Antonio Salgado Pérez
ansalpe38@hotmail.com

LEGRÁ GANÓ A JOFRE; PERO NO AL “AMBIENTE”
Brasilia. 5 de mayo de 1973. Eder Jofre venció por puntos a José Legrá. Campeonato Mundial de los Pesos Plumas, versión Consejo Mundial de Boxeo

Antes del combate intuíamos que más que los puños de Jofre nos preocupaba el “riesgo ambiental” que corría Pepe Legrá en tierras brasileñas ante una “torcida” tan apiñada y numerosa como fanática hacia una reliquia deportiva que respondía por Eder Jofre. Y la preocupación se tornó en sobresalto cuando las últimas noticias nos informaban que en dicho combate no podía emitirse el match nulo ni tres caídas en un mismo round podrían determinar una superioridad manifiesta. En pocas palabras, José Legrá, para seguir siendo campeón mundial de los pesos plumas tenía prácticamente que terminar su enfrentamiento por la vía del k.o. No cabía otra alternativa.

Pero Legrá no ganó por k.o. Pero sí ganó la contienda, menos para los jueces. Superó a Eder por escaso margen de puntos. Pero las cartulinas le dieron perdedor.

Legrá había superado a un púgil tremendamente conservador; a un boxeador sin un ápice de iniciativa…Y era el aspirante .Eder fue un púgil de cerradísima guardia, una auténtica coraza. Y esta “defensa” la mantuvo durante quince asaltos.

Legrá le ganó a un hombre del que hay que resaltar dos detalles: su inteligencia en el combate y la maestría en la dosificación del esfuerzo. ¿Quién, entonces, sentenció la victoria del cubano-español? En primer lugar, la actuación del árbitro norteamericano, ya familiar ante la “torcida” carioca. Dicho personaje, con aquellas dos rigurosísimas amonestaciones públicas, le dio el puntillazo final al campeón, mientras que el mismo árbitro no quiso ver aquel peligroso boxeo frontal que en determinadas ocasiones brindó el brasileño. Y en segundo lugar, aquella “torcida”, con sus gritos- que en aquel estadio cubierto retumbaban como el tambor del Bruch- convertían los escasos zarpazos de su ídolo en algo realmente importante. Pero ¡cuidado!, también Legrá sentenció, en parte, su victoria por no poder mantener el ritmo en los últimos asaltos; por evidenciar un desfallecimiento en el último tramo de la contienda.

Nos parece estar oyendo la consigna en el rincón de Eder Jofre:”no te esfuerces; esquiva todos los golpes que puedas; cuando tengas la oportunidad, mete una mano; pero, por encima de todo, no te esfuerces, ten en cuenta que estás boxeando “en casa”; que tienes a toda la afición de tu parte; que el árbitro ya te ha levantado la mano de la victoria en dos campeonatos mundiales y que uno de los jueces nos ha hecho sin sinfín de entrevistas para la prensa brasileña; no te esfuerces, Eder; no te esfuerces..”

Y no se esforzó. No podía hacerlo con sus 37 años. Por eso, por lograr esa meta, esa dosificación del esfuerzo ante un hombre de la movilidad de Legrá, matrícula de honor para Jofre, que nos hizo recordar al argentino Valerio Núñez con su perfecto sentido de la distancia, en los tres combates que sostuvo con nuestro ídolo local, el excampeón de Europa, Juan Albornoz Hernández “Sombrita”. Jofre parecía no moverse sobre el ring pero siempre estaba sobre su oponente para preocuparle y no para dominarle con sus impactos. Inteligente-aunque no positivo- combate del brasileño. Con el mismo ritmo que empezó, terminó. Sus metas eran claras: conectar uno de sus golpes en la media distancia, y si no lograba derribo, mantener una nivelación en la contienda. No se preocupó de otra cosa. Y no se preocupó porque estaba “en casa”, con las ayudas, con las “muletas”, con los “padrinos” ya apuntados. Hasta cierto punto hay que aplaudirle la picardía.

