Daniel Pi
@BastionBoxeo

El boxeo es un deporte completamente mundial y en el que hay campeones de todas las razas. Por consiguiente, no resulta extraño, sino habitual, encontrarse monarcas blancos, como Callum Smith, Oleksandr Gvozdyk o Josh Warrington, por citar sólo a tres. Por otro lado, encontrarse campeones de Estados Unidos es algo también muy común, extendiéndose actualmente sus titulares desde el peso supergallo al peso pesado. Con todo, si se suman estos dos elementos, el ser blanco y estadounidense, los campeones escasean hasta casi desaparecer en estos momentos.

Algunos historiadores han ido más allá y, al margen de señalar que actualmente todos los mejores boxeadores blancos son europeos, han añadido que entre los estadounidenses blancos que lograron escribir su nombre en letras de oro en el pugilismo casi ninguno de ellos era un “WASP”, siglas de anglo-sajón, protestante y blanco, sino que eran de origen italiano, irlandés o incluso alemán, como Pep, Marciano, Dempsey, Tunney o Greb. Con ello, lo que han intentado sugerir es que la etnia más influyente en EE.UU normalmente se ha dedicado a otros deportes como el fútbol americano, el béisbol, el hockey sobre hielo, la lucha olímpica y, más recientemente, las MMA.

No obstante, en el presente hay un boxeador estadounidense y blanco que es campeón mundial en estos momentos, además de étnicamente WASP, el titular IBF del supermedio Caleb Plant (a la izquierda en la foto), quien el sábado, en el evento del Pacquiao-Thurman, se enfrentará curiosamente a otro compatriota blanco, Mike Lee, algo que no se veía desde hace mucho tiempo en los rings de su país.

Sin embargo, aunque ambos puedan ser, como dicen los norteamericanos, caucásicos, las vidas de estos dos boxeadores no pueden ser más dispares, siendo Plant el perfecto ejemplo de la pobreza y Lee el de la riqueza, dos polos opuestos que van desde una de las poblaciones más deprimidas del sur hasta los lujosos edificios de Wall Street para mostrarnos la dualidad del país más poderoso del mundo y uno de los más desequilibrados social y económicamente: Estados Unidos, la nación con un mayor número de multimillonarios (cuadriplica al segundo país en cantidad de personas con más de 500 millones de euros) y la 12ª con mayor cantidad de gente sin hogar.

La tierra de la ceniza
Puede que en origen el nombre de Ashland proviniese de algo netamente positivo, apuntándose a que se refería a los fresnos (ash en inglés) que había en la zona. Pero, con el paso del tiempo, que el nombre de la localidad se pueda traducir también como “tierra de ceniza” ha resultado un símbolo de su desolación. Habitualmente, las películas y series norteamericanas nos retratan únicamente la pobreza en barrios habitados por afroamericanos y latinoamericanos, obviándose en gran parte esta extendida problemática en lugares de mayoría blanca, como Ashland City, el lugar en el que nació Caleb Plant.

Situada en el estado sureño de Tennessee, la localidad, a pesar de tener más de un 90% de población blanca, cuenta con una renta per capita menor a la mitad de la media estadounidense, estando situada entre el 6% de los municipios menos seguros del país, cometiéndose, proporcionalmente a sus habitantes, el mismo porcentaje de delitos contra la propiedad que en la desvencijada Detroit, una de las ciudades más peligrosas en Estados Unidos en estos momentos. Con varias bandas criminales de motoristas en el estado y la actividad de la llamada Dixie Mafia, la mafia sureña, en Ashland City el tráfico de drogas es una constante que se combina con la pobreza, el alcoholismo y el desempleo. Así lo explicó el propio Plant:

No era feliz con lo que pasaba a mi alrededor, incluso cuando tenía nueve años. No era feliz con la situación económica por la que pasábamos. Me encanta de donde soy, pero es una zona dura y golpeada por la pobreza. Hay mucha metanfetamina y heroína y gente que toma mucho alcohol y pastillas. No quería estar atado por esas cadenas. Creí pronto que podía escapar de eso y convertirme en alguien. Al comienzo no sabía a qué, pero sabía que estaba destinado a algo mejor”.

En su hogar el ambiente no era bueno y no sólo por la falta de dinero (vivían en una caravana y cuando nació, al no poder comprar una cuna, lo tuvieron que poner en un cajón), sino también por las muchas confrontaciones entre sus padres que, según dice, terminaban rompiendo objetos de las casa. No obstante, su padre encontró el camino para que su hijo se abstrajese y se labrase un futuro: los deportes de combate.

