de un lado; qué duda cabe que de la pelea quedaron dos campeones. Sólo pasó que uno de los dos era el más listo de la clase.