Los tres primeros asaltos fueron de Pepe Legrá. Con simples directos de izquierda- arma que usó hasta la saciedad en todo el combate- mantuvo y dominó a aquel rival acurrucado tras su hermética guardia, que saltaría hecha pedazos en los últimos segundos del tercer asalto al encajar un impecable crochet en la barbilla haciéndole caminar con trayectoria de meandro. En el cuarto round surge la incorregible “alegría” de Legrá al darse cuenta de que su rival ha flotado sobre el ringt momentos antes. Y Eder le caza, le caza en tres ocasiones, prodigando Legrá no el “clinch”, sí el agarrón, que comienza a gestar las advertencias del árbitro, que en la quinta etapa, cargando excesivamente las tintas convierte en amonestación pública, cuando el campeón ya se había repuesto de su bache; bache que superó totalmente en los asaltos sexto y séptimo, donde Legrá, mariposeando, picoteando el rostro de su acaracolado rival, iba consiguiendo los puntos necesarios para consolidar la justa victoria. Legrá se toma un respiro en la siguiente etapa. Jofre, como norma habitual, se muestra conservador, tónica que deja de prodigar en el noveno asalto.

Legrá nos va a brindar los dos asaltos más sobresalientes de su combate con Eder. Pisa el acelerador de su vivacidad y rapidez; le da aún más precisión a su recto de izquierda y también cierta potencia.El sudamericano pierde los papeles de la contienda. Los “picotazos” de Legrá le aturden ,le confunden. Quiere buscar un respiro en el “clinch” pero Legrá le mantiene estupendamente en la distancia. De contundente y preciso derechazo, Eder Jofre observa-con cierto temor- que ha sido cortado en uno de sus superciliares. Casi le indica al árbitro una revisión médica. Parece incluso que todo va a finalizar en este asalto. Pero el árbitro mira la herida, no le da la importancia del púgil, y siguen las hostilidades. Acaba de sonar el campanazo indicando la terminación del undécimo asalto. Sobre el ring hay un claro, un clarísimo favorito: José Legrá. Un indiscutible vencedor. El silencio del formidable recinto es una de las mejoras pruebas de que el ídolo local está al borde de un peligroso abismo.

Vuelve a sorprendernos Legrá. Pero ahora, al revés. Quiere tomarse un respiro y es dominado, ligeramente, por un contrincante al que ya se le ve con intenciones de quemar sus últimos cartuchos. Legrá, en el penúltimo asalto, proporciona otro sobresalto a los telespectadores. Sacando a relucir un golpe, el gancho, que hasta la fecha, de forma incomprensible, no había prodigado ante un rival que se agachaba a cada instante, Pepe Legrá observa como el criollo “se arruga” al encajar un preciso impacto en el estómago. Otra vez parece que la pelea va a tener un final fulminante. Legrá, en alocada ofensiva, no solo no acierta a repetir el golpe ante un hombre casi entregado sino que con aquellas alternativas en los últimos segundos del asalto, presenta un desfondamiento alarmante. Aquel tren de lucha “lo reventó”. Y en el último asalto, extenuado-también Eder Jofre lo estaba pero lo disimulaba perfectamente, sin apenas movilidad, el árbitro le daría el puntillazo final con aquella absurda amonestación pública que fue acogida con vesánico delirio.

Un campeonato del mundo consta de quince asaltos. Y Legrá, a nuestro entender, ganó ocho asaltos, niveló dos y perdió cinco. Y los que ganó los ganó con mayor técnica y estilo que su rival. Los ganó, también, con una iniciativa que jamás vimos en Eder, que en su papel de aspirante era el encargado de prodigarla.

Eder Jofre, con su espíritu conservador, con un par de dianas con vitola de cloroformo , no dando la cara pero tampoco retrocediendo, acaba de proclamarse campeón del mundo por obra y gracia de una maestría en la dosificación del esfuerzo; por obra y gracia de una picardía avalada por “padrinos” y “torcida”.

En efecto, Pepe Legrá ganó a Eder; pero Legrá sucumbió ante el dichoso “ambiente”.