Colgando un saco, poniendo un espejo y marcando en el suelo con esparadrapo los límites de un ring, el padre de Plant le enseño a pelear, algo que le hizo sentir especial:
Era el niño que nadie quería ser, pero cuando estaba en el gimnasio era alguien que todo el mundo quería ser”.

Entonces comenzó un recorrido que le llevaría al kickboxing y al boxeador amateur, disciplina en la que finalmente se centró, llegando a ser campeón nacional de los Golden Gloves y obteniendo la plaza de sustituto para el equipo olímpico estadounidense. Posteriormente, como profesional, su excelente técnica, formidable juego de piernas, desparpajo, defensa y reflejos le alzaron al mundial, en el cual, entrando como no favorito, derrotó al considerado “hombre del saco” José Uzcátegui, quien cayó dos veces antes de ser vencido de forma unánime.

No obstante, el pugilismo no puso fin a las desgracias de su vida. Desde el final de su época amateur y el inicio de su carrera profesional, Plant tuvo que lidiar con un golpe imposible de encajar como la enfermedad y muerte de su hija Alia, que padecía un síndrome tan sumamente extraño que sólo se conocen dos casos en el mundo. A causa de éste padecía más de 200 ataques al día, hasta que a los 20 meses falleció, siendo el propio Plant quién tuvo que decidir retirarle el soporte vital una vez que ya no pudo recuperarse de una crisis que la dejó en coma. Leer o escuchar su relato es una de las historias más desgarradoras que se pueden encontrar entre los boxeadores.

Además de dicha tragedia, su exitoso recorrido profesional no pudo cambiar otro elemento, como la dura vida de su familia en Tennessee, guardándole el destino todavía un nuevo revés: la muerte a balazos de su madre, Beth Plant.

El pasado marzo, dos meses después de su coronación, la madre de Caleb era llevada en ambulancia (no están claros los motivos) cuando, de repente, se mostró agresiva y sacó de una mochila un cuchillo, deteniendo los asistentes médicos el vehículo y llamando a la policía. Cuando el sheriff del condado llegó, Beth Plant blandió su cuchillo contra el oficial, que la abatió.

Con tanto que lamentar a sus espaldas, Plant no tiene más remedio que mirar a un futuro que muchos le auguran espléndido, ya que, habiendo logrado grandes cifras de audiencia e incluyéndose su nombre en el Pacquiao-Thurman, se cree que pronto podría ser él quien encabece un PPV. Asimismo, en lo personal, habiéndose prometido con la reportera de PBC Jordan Hardy, Plant parece apuntar a una felicidad que le ha esquivado tanto como él ha eludido los puños rivales, destreza que le ha reportado, eso sí, muchos elogios. Y es que, aunque se dice que el boxeo en Estados Unidos es tribalista, con cada etnia apoyando sólo a los suyos, Plant ha recibido alabanzas de cuantiosos analistas y aficionados afroamericanos, que pretenden darle los mejores halagos al decir de él que “tiene el ritmo de la calle” o que “boxea como un negro”.

El chico del sándwich
Aunque no es unánime el apoyo que recibe Plant, dado que algunos creen injustamente que ha utilizado su desgracia personal como una promoción, quizás no sea tan grande su número de seguidores como la cantidad de detractores que tiene su rival del sábado, Mike Lee.

Después de hacer un breve repaso a la vida de Plant, hacer un recorrido por la de Lee es un contraste brutal, ya que es difícil encontrar dos zonas más diferentes que Ashland City y la ciudad de Wheaton de la que proviene el aspirante. Muy al contrario de la deprimida población de Plant, Lee viene de una localidad que se encuentra entre el 34% de las más seguras de EE.UU y de la que han salido numerosos políticos y miembros del aparato judicial, como congresistas, legisladores estatales, jefes de personal de la Casa Blanca, jueces y fiscales. Asimismo, de Wheaton provienen también actores, directores de cine, además de destacados miembros de congregaciones evangelistas y jugadores de fútbol, béisbol, hockey sobre hielo o golf. En definitiva, Lee no creció en un lugar en el que fuese necesario mirar de reojo sobre su hombro intranquilo al volver a casa.

Por otro lado, las cosas no le fueron nada mal, asistiendo a un instituto privado de mucho prestigio y del que se dice que el 99% de sus miembros llegan a la universidad, como el propio Lee, que estudió en la Universidad de Notre Dame, considerada en algunos rankings una de las 10 mejores de Estados Unidos. Se debe destacar que Lee obtuvo un grado de finanzas, con una nota de 9’2, en el Mendoza College of Business, que fue valorado como el 2º mejor centro de dicha especialidad en todo Estados Unidos y cuya matrícula anual sobrepasa los 50.000 euros por año, el doble de la renta per capita media anual de Ashland City.

Así, asistiendo a dichos centros y logrando notas tan increíbles, a Lee le llovieron las ofertas de grandes empresas de Wall Street para que trabajase junto a los magnates que gestionan las finanzas globales. Con todo, Lee, que parece no preocuparse por el dinero, desechó estas propuestas, complaciéndole afirmar que renunció a la vida de lujo por centrarse en el espartano recorrido del boxeador, deporte en el que se inició de forma muy diferente a Plant, puesto que comenzó a los 16 años y en un gimnasio verdaderamente con el equipamiento necesario, además en muy buen estado.

Lee, que ya había destacado en el fútbol americano durante el instituto, tuvo éxito en el ámbito universitario en el boxeo amateur, viéndose colmado de galardones antes de lograr ganar los Golden Gloves de Chicago. Sin embargo, no estaba satisfecho y decidió debutar como profesional, aunque de nuevo no por cuestiones económicas. De hecho, ha realizado diversas obras benéficas a través del boxeo, contando con su propia fundación, con la que ha ayudado, entre otros, a países en vías de desarrollo y a centros de investigación médica. Mientras, Plant se ha tenido que conformar con realizar visitas personales a hospitales infantiles, efectuadas con más voluntad y afecto que dinero.

Puede que la riqueza de Lee y lo que representa su conexión con el ámbito bursátil le hayan valido antipatías, pero lo que muchos no le perdonan es su carrera en el boxeo con muy poco riesgo afrontado antes de alcanzar este mundial, algo que, no obstante, no le alejó de los patrocinadores. Y es que una famosa cadena de comida rápida, que tiene ejecutivos que estudiaron también en Notre Dame, lo eligió a él, cuando era un novato con un puñado de peleas, para protagonizar junto a dos deportistas de élite un anuncio a escala nacional, que incluso se emitió en el descanso de la Super Bowl, espacio en el que las empresas pagan gigantescas sumas por aparecer.

Por ello, logrando, pese a no haber hecho nada todavía en el pugilismo, una plataforma que ni los máximos exponentes del boxeo profesional estadounidense consiguen en estos momentos, muchos consideraron que Lee recibía un trato de favor por cuáles eran sus orígenes, pasando a llamarle despectivamente cosas como “el chico del sándwich”, por haber hecho ese anuncio promocionando un bocadillo.

El propio Plant se hizo eco del pasado de Lee como actor de anuncio para decirle a la cara: “Va a conseguir un sponsor de colchones, porque el 20 de julio lo voy a poner a dormir”.

Lee, que es consciente de que no gusta en el ámbito del boxeo, recuerda que eligió este deporte porque le encanta y que para seguir con su trayectoria tuvo que batallar duramente con una enfermedad, espondilitis anquilosante, que lo tuvo postrado en una cama de hospital hasta que lograron diagnosticársela y tratársela, queriendo dejar claro que, pese al dinero o los orígenes, nadie es inmune al dolor o la enfermedad.

Quizás Lee no logre nunca quitarse de encima las críticas que le rodean, pero si vence a un boxeador de élite como Plant ya no se podría decir que no está a la altura, comenzando además un reinado que, promocionándose su imagen ante un público diferente al que habitualmente ve los eventos de PBC, podría reportarle a él y a sus promotores muchas ganancias.

Hombre rico, hombre pobre… en un ring
Sin duda, Plant y Lee no pueden ser más diferentes, pero si algo tienen en común es su deseo de ganar a toda costa en el respaldo del Pacquiao-Thurman. Para uno significaría continuar con la estabilidad económica y social que tanto ha deseado, factores acompañados por un espaldarazo a su sueño de llegar a ser alguien aunque no le tocaron buenas cartas en la baraja que le dio la vida. Para el otro supondría demostrar que, por sus propios medios, puede seguir el camino que ha elegido y llegar hasta lo más alto, como en el resto de su vida. Pero aunque uno sólo tiene como futuro el noble arte y el otro tendrá un porvenir pase lo que pase, cuando suene la campana lo único que poseerán ambos serán sus brazos, sus piernas y su mente, y no importará qué haya o no en sus bolsillos; no habrá más diferencia que la que su habilidad, astucia y potencia puedan marcar.

Las apuestas son muy favorables a Plant:

La victoria de Plant se paga a 1,02 € por euro apostado, mientras que la de Lee a 13,00 €, y el combate nulo o empate a 26 €.
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